¿Son necesarios los ingenieros de ‘prompt’?
Existen maneras m·s o menos sofisticadas de definir lo que es un ingeniero de prompt . La consultora McKinsey lo define así: es el proceso de diseñar inputs (aportaciones de información) para herramientas de inteligencia artificial con el objetivo de obtener outputs (resultados) óptimos. La Vanguardia se refirió por primera vez a ellos hace un año. Los definió como “profesionales encargados de diseñar y ajustar las entradas de texto para los modelos de lenguaje de IA”.
Pero, si focalizamos el asunto en los usuarios medios de modelos como ChatGPT o similares, se podría utilizar una definición aún m·s simple: “Personas que ayudan a otras a hacer las preguntas correctas para obtener las mejores respuestas posibles”.
Desde que hace poco m·s de un año se acuñara el término, a los ingenieros de prompt se los ha situado, indistintamente, entre la élite de los nuevos profesionales de la IA o, por contra, en el saco de los empleos oportunistas que ser·n fulminados por el frenesí tecnológico junto a los programadores y a otros espabilados de la órbita digital.
Pero, en cualquiera de los casos, lo que sí pone en evidencia la aparición de estos asistentes de IA es que las personas tenemos en general m·s dificultades que nunca en articular buenas preguntas.
Se supone que hay amplios colectivos profesionales habituados a preguntar, como son los profesores, los médicos, los periodistas, los policías... Pero hay motivos para sospechar que algunas lacras contempor·neas como son el déficit de concentración, la jibarización del léxico que imponen las redes sociales y, sobre todo, la pérdida del h·bito de lectura han mermado la capacidad de la mayoría de la gente de articular las preguntas pertinentes.
Con la IA surgió un nuevo empleo: el asistente que ayuda a hacer buenas preguntas a la máquina. ¿Un síntoma de la decadencia de una sociedad que ya no tiene sentido crítico? La pérdida del hábito de lectura tiene mucho que ver con ello.
Es decir, para situarnos en el contexto al que nos referimos: las personas que son capaces de obtener un rendimiento alto de herramientas tan formidables como la IA son relativamente pocas.
La recuperación del h·bito de lectura en plena tiranía de las pantallas parece hoy una quimera, al menos, tal como lo habíamos conocido. Las apelaciones al papel relevante de la literatura en la formación del sentido crítico sirven m·s como mecanismo de reafirmación de quienes todavía compran libros –y se los leen– que como canto de sirena a los desertores del h·bito. Pero no por ello hay que dejar nunca de repetirlos. “El poeta y el novelista nos hacen conocer aquello que est· en nosotros, pero que ignor·bamos porque nos faltaban las palabras”, escribe Antoine Compagnon, apuntando al epicentro del problema.
En su libro ¿Para qué sirve la literatura? (Acantilado, 2008), este catedr·tico de literatura cita oportunamente al crítico
Harold Bloom (“Solo la lectura atenta y constante proporciona y desarrolla plenamente una personalidad autónoma”) para concluir que “la lectura favorece la formación de una personalidad independiente, capaz de ir al encuentro del otro”.
Por supuesto, no todo empieza o acaba con la literatura. El arte, el teatro, el cine y la música son manifestaciones culturales que también nos invitan a preguntarnos qué quiso decirnos el autor. Todas ellas acuden en nuestro rescate cuando nos sentimos secuestrados en el sof· por plataformas adocenadas que nos lo dan todo hecho. Porque la inmersión en las artes es el mejor entrenamiento del escepticismo,
Harold Bloom: “Solo la lectura atenta y constante proporciona una personalidad autónoma”
una actitud indispensable en tiempos de desinformación sistematizada. La cultura actúa así como un asistente que nos ayuda a dudar, pero también a expresar las dudas con propiedad.
Pese a todo, la respuesta a la pregunta del titular es probablemente sí. El prompt engineering seguir· siendo necesario por la velocidad de los cambios tecnológicos y para sacar el m·ximo provecho de unos sistemas de IA que ser·n cada vez m·s complejos. Eso sí: esta y otras profesionales inteligentes tendr·n que convivir con la comunidad de lectores persistentes, capaces de desafiar al sistema desde sus propias entrañas como personajes de una novela de Ray Bradbury.