En sentido contrario
apenas recibe atenciones y, aunque ahora gracias al gesto del Gobierno van a encontrar un empujón económico, no les arregla el futuro. No pasan de cinco los paralímpicos que tienen patrocinadores, fuera de programas colectivos como el proyecto FER, Caixabank, Iberdrola y algunas comunidades autónomas.
Sinner ha convivido con un caso que le va a perseguir un tiempo. Dio un resultado adverso en un control antidopaje en abril por clostebol, una sustancia que se encuentra en una pomada que se comercializa en Italia. Fue en pequeñas cantidades y, seguramente, su coartada es admisible, pero nunca demostrable porque se hizo fuera de las miradas de la opinión pública. Esa sustancia no la produce el cuerpo humano. No ha recibido sanción porque no se aplicó la norma a rajatabla sino que se interpretó, lo que se espera de las leyes.
Congost, en cambio, ha sido condenada sin remisión. Si su caso se elevase a un jurado popular, nadie duda de que saldría vencedora. Las décimas de segundo en las que soltó el amarre del guía han recibido un castigo desmesurado. Y no es necesario que ninguna ecuación científica demuestre que no tuvo beneficio del lance, el ojo humano lo entiende perfectamente sin necesidad de que lo expliquen.
Como han coincidido en el tiempo, el debate ético surge. ¿Cómo es posible que para un caso opaco cuanto menos se aplique la benevolencia que los jueces no han tenido con alguien que respondió con humanidad? El deporte no puede hablar de igualdad cuando dos casos así pueden ser comparados.