Los tres combates de Ángel Olivares en Mauthausen
Un 17 de agosto de 1946, apenas un año después de salir libre, y vivo, de Mauthausen, Ángel Olivares se sentó a plasmar sus vivencias en un papel. Era la tercera vez que lo intentaba y ahora sí lo consiguió. “Debido a la anormalidad de todo lo vivido en los últimos años, me veré obligado a ir escribiendo todo según acuda a mi mente”, se lee en las primeras líneas. Apenas había redactado dos párrafos cuando ya mencionó el boxeo, la pasión de su vida y el deporte que, después, le ayudó a mejorar su situación en el campo de concentración.
Esto fue lo que en el manuscrito a bolígrafo redactó. “Tenía 14 años un día que mi madre cayó enferma. Por entonces, yo había empezado a boxear y esto era mi única obsesión”, recuerda. Al adolescente inconsciente que por entonces era le molestaba que aquellos problemas de salud de su mamá interrumpieran sus quehaceres pugilísticos. Tal era su fervor. “Por esta razón yo me sentía molestado cada vez que mi tía me mandaba a hacer algún recado privándome de alguno de mis entrenamientos”, prosigue.
Ángel nació el 6 febrero de 1921 en Abrucena (Almería), pero su familia emigró a Terrassa (Barcelona) cuando era un niño. En Cataluña, creció y se enamoró del boxeo. Incluso disputó sus primeros combates. Con apenas 14 años, ya posaba con hechuras de púgil. Prometía...
Hasta que la Guerra Civil estalló y todo se acabó. Olivares combatió con el Ejército Republicano y, apenas cumplida la mayoría de edad, en 1938, se enroló en la 26ª división, la antigua 'Columna Durruti'. El avance de las tropas nacionales le obligó a cruzar a Francia en febrero de 1939. Comenzó entonces un viaje siniestro: Bourg-madame, el campo de Vernet d’ariège, Septfonds, la 22ª Compañía de Trabajadores Extranjeros, el Stalag VD de Estrasburgo y... Mauthausen, donde llegó el 13 de diciembre de 1940. Un lugar en el que sólo había “gritos, golpes y cuerpos esqueléticos”, escribe en sus memorias Ángel, al que le dieron el número 5.080.
Estaba en el averno. “Lo que a mi padre le permitió sobrevivir en el campo de concentración fue su juventud, la solidaridad de sus compañeros y haber estado en el Kommando César, donde menos de 15 personas de su grupo murieron”, dice Véronique Salou, hija de Olivares. Pero hubo algo más. “Los combates de boxeo le permitieron mejorar sus condiciones de vida, tanto para él como para sus amigos”, continúa.
LA PELEA CONTRA UN GITANO
Decidí hacer lo necesario para poder inscribirme en el campo de concentración como pugilista”
Ángel Olivares sabía que en Mauthausen subir al ring le podía ayudar. Cuando regresó al campo central, tras estar en el
Kommando César, se encargó de hacer saber que era boxeador.
“Volví el 18 de septiembre. Qué diferencia con el 13 de diciembre de 1940. [...] El campo había sido engrandecido y cocinas, lavadero, crematorio y otras barracas que antes estaban fuera del campo hoy formaban parte de él. Una gran avenida con espaciosas aceras lo cruzaba de punta a punta. El silencio era el mismo, los gritos ya me eran familiares”, relata el preso 5.080.
“Decidí, de acuerdo con los otros, hacer lo necesario para poder inscribirme en el campo número 1 como pugilista. Conseguí que se me inscribiera y, a las dos semanas de mal comer y peor dormir, hice mi reentré en el ring. Fui enfrentado a un gitano alemán que me venció a los puntos. Debo decir que, si bien no me hicieron mucho daño los golpes de mi adversario, acabé el combate verdaderamente fatigado. Parece ser que, a pesar de mi derrota, gusté”, prosigue.
UN ‘PROMINENTE’
Esa pelea le dio a Olivares una oportunidad de mejorar sus condiciones y las de los demás. “A los pocos días [...] estuve pelando patatas en la cocina, buena plaza en un campo de concentración, y más tarde ascendí a friega calderas, plaza de suma estrategia gansteril. Aquel lugar me permitía ayudar a mis amigos bastante eficazmente”, comenta Ángel, que
volvería a boxear en Mauthausen: “Peleé aún dos veces logrando una victoria por puntos y un matchnulo y viví durante tres meses una vida de ‘prominente’”.
Olivares explica cómo era esa nueva situación que había conseguido con el boxeo. “Se entendía por 'prominente' aquel que, teniendo una buena plaza, podía vestir y calzar bien, comer a su antojo y permitirse ciertas atenciones para consigo mismo. En el campo 1 había una gran cantidad de estos presos y yo iba a formar parte de esa 'clase'. Como en todas las cosas, había entre los 'prominentes' quien, satisfechas sus primeras necesidades y cubierto el expediente de la plaza que ocupaba, todo lo que podía conseguir de más lo empleaba para ayudar a los que, menos favorecidos, no podían comer cuando lo necesitaban. Otros, en cambio, todo cuanto conseguían lo necesitaban para su ‘bluff’ y sus vicios”.
Ángel fue solidario; ayudó a los demás. Sobrevivió y, tras la liberación, nunca más boxeó.
Los triunfos de Paulino les daban valor y coraje para resistir un día, una semana, un mes... más. “Él era un ejemplo para los españoles en el campo de concentración. Les transmitía fuerza y, cuando le veían boxear, sentían como si fueran ellos los que estaban dando puñetazos a los kapos, como si ellos mismos pelearan”, tercia Linda.
DE HOMBRE A HOMBRE...
Mariano Constante recuerda, en su libro ‘Republicanos aragoneses en los campos nazis’, cómo influyó en la moral de sus compatriotas el espectacular K.O. del aragonés en el mencionado combate contra Goliat. Una victoria como esa “mostraba a los SS y sus esbirros que ellos podían aniquilar a un ser humano con sus métodos, pero que de hombre a hombre estábamos muy por encima de ellos”.
“Quizás era la primera vez que los SS admiraban a un atleta, aun
que también podía ser que aquella admiración fuera como la que se tiene viendo a un oso o animal salvaje en un zoo o en un circo. [...] Moralmente para los españoles fue un suceso indescriptible, haciéndonos ver que teníamos razón cuando pregonábamos nuestras virtudes frente a la gente del hampa, que eran los que dominaban en el interior del campo”, escribe el prisionero número 4.584.
Paulino daba esperanza.
luego enfrentarse a Paulino”, rememora Segundo, que peleó contra púgiles de diferentes nacionalidades. “Yo boxeaba contra todas las razas...”, dice en ‘Vivos en el averno nazi’.
Pablo Escribano, natural de Rasueros (Ávila), menciona un combate del aragonés contra un preso polaco muy peligroso. “Un domingo, hubo que boxear. Había un español que se llamaba Paulino, era del peso pesado, y
Si le dejaban elegir contra quien pelear, él escogía a los kapos y ellos decían: ‘No, no, no”