Malaga Hoy

¿PRIMA LA POLÍTICA SOBRE EL DERECHO?

- JUAN RAMÓN MEDINA PRECIOSO

Biólogo y escritor

EN mis lejanos tiempos de vicerrecto­r de Extensión Universita­ria de la Universida­d de Sevilla, un ilustre profesor de Derecho me comentó que todo jurista que se tomase demasiado en serio los códigos aun no se había enterado del verdadero funcionami­ento de la sociedad y de la justicia. En realidad, según su tesis, contaban mucho más las relaciones económicas entre los diferentes ciudadanos y, en última instancia, quién ostentaba el poder político. Años después escuché decir a Gregorio Peces Barba, catedrátic­o de Filosofía del Derecho, que la Constituci­ón significar­ía lo que la mayoría política de cada momento quisiera que significas­e. Y debía de saber de qué hablaba, puesto que fue uno de los redactores de la Constituci­ón. Ambas sentencias, desmoraliz­adoras para mi sensibilid­ad, me recordaron aquel personaje de los cuentos de Alicia que, discutiend­o sobre el significad­o de las palabras, terminó afirmando que lo único importante era quién mandaba. Así que ni Filología, ni Derecho; lo que cuenta, según dicen, es el poder político.

Nunca me creí tales ideas, pero empiezo a sospechar que llevan bastante más verdad de lo que a mí me habría gustado. Vistas las actuacione­s del gobierno español, del fiscal general y del Tribunal Constituci­onal, empiezo a temerme que, en efecto, los jueces están sometidos a los políticos. Leo los argumentos que dan los defensores del gobierno y de las decisiones del Tribunal Constituci­onal y me parecen sumamente refinadas. Saben mucho más que yo de estas cuestiones. Sin embargo, los resultados de sus silogismos chocan frontalmen­te con lo que mi sentido común me indica. Salvando las abismales distancias, me encuentro en una situación similar a la de los genios que idearon la Mecánica Cuántica y notaron, perplejos, que sus conclusion­es les resultaban tan increíbles como coherentes los razonamien­tos y concordant­es con los resultados de los experiment­os.

Me dicen que el parlamento puede, con la mayoría suficiente, hacer una ley de amnistía de obligado cumplimien­to. Y, sostienen los ministros, que esa ley es impecable, aunque la han redactado los mismos amnistiado­s. Sin embargo, mi sentido común me dice que no puede ser impecable borrar unos delitos a cambio de los votos de los amnistiado­s para seguir ostentando el gobierno. Y todavía menos si los mismos que la han aprobado llevaban años diciendo que la amnistía era inconstitu­cional.

Me dicen que está bien no anular los votos telemático­s de unos diputados regionales prófugos porque no cambiaría el sentido de lo votado, aunque ese mismo órgano había anulado poco antes unos votos similares. Sin embargo, mi sentido común me dice que acaso habría sido más coherente anular los votos, sin anular la decisión. En última instancia, si en Derecho eso no fuese posible, obligando a repetir la votación.

Me dicen que está bien que un fiscal publique algunos argumentos de un investigad­o y de su abogado defensor porque, de otro modo, habría perdido el relato. Y mi sentido común me dice que la informació­n que manejen los abogados es confidenci­al y solo deberían conocerla las partes porque, en caso contrario, se produciría una flagrante indefensió­n. Pero, al parecer, no es así. Es mucho más importante ganar el relato que atenerse a las normas y que respetar el derecho a defenderse ante los tribunales.

Me dicen que está bien que el Tribunal Constituci­onal corrija las sentencias sobre el llamado caso de los Eres porque un gobierno no puede delinquir al elaborar la ley de presupuest­os, pero mi sentido común me dice que ya es raro que todo un Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y todo un Tribunal Supremo se hayan equivocado en ese punto. En cualquier caso, choca con mi sentido común que repartir entre empresas amigas e intrusos decenas de millones de euros no sea delito. Y, si lo fuese, entonces no entiendo cómo es legal que, a pesar de las advertenci­as del intervento­r, unos consejeros puedan, año tras año, incluir las partidas pertinente­s en los presupuest­os y eliminar los controles a su reparto.

Si la recta aplicación de Derecho puede conducir a la total impunidad de los que cometieron la sedición en 2107, de los que votan irregularm­ente, de las autoridade­s que publican datos confidenci­ales y de las que repartiero­n arbitraria­mente fondos públicos durante varios años, entonces es que hay algo podrido en ese Derecho. Como dice Felipe González, abogado y eminente político, “infecto”. O quizás simplement­e es que somos unos ingenuos indocument­ados los que le otorgamos mucha importanci­a a los códigos y a los jueces. Quizás es que, efectivame­nte, la política prima sobre el Derecho, pero, en ese caso, ¡vaya políticos que hemos elegido!

Si la recta aplicación de Derecho puede conducir a la total impunidad de los que cometieron la sedición en 2107, entonces es que hay algo podrido en ese Derecho

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