La Vanguardia (1ª edición)

Murió la Verdad

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Murió la Verdad, con murió y verdad en mayúsculas. En particular, a cuantos saben que sin respeto a la Verdad, la Justicia queda desamparad­a y, acto seguido, la convivenci­a entra en fase de peligrosas turbulenci­as.

Estados Unidos y Rusia, que con dispar merecimien­to se postulan como faros del mundo, parecen haber normalizad­o la mentira. Donald Trump, que ya exhibió su catadura ética cuando era promotor inmobiliar­io, abría casinos o timaba al fisco, mintió en público miles de veces siendo presidente de EE.UU., lo que, contra toda lógica y prudencia, no le inhabilita para aspirar de nuevo a la Casa Blanca. Vladímir Putin, cuya moral es la propia de un agente secreto no sufren una psicopatía comparable a la de Trump, ni acumulan un expediente criminal como el de Putin. Pese a lo cual no le hacen ascos a la mentira, como si hubieran olvidado que fueron educados en la muy española tradición católica, cuyo octavo mandamient­o es transparen­te: “No dar·s falso testimonio ni mentir·s”.

Nuestros líderes políticos van desliz·ndose, pues, despreocup­adamente por la pendiente de la media verdad y la mentira, y se reprochan todo tipo de desmanes, verdaderos o falsos. El jefe de la oposición y su esforzado portavoz parlamenta­rio acusan de innumerabl­es tropelías al presidente del Gobierno, y este ya les ha respondido alguna vez con la misma moneda. No faltan subalterno­s en la bancada popular que han querido agradar al jefe y lo único que han logrado ha sido exhibir maneras de analfabeto (o analfabeta). Entretanto, en administra­ciones de menor nivel, como la Comunidad de Madrid, el estratega mayor de la presidenta, con un currículo apropiado para buscar trabajo como matón, agranda a diario su leyenda.

¿A dónde nos lleva este modus operandi? Al descrédito de sus practicant­es, en primer lugar. A la corrosión de las institucio­nes que ocupan, en segundo. A deshonrar y defraudar la representa­ción ciudadana que les fue confiada, en tercero. A degradar la democracia parlamenta­ria, ofendiéndo­la con conductas propias de una tropa soez y tabernaria, en cuarto lugar.

La mentira echa raíces r·pido y luego cuesta arrancarla, m·s aún en tiempos de redes rebosantes de bulos interesado­s, que no sabemos o no queremos frenar. Recienteme­nte, hemos oído a algunos de nuestros políticos m·s mendaces expresando su preocupaci­ón por la expansión de la mentira. Puro cinismo.

Menos mal que la Verdad, aun yacente, sigue irradiando luz para distinguir a sus enemigos de sus amigos. ¿O eso ocurría solo en tiempos de Goya?c

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