La Vanguardia (1ª edición)

Lo llaman “sensibilid­ad social”

- Antoni Puigverd

Al vomitivo espect·culo de los dos grandes partidos políticos españoles lanz·ndose las heces (el caso Koldo, el novio de Ayuso), hay que sumar ahora una campaña catalana que aspira a complicarn­os m·s la vida, si cabe. Regresan los comentario­s sobre las grandes astucias en juego y sobre tremendos dilemas ideológico­s. Lo llaman política: es mero tacticismo. La palabrería de estos días no tiene m·s valor que los comentario­s previos a un partido de fútbol.

Gracias al enésimo adelanto electoral, muchos programas sociales, económicos y culturales tendr·n que frenar de golpe. Varias leyes que los parlamenta­rios habían negociado ya est·n en la papelera. Entre otros la modélica “ley de medidas transitori­as y urgentes para hacer frente y erradicar el sinhogaris­mo”. El naufragio de esta ley es especialme­nte cruel. Presentada hace m·s de dos años, no fue una iniciativa de los parlamenta­rios, sino de cinco institucio­nes sociales (Arrels, Assís, C·ritas, Sant’Egidio y Sant Joan de Déu) asesorados por los doctores en Derecho Aguado, Pitarch, Prado y Gonz·lez.

La gran mayoría de los partidos catalanes se adhirieron a la propuesta civil y, a continuaci­ón, exhibieron ante los medios su gran “sensibilid­ad social”. Pero ya a principios del 2023 saltaron las alarmas: a pesar de que la propuesta estaba impolutame­nte diseñada por juristas civiles, la tramitació­n de la ley encallaba. Exasperant­e lentitud. Tuvo que pasar un año m·s. Y cuando parecía que la ley, finalmente, entraba en la rampa de salida, la convocator­ia electoral ha arruinado todos los esfuerzos, incluido un libro colectivo, Sensellari­sme (Icaria Editorial), que se presentar·, entre decepcione­s, después de Semana Santa.

El sufrimient­o de los sintecho, los que peor lo pasan en este país, ha ido a parar tranquilam­ente a la papelera porque, como se ha demostrado una vez m·s, la política se interesa en primer lugar por sí misma. El interés de los partidos se impone siempre a las necesidade­s del país. Cuando, ahora, por la calle, los parlamenta­rios vean a un hombre amontonand­o cartones a modo de colchón, ¿se atrever·n a mirarlo? Podían haber creado las condicione­s para hacer posible que la problem·tica de quienes carecen de techo fuera tratada desde la raíz. Pero una mezcla de pereza, desidia, rutina y tacticismo lo ha impedido. ¿No les da vergüenza? No, ya sé que no.

La política lleva muchos años siendo el principal problema de nuestra vida colectiva. Un problema que los medios de comunicaci­ón –reconozc·moslo– hemos contribuid­o a exasperar, junto con las redes sociales, el mayor instrument­o de polarizaci­ón. Que la toxicidad de la política sea una enfermedad general de Occidente no puede consolar, pero nos indica que, m·s all· del típico “me duele España” vigente entre nosotros desde la generación de Unamuno y Maragall, existen causas comunes a todas las sociedades occidental­es que explican la degradació­n de las democracia­s. La exasperaci­ón del individual­ismo es la causa primera.

Un simple vistazo a nuestras calles nos muestra una sociedad que desconoce el bien común: pintadas que destrozan fachadas y trenes, desidia y suciedad en torno a los contenedor­es de basura, el comportami­ento de la mayoría de los propietari­os de perros, las latas, pl·sticos, papeles y escombros que degradan los bosques. Los políticos, a menudo tan criticados, no son sino nuestro espejo. Nos parecemos mucho: también ellos van a lo suyo. Como diría Baudelaire, los políticos son tan hipócritas como tú, lector; y como yo.c

¿Se atreverán a mirar los parlamenta­rios a este hombre que amontona cartones?

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