La Vanguardia (1ª edición)

Puerta abierta para el Labour

Los británicos se disponen a castigar hoy con saña catorce años de gobierno ‘tory’

- Rafael Ramos Londre . Corre pon

Hace tiempo que los conservado­res brit·nicos se aferran como un clavo ardiendo a que sea verdad lo que decía Keynes, que cuando parece que va a ocurrir lo inevitable, ocurre lo inesperado. Pero una victoria suya en las elecciones de hoy no sería simplement­e una sorpresa, sería un milagro de tales dimensione­s que hasta los m·s ateos encontrarí­an de repente la fe. Como dijo Suetonio a Julio César al cruzar el Rubicón, alea iacta est. La suerte est· echada.

Nunca los tories han ganado cinco elecciones consecutiv­as, y nadie da un duro por que esta vaya a ser la excepción. El Labour lleva cuatro derrotas seguidas (la última, la mayor desde 1930), y todo sugiere que va a acabar la racha. Pero así como el triunfo de Tony Blair en 1997 fue el equivalent­e de un amor adolescent­e de verano, apasionado, explosivo e incluso tierno, los brit·nicos no est·n obnubilado­s con Keir Starmer, casi podría decirse que no les gusta particular­mente y no acaban de fiarse del todo. Después de catorce aÒos de matrimonio turbulento y de un divorcio brutal, se conforman con un poco de estabilida­d. El amor, para m·s adelante.

Digamos que Starmer no es el equivalent­e político de George Clooney, Antonio Banderas o Brad Pitt. Aunque vaya a ganar una de las mayorías m·s grandes en la historia del Reino Unido (tal vez un 70% de los escaÒos con alrededor de un 40% de los votos), no inspira pasión alguna. Ofrece integridad y pragmatism­o en vez de carisma, y buena gestión en lugar de ideas grandilocu­entes. Pero la derecha tiene miedo a que sea un socialista disfrazado, y la izquierda denuncia las purgas estalinist­as de sus enemigos (Corbyn y compaÒía) y lo ve como un defensor de las fuerzas del orden y el poder absoluto del Estado (fue fiscal general). Los votantes –así es la democracia– han de entregarse en los brazos de alguien, y su gran cualidad consiste en estar en el sitio justo en el momento justo, ser la herramient­a para castigar – con saÒa– al Gobierno saliente.

Hay muchas elecciones –algunos dirían que incluso demasiadas–, pero pocas que puedan ser calificada­s de “históricas”, un adjetivo objeto de considerab­le abuso tanto en el deporte como en la política. En la Gran BretaÒa del último siglo, sobra con los dedos de una mano: las de 1945, cuando Clement Atlee derrotó a Churchill concluida la II Guerra Mundial; la de 1979 (la llegada de Thatcher tras el “invierno del descontent­o”); y la de 1997, la entrada en escena de Tony Blair y su tercera vía. La de hoy se perfila como la cuarta, el final de catorce aÒos de mandato conservado­r, con la austeridad, el psicodrama del Brexit,

Los conservado­res han tirado la toalla y su único objetivo es limitar el daño y ser una oposición viable

El margen del triunfo laborista dependerá de la participac­ión, los indecisos y lo que haga el partido de Farage

las payasadas de Boris Johnson, las fiestas ilegales de la pandemia, los 50 días que duró Liz Truss...

Pero el entusiasmo que generó Blair hace veintisiet­e aÒos brilla hoy por su ausencia. Va a ser también una transición –traum·tica como todas las transicion­es–, pero no como un amor de juventud, sino como el ingreso de una persona mayor en una residencia. Gran BretaÒa es un país demogr·ficamente envejecido, donde nueve millones de personas en edad laboral no tienen trabajo ni lo buscan, con una cultura de los subsidios estatales aún m·s enraizada después de la pandemia.

La de 1997 era la Cool Britannia de las Spice Girls que se abría a

Europa y descubría la cultura de los cafés y las terrazas. John Major había dejado una economía saneada, que crecía a un ritmo del 5% anual, la deuda pública era un 60% del PIB y la inmigració­n no era un problema. La del 2024 es esclerótic­a, necesita a los extranjero­s incluso para un crecimient­o raquítico del 1%, y el endeudamie­nto es casi el doble, hasta el punto de que satisfacer sus intereses cuesta m·s que todo el presupuest­o de la sanidad pública (un desastre, con ocho millones en lista de espera para operacione­s).

Ayer, hasta los propios conservado­res admitieron que no va a ocurrir lo inesperado, sino lo inevitable, y arrojaron la toalla (algo inaudito, que suele ocurrir a las cinco de la madrugada de la noche electoral, no antes de que se empiece a votar). Pero es que las encuestas son tercas, y sugieren que el Labour se llevar· m·s de 400 de los 650 escaÒos de los Comunes, con los tories reducidos a alrededor de un centenar. El resultado final depender· de la participac­ión (que se espera muy baja), de los indecisos y del apoyo que reciba la ultraderec­ha de Farage.

A pesar de su patente enemistad con Sunak, Boris Johnson se incorporó en el último momento a la campaÒa con un mitin en el que pidió a los brit·nicos que no se entreguen incondicio­nalmente a Starmer y al Labour, y que los dejen con vida para al menos poder ejercer de oposición. La receta en Gran BretaÒa es la misma que en otros países europeos: hartazgo con la clase política y un Gobierno detestado, aderezado con toques de populismo. Pero como son los tories quienes estaban en el poder, aquí el giro va a ser hacia el centro y no hacia la extrema derecha.c

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Les ey Martin / Reuters El candidato laborista, Keir Starmer, en el Caledonia Gladiators de Kilbride, en Escocia

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