DIPLOMÁTICOS-ESPÍAS DE LA ÉPOCA IMPERIAL
Si bien conforman una larga lista, tuvieron un papel destacado nombres como Baltasar de Zúñiga, Bernardino de Mendoza, Pedro de Toledo o el poeta Garcilaso de la Vega. Zúñiga nació en Salamanca en 1561 y fue embajador en Bruselas, Londres, París y Praga, además de consejero de Estado y de Guerra y presidente del Consejo de Italia. Representante extraordinario ante la reina Isabel I de Inglaterra, adquirió un importante papel negociador en el tratado de paz que marcó el fin de la guerra anglo- española iniciada en 1585, cuyas condiciones, en líneas generales, favorecieron a España. Sus actividades en política exterior y asuntos de espionaje se prolongaron eficazmente con las embajadas en París y Praga, y, frente a la actitud neutralista del duque de Lerma, valido de Felipe III, defendió una política dura en la guerra de los Países Bajos, pensando que si se perdía Holanda se perderían también las Indias, Flandes, Italia y por último la propia España. Bernardino de Mendoza es otro nombre señero en el juego de la diplomacia y el espionaje hispanos. Experto militar, diplomático y maestro de espías, Mendoza dejó testimonio escrito de los principales sucesos en Flandes como hombre de confianza del duque de Alba. Su actividad en el manejo de agentes secretos y mensajes encriptados era legendaria. Partidario de la Contrarreforma católica ultranza, Mendoza estuvo de embajador en Londres hasta que terminó siendo expulsado de su cargo al enfrentarse abiertamente con la reina Isabel I, participando en varios complots para intentar salvar de la decapitación a la reina escocesa María Estuardo y restaurar el catolicismo en Gran Bretaña. El agente más importante durante el tiempo que Mendoza estuvo en Inglaterra fue el vizcaíno Pedro de Zubiaur, que participó en los preparativos del intento de invasión de la Gran Armada (mal llamada Invencible) en 1588. Agente secreto de la Corona, Zubiaur dispuso de una red de espías propia con la que contrarrestó en el mar las correrías piráticas de Drake, y tramó la acción secreta que condujo al cadalso al almirante corsario Walter Raleigh, que dejó una estela sanguinaria en la América hispana. Cuando intentaba trasladar a un tercio de infantería española desde Lisboa a Dunkerque, Zubiaur murió en 1605 de heridas en combate en el canal de la Mancha, al ser atacada su flotilla por los holandeses. Sus restos fueron trasladados a España y recibieron sepultura en Irún. Tras dejar Londres, el rey Felipe II nombró a Mendoza embajador en Francia, en momentos muy críticos de guerra civil religiosa en este país, y consiguió que los tercios hispanos entraran en París en apoyo de la Liga Católica, donde dejaron una guarnición que terminó abandonando la ciudad con honores militares. Sus días acabaron en un convento de Madrid en 1604, cuando estaba ciego y achacoso, y en su lápida dejó grabada en latín la frase que resumió su vida: «Ni temas, ni ambiciones». Figura muy importante del espionaje hispano en Italia y el Mediterráneo fue asimismo Pedro Álvarez de Toledo, virrey de Nápoles y consejero del Rey en asuntos de guerra contra los otomanos. Nacido en 1480, consolidó el poder imperial en el sur de Italia con un programa de fortificaciones y convirtió a Nápoles en el bastión principal del espionaje hispano en el sur de Europa. Diplomático, militar, figura destacada del Renacimiento, espía y hombre de confianza del virrey Álvarez de Toledo, el poeta Garcilaso de la Vega trabajó como agente secreto para el emperador Carlos I, que le encomendó gestiones diplomáticas y familiares de importancia en varios lugares de Europa. A Garcilaso (1501-1536) se le confió también la misión de establecer contacto con la red de espionaje que manejaba en la región albanesa Alfonso Castriota, marqués de Atripalda, que al frente de un pequeño ejército manejaba un servicio secreto en toda la zona del Adriático y el sur de Italia para intentar detener el avance otomano con apoyo español. Antes de actuar secretamente desde Nápoles, Garcilaso realizó también tareas de espionaje militar en Francia y Roma, de las que dio cuenta personalmente al emperador Carlos I en España. Tras participar y ser herido en la toma de Túnez y la fortaleza de La Goleta, recibió el nombramiento de maestre de campo de un tercio de infantería embarcado en Málaga, y murió en Niza en septiembre de 1536 en la campaña de Provenza contra los franceses, al asaltar un torreón y ser alcanzado por una piedra de los defensores.