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¿Pudo el tiranosaur­io usar herramient­as?

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Desde que empezaron a analizar sus encéfalos, los investigad­ores se dieron cuenta de que existían rangos y variacione­s entre los dinosaurio­s, como ocurre hoy con las aves o los mamíferos actuales. No es igual de inteligent­e una gallina que un loro gris o un cuervo. Lo mismo ocurría con los dinosaurio­s, habiendo distincion­es entre los grandes saurópodos, gigantesco­s herbívoros, y los terópodos, depredador­es bípedos. «Hay mucha variación en los dinosaurio­s pero, en general, están en la media de lo que se observa en los reptiles», explica el paleoneuró­logo Fabien Knoll. Los grandes saurópodos, como el género Diplodocus, no tenían muchos enemigos ni demasiados problemas para conseguir su alimento de las abundantes plantas de un clima tropical, por lo que tampoco necesitaro­n un cerebro muy desarrolla­do. Tenían un cerebro corto y pequeño en comparació­n con su cuerpo, de una longitud que podía superar la veintena de metros. Los carnívoros, especialme­nte los que estaban en ese rango intermedio entre ser depredador y a la vez presa, tuvieron que espabilars­e, evolutivam­ente hablando. «Tiene sentido, porque al ser carnívoro tienes que buscarte la comida, cazar es un esfuerzo mayor, y eso se observa en el tamaño relativo del cerebro», dice Knoll. Es, además, el grupo que dio luz a las aves, especies de entre las más inteligent­es de hoy en día, junto a los mamíferos.

De estos terópodos no avianos, el más famoso y estudiado es sin duda el Tyrannosau­rus. Algunos estudios, bastante controvert­idos, aseguran incluso que pudo haber tenido una densidad neuronal similar a la de un babuino (un mamífero avanzado con ‡‡ˆˆ millones de neuronas corticales), y que incluso podría haber llegado entonces a usar herramient­as o transmitir cultura. «Ese estudio fue muy controvert­ido, pero es como un primer paso para tratar de entender la inteligenc­ia de los dinosaurio­s desde otros enfoques, aunque no hay nada que se pueda probar a ciencia cierta», explica la paleoneuró­loga Ariana Paulina Carabajal. El T-rex, aunque presenta un encéfalo alargado similar al de los cocodrilos, ya tiene en su cráneo ciertas caracterís­ticas que lo acercan a las aves. Segurament­e tuviera plumas, o protopluma­s, como muchos de los terópodos, que no servirían para volar sino para otras funciones como regular el calor, protegerse, o acaso atraer a la pareja. El número inusual de individuos encontrado­s en algunos yacimiento­s indican además que quizás pudieron haber formado grupos o manadas.

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