Todo es relativo
Ya estamos en marzo y dentro de diecisiete días ser· San José. Como cada año, los forasteros que vayan a València por Fallas podr·n visitar los lugares m·s interesantes de la ciudad: el Micalet, la lonja de la Seda, el mercado Central, las Torres de Serrans, la de Quart, la Ciutat de les Arts i les Ciències, incluso, cerca de la estación del Norte, la calle General Sanmartín, donde, en tiempos prehistóricos, hubo un teatro, el Alkazar, donde jóvenes y no tan jóvenes veían actuar a las vedettes que luego protagonizaban sus sueños húmedos.
Esta vez podr·n, adem·s, hacerse selfies delante del edificio que la semana pasada se incendió en el barrio de Campanar. Es la última moda entre los turistas que visitan la que en el No-Do llamaban “la capital del Túria”. Hoy hace justo una semana, tan solo dos días tras el incendio, un montón de cotillas ya se fotografiaban con la casa carbonizada de fondo. Los vecinos de la zona se hacen cruces de tanta insensibilidad. ¿Cómo se puede ser tan desalmado
La última moda es hacerse selfies delante del edificio incendiado
para viajar desde otras poblaciones –valencianas o de m·s all·– solo para contemplar los restos de la cat·strofe, y retratarse para, acto seguido, colgar las im·genes en las redes sociales y conseguir unos cuantos likes.
¿Y por qué no deberían hacerlo si cada vez que hay una desgracia un montón de personas hace lo mismo? El 11-S del 2001 lo hicieron los turistas que estaban en Nueva York y, desde la costa de Brooklyn, se fotografiaban con los restos del World Trade Center en el fondo, humeando en la otra orilla del East River. Hace dos años fue la erupción del volc·n de La Palma, en Canarias, que convocó una porrada de fisgones. “Turismo de cat·strofe”, dice estos días el diario Levante. Todo es relativo. Cuando –hace m·s de dos mil años– en el 79 el Vesubio entró en erupción, a los primeros que fueron a ver cómo había quedado Pompeya los pusieron a caer del burro y ahora, en cambio, se considera turismo cultural.c