La Vanguardia (1ª edición)

Más OTAN para frenar a Rusia La Alianza cumplirá 75 años sin haber logrado que el Kremlin sea un aliado

- Xavier Mas de Xaxàs

Después de varias décadas sufriendo una crisis de identidad, la OTAN ha regresado al punto de partida: Rusia no solo es su principal enemigo, sino su razón de ser.

El próximo mes de julio, la Alianza celebrar· su 75.º aniversari­o con una cumbre por todo lo alto en Washington que pondr· de relieve su fortaleza. No solo tiene m·s socios que nunca –32–, sino que la mayoría ya gasta un 2% o m·s de su PIB en armas.

Europa, sin embargo, no est· para celebracio­nes. Sus líderes redoblan los tambores de guerra y disparan los presupuest­os de defensa. Son consciente­s de su vulnerabil­idad ante dos amenazas que no controlan: la ambición territoria­l de Putin y su enorme dependenci­a de Estados Unidos. Aún no pueden defenderse por sí solos y no est· claro que algún día lo consigan. Es m·s, la relación transatl·ntica puede saltar por los aires dentro de unos meses si Trump recupera la Casa Blanca.

El colapso de la Unión Soviética en 1991 y el desmantela­miento del Pacto de Varsovia no auguraban un presente tan incierto. El final de la guerra fría abría una nueva etapa de progreso y cooperació­n. EE.UU. confiaba en que el presidente Borís Yeltsin transforma­ría Rusia en una democracia liberal y proocciden­tal. La seguridad de Europa parecía garantizad­a.

Yeltsin había pedido al presidente norteameri­cano Bill Clinton que no ampliara la OTAN hacia los países de la antigua esfera soviética. Clinton estaba de acuerdo. Quería priorizar las relaciones con Rusia.

Sin embargo, dos líderes con un peso moral extraordin­ario, el polaco Lech Walesa y el checo V·clav Havel, le hicieron ver que no habían derrotado al comunismo para quedar en una zona gris, a merced de lo que decidiera Rusia. Temían una guerra de “reconquist­a imperial” como la que Vladímir Putin desencaden­aría años después.

Dentro de la administra­ción Clinton, adem·s, cuajaba la idea de que los países liberados del yugo soviético y convertido­s en democracia­s con economías de mercado tenían derecho a escoger su futuro y unirse a la OTAN y la UE si así lo decidían. Impedírsel­o era perpetuar la división de Europa.

Presionado, asimismo, por los republican­os, que amenazaban su reelección y eran firmes partidario­s de ampliar la OTAN, Clinton cambió de postura. En 1996 obtuvo su reelección y en 1997 la OTAN dio dos pasos decisivos. Por un lado, invitó a Polonia, la República Checa y Hungría, y por el otro, firmó un acuerdo de cooperació­n con Rusia para consolidar la paz. Se habló de “una alianza dentro de la Alianza” y se creó un Consejo Conjunto Permanente. Los generales rusos tendrían despacho en la sede de la OTAN en Bruselas y asistirían a todas las reuniones. M·xima transparen­cia para la m·xima confianza.

Polonia, la República Checa y Hungría entraron en marzo de 1999. Se han cumplido 25 años de aquel paso trascenden­tal que abrió la puerta a la incorporac­ión en el 2004 de Letonia, Estonia, Lituania, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia. Desde entonces, los habitantes de estos países, que son m·s de cien millones de personas, han gozado de una prosperida­d y una estabilida­d que eran impensable­s antes de la caída del muro de Berlín y el hundimient­o de la URSS.

Los aliados, satisfecho­s de su relación con Rusia, redujeron las inversione­s en defensa. Aquel “dividendo de la paz” sirvió para fortalecer el Estado de bienestar.

Yeltsin había aceptado el nuevo orden que lideraba EE.UU. y lo mismo hizo su sucesor Vladímir Putin cuando asumió la presidenci­a en el año 2000. Concentrad­o en recuperar las riendas de Rusia, es decir, en sustituir a los viejos oligarcas que iban por libre por otros nuevos que estuvieran sometidos al Kremlin, Putin se dejó querer en las cumbres internacio­nales, aunque por dentro había empezado a recelar. La OTAN bombardeó Serbia en 1999 sin autorizaci­ón de la ONU porque Rusia y China se opusieron. Con el argumento de impedir que los serbios llevaran a cabo una limpieza étnica de albaneses en Kosovo, la Alianza lanzó una campaña aérea que abrió los ojos de Putin. Aunque no se opuso formalment­e a la ampliación del 2004, al año siguiente dijo que el colapso de la URSS había sido uno de los peores errores del siglo XX. En el 2007, adem·s, aprovechó sus 30 minutos en la conferenci­a de Munich, la reunión sobre seguridad m·s importante del mundo, para criticar la Pax Americana y dejar claro que Rusia no estaba interesada en un “mundo libre” dirigido por una sola potencia. Puso de ejemplo la guerra de Irak, iniciada en el 2003, como prueba de que EE.UU. no respetaba el derecho internacio­nal –había fabricado pruebas para justificar la invasión– y que no lo haría siempre que sus intereses estuvieran en juego.

En ese mismo 2007, Rusia abandonó el tratado sobre armas

La amenaza de Putin y la dependenci­a de EE.UU. impulsan el rearme europeo

Veinticinc­o años después de la ampliación al Este, la OTAN no tiene claro cómo sumar a Ucrania

convencion­ales en Europa y en el 2008 ocupó Abjasia y Osetia del Sur, en Georgia.

El presidente estadounid­ense Barack Obama intentó reconducir la relación en el 2009, pero para entonces Putin estaba decidido a recuperar el control sobre los territorio­s de la antigua URSS, un imperio que incluye a Ucrania, las repúblicas b·lticas y Moldavia.

La ocupación de Crimea y el Donbass en el 2014 inició una guerra que aún no tiene fin a la vista.

Ucrania lleva años pidiendo a Washington y Bruselas que le concedan el mismo derecho a escoger su destino que, en 1999 y en el 2004, tuvieron los países de Europa central.

La OTAN acordó en el 2008 que Ucrania entraría algún día. Desde entonces, sin embargo, la retórica aliada camufla la falta de un compromiso firme.

En la cumbre de este julio en Washington, la Alianza volver· a debatir si entrega a Ucrania una invitación formal o no. A favor est·n Francia, Polonia y el resto de países del antiguo Pacto de Varsovia. Se oponen Estados Unidos y Alemania, que temen un choque directo con Rusia.

Esta posibilida­d, es decir, que el riesgo de una guerra en Europa sea hoy mayor que en ningún otro momento desde 1945, demuestra que la OTAN afronta hoy el mismo peligro que la hizo nacer. El progreso y la estabilida­d no han sido suficiente­s para evitar que Europa vuelva a lidiar con los demonios de siempre.c

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Sean Gallup / Getty Un blindado checo, la semana pasada en las maniobras Steadfast, las mayores de la OTAN en su historia

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