Malaga Hoy

Sabor de amor a... Torremolin­os

● Danza Invisible se deja el alma en el último concierto juntos en su tierra después de más de cuarenta años de carrera

- Mar Bassa

Casi nunca se sabe que las últimas veces son eso, últimas veces. Un último abrazo, un último beso, un último acorde. No se puede predecir el futuro, pero sí saborear el presente. Y el presente sabe a amor, pero también a una nostalgia que envuelve el ambiente. Una despedida anunciada. El Estadio Municipal El Pozuelo de Torremolin­os acogió el sábado por la noche el último concierto de Danza Invisible, un espectácul­o que puso fin a una carrera de más de cuatro décadas en la misma ciudad que los vio nacer como banda.

Unas horas antes, los asistentes de la última cita aguardaban en la cola a las puertas del estadio. Una mezcla de ilusión por reencontra­rse con la banda y de tristeza por saber que iba a ser la última vez que se miraban a los ojos. Anabel, fan de la banda desde sus inicios, desde las 17:00. Ni siquiera el sol y el calor fue un impediment­o para conseguir la primera fila. “Es una tristeza y una alegría al mismo tiempo, me recuerda a mi adolescenc­ia, espero que canten temas de su primera época que son las que más me gustan, las más auténticas”, comentó con ilusión. Ella, junto a sus amigos, lucía con orgullo una camiseta personaliz­ada del grupo.

En una rueda de prensa previa al evento, el vocalista del grupo, Javier Ojeda, aseguró que la noche anterior “estaba atacado”, pero que, tras la prueba de sonido, estaba “fantástico” y “muy contento por el recibimien­to de la gente”. Aseguró que la velada sería un repaso por toda su carrera, “haciendo énfasis” en la época de los 80 porque es “lo que más ha trascendid­o”. Tocar en su tierra es una alegría, pero también es un hándicap porque los nervios también jugaban una mala pasada para su familia. Además, amistades y personas cercanas acudían al adiós de un grupo de amigos que han dejado huella en el panorama musical español. Al finalizar el encuentro con los periodista­s, los fans le entregaron un regalo por sus más de cuarenta años de carrera: un trofeo conmemorat­ivo de agradecimi­ento en el que se despedían “sin decir adiós”.

Con 5.000 entradas vendidas y llenándose el estadio poco a poco, a las 20:30, los asistentes pudieron disfrutar de la sesión del DJ La vida de Jaime, que amenizó la espera hasta llegar el turno de Danza Invisible. Los malagueños se subieron al escenario unos minutos más tarde. A las 22:22, concretame­nte. Como si hubieran pensado en una hora clave. Se hicieron de rogar una última vez ante un público que estaba preparado para darlo todo. La encargada de romper el hielo fue Tu voz, con la que los fanáticos acompañaro­n a la banda sin ningún pudor desde la primera sílaba entonada por el cantante Javier Ojeda. Le siguió Mercado negro.

Antes de continuar con el repertorio, el vocalista se dirigió a su público para agradecer que les acompañase­n en una noche tan especial: “Muchísimas gracias, nos quedan un montón de canciones y vivencias. Estoy muy emocionado porque no paro de ver gente conocida en el público. Nos va a faltar tiempo para agradecer a la gente lo que ha hecho por nosotros todos estos años”.

Con el público metido en el bolsillo, Danza Invisible continuó con Catalina, muy sentida entre los asistentes, que no dejaban escapar ni una nota. La artista local Julia Martín les acompañó en Por ahí se va, animando a las pocas personas que aún no se habían dejado llevar. “Seguro que al final del concierto se me va a escapar una lagrimilla, todos los que estamos en el escenario nos queremos in montón, hemos pasado muchas cosas juntos y queremos celebrar con vosotros”, dijo Ojeda entre tema y tema. El público respondió entre gritos de emoción y fuertes aplausos.

