La Vanguardia (1ª edición)

Hizo piña con Rajoy y tándem con Sánchez y superó el AVE radial

- Anxo Lugilde

El socialista António Costa dejar· el martes el cargo de primer ministro de Portugal como uno de los m·s relevantes gobernante­s ibéricos de la etapa democr·tica, el que m·s tiempo se ha mantenido en el poder en la Península durante este siglo, ocho años y un cuatrimest­re, unos cinco meses m·s que el popular José María Aznar, cuyo mandato venía ya de la mucho m·s pl·cida década de 1990. No llegó al decenio del conservado­r luso Aníbal Cavaco Silva ni a los trece años y medio del socialista Felipe Gonz·lez, pero en la convulsa política europea actual establece todo un récord.

La huella de este abogado lisboeta de 62 años va mucho m·s all· de lo cuantitati­vo. Accedió al puesto tras romper el tabú ibérico del gobierno de la lista m·s votada y alterar los usos de 40 años de democracia en Portugal. Sale del puesto tocado por una investigac­ión pendiente sobre corrupción que lastra el brillante futuro europeo que se le presuponía.

El balance de los ocho años y cuatro meses en el poder de este “optimista crónico” contiene una concatenac­ión de paradojas. El 26 de noviembre del 2015 llegó al palacete de São Bento, residencia oficial del primer ministro, tras, por puro pragmatism­o, incorporar por primera vez a la gobernabil­idad a las fuerzas situadas a la izquierda de su Partido Socialista (PS), los comunistas y el Bloque. Sin embargo, su principal logro se encuadra en la m·xima ortodoxia macroeconó­mica, al alcanzar el año pasado el mayor super·vit en las cuentas del Estado en democracia, del 1,2% del PIB, y mientras se reducía en casi un cuarto el peso de la deuda pública.

Brilló como nunca cuando estaba en minoría y gobernaba con esa alianza parlamenta­ria de izquierdas, conocida como la geringonça, ■ La voz de António Costa se escuchó en el 2018 en el congreso de despedida de Mariano Rajoy al frente del PP. En un fragmento del vídeo de homenaje al líder saliente glosó la amistad que trabaron en Bruselas y que se plasmó, según han contado, en que en ocasiones delegasen uno en el otro cuando tenían que abandonar las cumbres. Es espectacul­ar, porque Costa ejerció en cierta

Rompió el tabú del gobierno de la lista más votada y sumó a toda la izquierda al juego del poder institucio­nal

o mediante acuerdos puntuales, a partir del 2019, con sus antiguos socios e incluso la principal fuerza de la oposición, el conservado­r Partido Social Demócrata (PSD). Después, lo devoró la inesperada mayoría absoluta que obtuvo en el

El gran futuro europeo que se le suponía pende de la investigac­ión por un caso no aclarado de presunta corrupción

2022. Se convirtió casi de inmediato en un carrusel de esc·ndalos y caídas de altos cargos de su Gabinete, incluida la de quien ejercía como principal antagonist­a interno y acabó convirtién­dose en su medida de ideólogo de su correligio­nario Pedro Sánchez para que acabase llegando al poder con la moción de censura que había tumbado a Rajoy semanas atrás. Si el dictador Miguel Primo de Rivera dijo que el régimen de Benito Mussolini era su “evangelio vivo”, para Sánchez el primer gobierno de Costa, del segundo partido en votos y aliado con toda la izquierda, constituyó algo sucesor, Pedro Nuno Santos, ahora el nuevo jefe de la oposición.

Con la mayoría absoluta las vacas voladoras de Costa empezaron a desplomars­e como moscas. La met·fora de bovinos surcando los cielos constituyó el gran emblema del ahora primer ministro saliente. Tenía por divisa que “incluso aquello que es m·s improbable, como es que las vacas vuelen, también puede no ser verdad. Hasta las vacas pueden volar”. Incluso una vez lo demostró, con un recuerdo de un rumiante alado comprado en Londres.

La súbita crisis de su Gabinete alimentó la tensión con Marcelo Rebelo de Sousa, el presidente de la República, un cargo m·s bien representa­tivo, y generó el caldo de cultivo de su abrupto final.

Llegó el 7 de noviembre, cuando en una operación anticorrup­ción parecido, si bien en versión laica y democrátic­a.

“Lo que hagas, que se pueda explicar y que sea entendible por la ciudadanía”, le aconsejó Costa a Sánchez en Lisboa en enero del 2016. En el 2022, convertido­s en un tándem, lograron que la UE aceptase la excepción energética ibérica. En España el gran público lo descubrió e idolatró en las redes en las tinieblas del confinamie­nto, supuso el primer impulso a su popularida­d. Pero también deja un país con un profundo malestar social, fruto de la carestía de los productos b·sicos y de unos astronómic­os precios de la vivienda en las grandes ciudades, el desasosieg­o que, junto con los esc·ndalos, la reciente escalada de la inmigració­n y el vacío de liderazgos, disparó a la extrema derecha.

El aún primer ministro ayudó al éxito del ultra André Ventura, al forzar una artificial polarizaci­ón con él y agitar su fantasma, para lucrarse electoralm­ente.Pero también se le puede atribuir el haber contribuid­o a crear las condicione­s para que, por ahora, funcione el cordón sanitario que aísla al Vox luso. Otra paradoja m·s del pastor de las vacas voladoras, portador del misterio, incluso para él, de si podr· llevarlas a Bruselas.c

Lega el actual auge económico, malestar social, caos político y el cordón sanitario ante los ultras

cuando Costa defendió a España tachando de “repugnante­s” las declaracio­nes de un ministro neerlandés que pidió investigar la gestión española de la pandemia. Este exalcalde de Lisboa, que llegó a ministro a los 36 años, es un iberista militante y transversa­l. Lo demostró al alterar la lógica radial del AVE peninsular, al dar prioridad a la conexión con Vigo antes que a la de Madrid.

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