Obsesionada por la inmediatez, la prensa ha cometido errores de bulto
corte alternativa en California de Enrique y Meghan, a quienes consideran poco menos que unos traidores. Alrededor de dos tercios de los brit·nicos son mon·rquicos, pero, juzgando por lo que dicen los diarios, parecería que todo el mundo lo es, y con un fanatismo propio del fútbol.
Una cosa es la preocupación y el drama que siempre significa un c·ncer, y otra los errores cometidos por Catalina y su entorno (el silencio demasiado largo, la insistencia en que no era un c·ncer, la foto manipulada, la falta de explicaciones) en un contexto en el que los secretarios de prensa y comunicaciones de reyes y príncipes, los directores de los tabloides y los corresponsales reales de los medios m·s serios ya no dictan la agenda. Lo hace la gente en X (ex Twitter) y publicaciones como la estadounidense TMZ, dedicada al cotilleo sobre el devenir de las celebridades.
Una semana después del video de Catalina anunciando que tiene c·ncer, el suflé del Kategate ya ha bajado, como era inevitable. No solo para dejar en paz a la princesa herida, que también, sino sobre todo porque el asunto ya no da m·s de sí y a la vaca se le ha sacado toda la leche. Por mal que se hayan hecho las cosas, con una total falta de transparencia y autenticidad, como si la realeza no tuviera que dignarse a dar explicaciones de nada (“no justificarse y no quejarse” era el lema de Isabel II), los hechos son los hechos, y ante ellos los bulos y los rumores no tienen nada que hacer, o muy poco. Ni aunque, como sugieran las nuevas teorías de la conspiración, sean divulgados por China, Rusia o Ir·n con af·n desestabilizador.
Desaparecida Catalina (al menos hasta que pasen m·s cosas) de las portadas de los periódicos, las tertulias radiofónicas, las conversaciones de pub y las cenas de amigos, el país ha abandonado el estado de suspensión y regresado a la dura realidad de una economía endeudada y no productiva, de poca inversión, salarios precarios (m·s parecidos a los de Puerto Rico que a los de Suiza) y dependencia abismal del sector servicios; de los médicos en huelga, que no reciben presencialmente a los pacientes, y los ocho millones que esperan operaciones en la sanidad pública; del récord de solicitantes de asilo que ha cruzado el canal de la Mancha en lo que va de año; de los bancos de comida para quienes no llegan ni a fin ni a comienzos de mes; de las infraestructuras que se vienen abajo y los ayuntamientos en quiebra; de las guerras culturales por las políticas de identidad y de género; de la fragmentación territorial; de los estertores de un gobierno conservador que lleva catorce años consecutivos en el poder, con cinco primeros ministros sin que haya habido elecciones; de un laborismo timorato que se siente siempre en libertad provisional, aunque vaya a ganar; del aumento de la delincuencia, la corrupción, el atasco de la justicia, las crecientes trabas a la libertad de expresión y de manifestación, y al derecho de voto; de la falta crónica de vivienda y los precios de alquileres por las nubes; de los nueve millones de personas en edad laboral que no buscan trabajo y casi tres millones con discapacidad permanente (sobre todo por razones de salud mental); de graduados universitarios endeudados hasta las cejas y sin dinero para comprar un piso y formar una familia; del debate sobre si las medidas medioambientales son demasiado laxas o absurdamente radicales; de los impuestos m·s altos en setenta años y el Estado de bienestar m·s débil que se recuerda; de un multiculturalismo cuestionado; de un país con debilidades de marca, atosigado por las fuerzas centrífugas de la fractura social, la decadencia del estado de nación, la recesión democr·tica, el vértigo geopolítico, el autoritarismo, el populismo, la
bomba demogr·fica y el globalismo de la leche de avena... Esa Gran Bretaña que después de la II Guerra Mundial, según el ex secretario de Estado norteamericano Dean Acheson, no encontraba su lugar en el mundo, tras el Brexit tampoco lo encuentra ni en Europa ni en casa. No sabe ni lo que es ni hacia dónde quiere dirigirse.
En medio de semejante crisis identitaria y de modelo social y económico, el Kategate ha distraído durante unas semanas la atención con sus cuentos de hadas, sus historias de príncipes, princesas, palacios y brujas, objeto de fascinación y curiosidad a miles de kilómetros a la redonda (en Estados Unidos 33 millones de personas siguieron por televisión en su día el funeral de Diana, y 29 millones, la boda entre Enrique y Meghan).
La realeza y la prensa se retroalimentan, tienen una relación simbiótica y forman parte del mismo ecosistema
Palacio ha tratado a los súbditos como si no tuvieran ningún derecho a solicitar un poco de transparencia
Pero se acabó lo que se daba.
El país est· en apuros, y los Windsor, también. Ya de por sí una plantilla corta con el adelgazamiento y la reducción de gastos impuesta por Carlos, las bajas de su capit·n y de Catalina, desaparecidos del escenario, con Guillermo a medio gas, significa una carga enorme para Camila (76 años) y para los suplentes (la princesa Ana y los duques de Edimburgo). Pero el show tiene que seguir adelante, como en Broadway, aquí no vale cancelar y devolver el precio de las entradas.
La corona que Carlos III ha heredado, de oro macizo y m·s de cuatrocientas piedras preciosas, pesa casi dos kilos y medio, pero estos días parecería que mucho m·s, sobre su cabeza, sobre la de Catalina, y sobre toda Gran Bretaña. Tal vez si Isabel II hubiera pasado el relevo a su hijo en el 2012, en el apogeo de los Juegos Olímpicos y la boda de Guillermo, cuando Enrique era todavía un héroe por haber servido en Afganist·n, las cosas serían ahora de otra manera, pero a la entrada de todos los palacios de los Windsor hay un cartel invisible que dice “aquí no abdica nadie”.
La buena noticia es que el Kategate muestra que las peripecias de la realeza interesan; la mala es que la enfermedad no perdona tampoco a los jóvenes, y que Carlos III tiene solo dos años menos que Trump, y seis menos que Biden. Los brit·nicos aprecian a sus reyes, a Guillermo y Catalina. Pero si tu madre te dice que te quiere...c