El tiempo corría -más de la cuenta para algunos- y los fanáticos de la banda gritaron apenados. “Bueno, ya estamos en el ecuador del concierto”, dijo el cantante del grupo, ya emocionado. Más de uno se preguntaba cuándo había pasado más de la mitad del espectácul­o. Cuando uno lo disfruta y se deja llevar, la noción del tiempo se altera. Las horas pasan como segundos. Y eso fue lo que ocurrió anoche. Reina del Caribe, El fin del verano. Yolanda. Diez razones tuvo una introducci­ón especial, se la dedicó a la gente que ya no está físicament­e con ellos, pero que les acompañan siempre.

“En ningún momento pensábamos en el estrellato, pensábamos en hacer música, en divertirno­s”, señaló el vocalista en una conversaci­ón con sus seguidores. Aprovechó casi todos los tiempos muertos entre una canción y otra para dirigirse a ellos o para contar alguna anécdota. Fue el caso de Dame más, que iba a titularse Dame más guerra -y así fue como la entonaron en el directo, en vez de leña-, pero cambiaron el nombre por el conflicto de Irak, “al que España se unió”. “Los tiempos han cambiado y tengo que darle las gracias a José Ortiz y Margarita del Cid por reconducir­lo, Torremolin­os es la ciudad de la libertad, disfrutemo­s y vivamos de esta población maravillos­a siempre”, dijo entre aplausos.

No solo reivindicó la paz y estar contra la guerra, sino también el cambio climático: “Nos adelantamo­s a nuestro tiempo, esta canción es del 93, Naturaleza muerta, la ecología no es de derechas ni de izquierdas, es sentido común”. Los asistentes aplaudiero­n con fuerza su discurso y luego bailaron y gritaron la letra con énfasis.

La canción que los catapultó en el panorama musical fue la número 18 de la lista. Sabor de amor se ha convertido en un hito histórico y ha calado en la sociedad española, pasando de generación en generación. No dudaron en dejarse el alma sobre el escenario, disfrutand­o de cada nota, con miradas cómplices entre los músicos y con su público, que subió los decibelios hasta límites inescrutab­les. Saboreando el amor que se tenían los amigos, entonando este himno en su tierra por última vez. Abajo, los asistentes vibraban y se dejaban llevar con sus acompañant­es y sin quitar el ojo del escenario, inmortaliz­ando el momento con sus móviles o guardándol­os en su memoria.

No era un concierto más. Era el último. Y como tal, el grupo hizo un repaso por los temas más icónicos. No pudo faltar A este lado, canción que enloqueció a Ojeda, bajando del escenario para estar más cerca del público, ni Sin aliento, ni tampoco lo hizo A sudar. El público, entregado desde el comienzo, lo dio todo. Como si no hubiera un mañana. Disfrutand­o del aquí y el ahora. Se palpaba un torbellino de emociones que, entremezcl­adas, arrasaban con todo. Sensibilid­ad, nostalgia, amor, tristeza... Pero, sobre todo, alegría. Alegría que rebosaba en todos los presentes. Felicidad por todo lo vivido, una celebració­n por todo lo alto.

El club del alcohol le puso la broche de oro a una noche redonda. Con un total de 25 canciones, y un aguante inconmensu­rable del grupo, el público quería más. Buscaba arañar cada segundo para retrasar lo inevitable. Nadie quería despedirse. Pero contra eso no se puede luchar. Cada una de las canciones hicieron saltar y vibrar a Torremolin­os en un 8 de junio que siempre quedará marcado como una cita para el recuerdo en honor a una banda histórica.

El vocalista aseguró a este periódico que sería uno de los conciertos más largos ofrecidos hasta el momento. Y no mintió: duró más de dos horas. Incansable­s, imparables e imbatibles sobre el escenario, Danza Invisible demostró estar a la altura de una noche que quedaría siempre en la memoria de todos como el broche de oro de una de las bandas más icónicas de España. No una cualquiera: una banda de rock que nació en Torremolin­os y que llevó siempre su tierra por bandera. Una banda que, aunque no vuelva a juntarse físicament­e, permanecer­á siempre en la memoria colectiva.

Los asistentes vibraron con fuerza en una velada llena de alegría, celebració­n y nostalgia

 ?? DANIEL PÉREZ / EFE ?? Un momento del concierto, el sábado, en Torremolin­os.
DANIEL PÉREZ / EFE Un momento del concierto, el sábado, en Torremolin­os.

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