PASIÓN TURCA
No vamos a comentar la famosa película de Ana Belén y su enamoramiento en un viaje a Turquía, sino que nos centraremos en la brutal paliza que se le dio al árbitro Halil Umut Meler, en el partido de primera división otomana, entre el Ankaragücü y el Rizespor. Acabo el encuentro con empate a uno, lo que provocó el altercado.
Tras el partido, el presidente de primero, que jugaba en casa, se abalanzó sobre el juez de la contienda y le pegó un puñetazo que le tiró directamente al suelo. Si el KO no era suficiente, dos individuos, al menos, se lanzaron a patear al pobre trencilla, que aguantó echado en el terreno de juego. A los tres energúmenos se les metió en prisión preventiva y ahí siguen, mientras que la justicia deportiva sigue su curso, con la sanción a perpetuidad del dirigente, Faruk Koca, que no volverá a pisar un terreno de juego ni a ser cargo en el fútbol. Esta sanción puede ser, y espero que lo sea, mundializada por FIFA, para que tampoco se le permita ningún cargo fuera de su país.
En el tema penal, los tres implicados ya recibirán su castigo, pero el club —que no es responsable directo pero si indirecto— ha sufrido una sanción que, a mi entender, es demasiado leve. Me dirán que cinco partidos a puerta cerrada y una multa de alrededor de 60.000 euros puede ser suficiente, porque los pobres aficionados del Ankaragücü no tienen la culpa de que su presidente sea un bestia disfrazado de directivo.
Sin embargo, hemos de pensar si los mismos socios, que eligieron al mandamás, no tienen cierta responsabilidad. Sería bueno que se pensara en el momento del voto qué tipo de personaje puede entrar a representar la entidad y, quizá de esa forma, evitar que se cuelen individuos no recomendables en el mundo del fútbol.
Ya sé que puede ser mucho pedir, pero si la sanción fuera mayor, los votantes del Ankaragücü tendrán en cuenta más criterios que el ser un fanático y tener dinero, a la hora de elegir el presidente que es la imagen directa del club. El próximo que vendrá tendrá que mostrar la patita blanca y, quizás exagere, se le debería hacer algún tipo de examen psicológico para conocer el grado de violencia que atesora.
No soy experto en la materia, pero algunos rasgos patológicos han de existir para impedir que entren quienes hacen un daño terrible al deporte. Difícil decisión la que se debe tomar, pero peores y más duras se han tomado en casos similares. El que no aparezca más en el fútbol, y diría que el Ministerio de Deporte turco debería incluso hacer que no estuviera ya en ningún tipo de deporte, es solo un mínimo consuelo.
El árbitro, por su parte, ya no sabe si continuará en el fútbol, y lo entiendo, ya que ¿cómo se va a enfrentar a decisiones clave en un encuentro cuando su mente le estará advirtiendo de que las consecuencias pueden ser las mismas que las que acaba de sufrir? No será fácil olvidar el escarnio físico al que fue sometido, y a los jóvenes que quieran dedicarse a esa profesión, lo acaecido no les va a favorecer entrar en este mundo. Esa violencia la encontramos también en la novela que recomienda, de Seicho Matsumoto, ‘El castillo de arena’. Disfruten y cuídense.