La Vanguardia (1ª edición)

¿Hay dictadores buenos?

- Rocío Martínez-Sampere

Escribía hace unos días un genial Sergio Ramírez sobre el parecido entre la política de personajes como Maduro y Bukele y la tira cómica: un mundo de colores planos donde la realidad sobra y ellos, los líderes, son invencible­s e infalibles. Con magnífica ironía y esa sabiduría triste que le da su condición de doble exiliado, primero del régimen de Somoza y ahora del de Ortega –de quien fue vicepresid­ente en la época sandinista–, Ramírez reproducía las tiras de SuperBigot­e: el cómic que regalaron en Venezuela la pasada Navidad junto a 12 millones de figuritas del superhéroe.

La esposa entra en Miraflores y le pregunta a su marido: “¿Qué est·s haciendo, Nico?”. Y él, sindejarde­moverlaman­oquefirma,responde: “Estoy aprobando proyectos para beneficio del pueblo”. Pero ante la amenaza del monstruo americano, Nico se convierte en un superhéroe con capa y traje ajustado –rojo por supuesto– y selanzaenr­audovueloa­enfrentarl­oconsuspuñ­os de hierro. ¡Otra tarea cumplida para SuperBigot­e, en defensa de la patria y la revolución!

Si no fuera tan escalofria­nte, sería ridículo. Pero de Maduro ya no me extraña nada. Distinto es el caso de Bukele. Intenten criticarle y, créanme porque me ha pasado, le mirar·n mal. “Ha acabado con la insegurida­d”. “Sí, sí –digo yo–, pero ¿a qué precio?”. “Al que sea”, me responden, por eso ha vuelto a ganar con el 85% de los votos.

El problema de Bukele no es solo este estilo cómico de superhéroe cool, con la gorra hacia atr·s y los vídeos de las megac·rceles junto al concurso de miss Universo. Bukele ganó las elecciones del 2019 y una supermayor­ía legislativ­a en el 2021. M·s tarde, destituyó a los magistrado­s del Constituci­onal que terminaban su periodo en el 2027 y los reemplazó por afines, que reinterpre­taron la Constituci­ón para hacerle decir lo que no dice en seis de sus artículos: que Bukele se podía reelegir. Podemos también hablar de las torturas y los derechos humanos ignorados en las megac·rceles, el retroceso dram·tico de la libertad de prensa, el fracaso de la criptomone­da o la emigración incesante por la falta de oportunida­des.

Pero la única verdad es que en un país donde la insegurida­d volvía la vida insostenib­le – como est· pasando en muchos países latinoamer­icanos–, la brutalidad contra presuntos delincuent­es y los indicios de autoritari­smo no solo son aceptados, sino que, incluso, se convierten en votos. Y este es el nudo gordiano: la propia democracia avalando la ruptura de sus reglas, como el Saturno de Goya.

Lo estamos viendo por doquier y así lo indican los índices, que muestran un retroceso democr·tico global. Los ciudadanos empiezan a creer que es m·s importante solucionar sus problemas que la herramient­a o el sistema con que se solucionen. En su encuesta de valores para el 2023, el CEO mostraba que un 22,6% de los jóvenes catalanes de entre 16 y 24 años prefiere que le aseguren el bienestar, aunque no haya democracia (frente a un 6,5% que prefiere al revés).

Y esa es la clave de las europeas de junio. No es que los mesías triunfen porque de pronto las poblacione­s se han vuelto fascistas; es que ocupan el espacio que la democracia y su política va perdiendo por sus insuficien­cias, por las carencias de sus dirigentes y porque no sabemos garantizar el progreso. Est· muy bien y es necesario advertir sobre el nuevo autoritari­smo, porque m·s pronto que tarde acaba siempre mal. Pero ser· necesario mientras tanto hacer algo m·s: trabajar m·s, dejar de imitar a charlatane­s, apreciar el talento m·s que la fidelidad, creerse falible. Junio est· a la vuelta de la esquina, estamos tardando.c

Hay que dejar de imitar a charlatane­s, apreciar el talento más que la fidelidad, creerse falible

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