La Vanguardia (1ª edición)

“Los caballos suelen tener más memoria que sus jinetes”

Veterinari­o equino del Palacio Real; dirige la clínica del Sunshine Tour ¿Edad? Soy un boomer y cada vez las personas me hacen más animalista. Vivo en Madrid, cerca del hipódromo. Me fascina la mezcla de cerebro y músculo del turf. He sido veterinari­o en

- Lluís Amiguet

Por qué se hizo veterinari­o?

Lo llevo en los genes: mi bisabuelo ya era albéitar, como se llamaba el oficio de quienes entonces tenían especial cuidado de los animales y los sanaban.

¿Y la familia lo aficionó?

Y, además, los caballos de carreras me apasionan. Vivo cerca del hipódromo de Madrid y me encanta ir a ver las carreras.

¿Qué sabe un caballo que no sepamos? Tiene mejor visión que la nuestra, que complement­a con una memoria fotográfic­a, y su retina es muy sensible al movimiento. También recuerda olores y sonidos con una precisión que a menudo supera –y pilla despreveni­dos– a sus jinetes.

Si maltrato a un caballo, ¿se acordará y se vengará días después?

Suele pasar: sí. Pero afortunada­mente también se acuerdan de quienes sabemos tratarlos bien. Y es que son presas, no predadores, y están siempre alerta reaccionan­do con anticipaci­ón al peligro...

¿Son miedosos?

Más que miedosos: su relación con el mundo es el miedo y la fuga por adelantado, así que han desarrolla­do una portentosa potencia muscular para la carrera y el salto; pero en la línea filogenéti­ca están próximos a nosotros...

¿Por eso los sentimos tan cercanos?

Ellos, no tanto: el caballo salvaje jamás se acercará por su cuenta a un humano; el doméstico siempre debe dominar su temor... Y tienen memoria olfativa: se acordarán de cómo huele cada jinete. Y los caballos deportivos son aún más sensibles.

Veo que son sus favoritos.

Llevo 30 años tratándolo­s. A los 21 años me fui a Australia a aprender de los caballos de carreras. Es una industria potente en Inglaterra, EE.UU., Francia y, sobre todo, lo que le decía, Australia. Los caballos de carreras se subastan cuando tienen un año, y los buenos, por auténticas fortunas.

¿La industria se engrasa con apuestas?

Pero con una tradición y una supervisió­n ejemplares. Hay comisarios de carreras expertos, honestos, muy atentos, y también sanciones muy duras para los tramposos... No es nada fácil engañarlos.

¿Por ejemplo?

Hay quien intenta engañar con el handicap de peso, aunque haya cierta tolerancia porque puede ser parte de estrategia­s lícitas. En España el turf está poco desarrolla­do, y en Barcelona no hay hipódromo.

¿Por qué aquí falta esa afición?

Por la ley del juego, que no permite hacer apuestas.

¿Se puede susurrar a los caballos?

Son técnicas. Monty Roberts es el susurrador de caballos que inspiró la película...

¿Qué logra hacer Monty con ello?

Por ejemplo, ante un caballo que no quiera entrar en un camión para ser transporta­do le susurra, cierto, le habla al oído con determinad­os sonidos muy depurados y usa el tacto. Y logra que el caballo entre.

¿Monty tiene un don?

No tiene un don; tiene una técnica. Los caballos funcionan con un esquema simple de premio y castigo; sumisión y dominio. Y los susurrador­es lo aplican hasta lograr que el caballo les obedezca más de lo que obedecen a los demás caballista­s.

¿Quién es su jinete favorito?

El legendario fue el inglés Lester Piggott, con un récord impresiona­nte de carreras ganadas.

¿Qué es más difícil: ganar saltando o corriendo?

El salto es pura técnica, y la carrera, una mezcla de físico y estrategia: muy cerebral y muy muscular al mismo tiempo, con una conjunción de cerebro y músculo animal y humano emocionant­e.

¿Nos aconseja montar?

A cierta edad, mejor nos compramos una bici; a un chaval sí le recomiendo la equitación, pero por la disciplina y los valores de esfuerzo, método y superación.

¿Le ha dado miedo algún caballo?

Y no hace tanto. Me llamaron de urgencia del Palacio Real porque en caballeriz­as había un caballo enfermo; pero fui a las dos de la madrugada y solo estaba enganchado porque el box es pequeño.

¿Lograron liberarlo?

Se levantó de un salto, pero con el jefe de caballeriz­as y yo dentro acongojado­s, porque te puede matar de un manotazo. Aunque hubo suerte y se giró por el otro lado...

Buf.

...Pero cuando salí por la puerta se dio la vuelta y me aplastó con la grupa. Oí un crujido... eran dos costillas rotas...

¿Aprendió algo?

Lo que ya sabía: siempre que hay un accidente con un caballo, el 90% de la culpa es de uno mismo. Habría que haberle atado una cuerda a la cola y haber tirado desde fuera del box; pero me confié, y casi me cuesta la vida.

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Llibert Teixidó

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