La Vanguardia (1ª edición)

“‘Coged una cuerda y ahogadla’, dijo mi abuelo al nacer mi madre”

Tengo 65 años. Nací en Madrid de familia asturiana... y estoy volviendo a Asturias. Soy periodista y escribo novelas. Tengo tres hijos, Ana (28), Juan (22) y Mercedes (21), y vivo “en pecado” con Sandra Ibarra, maravillos­a. ¿Política? Escéptico. ¿Creencia

- Periodista y novelista Víctor-M. Amela

Recién cumplidos? Sesenta y cinco añitos, sí. Bien llevados. Refuerzo mi sistema inmunitari­o todo lo que puedo.

¿Cómo?

Si estoy en Asturias, me baño en el mar. Todo el año. En Madrid, agua fría.

¿Es la clave?

Y bebo té de gengibre, muy antioxidan­te. Y medito: sereno así mi mente.

¿Desde cuándo se cuida tanto?

Mi madre me daba comida macrobióti­ca desde niño, fue de las primeras en España.

¿Qué más hace?

Vivir todo lo que puedo en una borda de un prado asturiano, con seis caballos en libertad. Uno de los caballos es catalán.

¿Catalán?

Se llama Almíbar, está viejito: abandonado tras un desahucio, mi mujer, Sandra, lo vio en un reportaje de La Vanguardia .Y vinimos a por él. ¡Ahora vive como Dios!

Qué apacible debe de ser estar ahí...

Sandra se comunica sin palabras con los seis caballos. Ese silencio me da paz. ¡La vida es esto! Y nos la perdemos.

¿Vivimos con demasiado ruido?

Si caminas, ¡camina! Si comes, ¡come! Atención plena. Vivir es estar atento.

Usted atiende a su historia familiar.

La novelo en Melina: arranca con la frase que mi abuelo espetó al nacer mi madre...

Repítamela.

“Cogéi una cuerda y afogáila”. ¿Coged una cuerda y ahogadla?

Eso dijo exactament­e. ¡Qué bruto! ¿Por qué lo dijo?

Por desesperan­za más que por brutalidad. La vida era durísima en los años treinta entre los mineros de Asturias. Era 1934 y mi abuelo y otros comunistas planeaban la toma de Oviedo con explosivos.

La revolución de Asturias.

A mi abuelo le servía un varón y no veía futuro para esa niña recien nacida...

¿Cómo le fue a esa niña?

Salió adelante... sin gran afecto paterno. Como tantas mujeres que fueron capaces a la postre de vivir sus propias vidas.

¿Padres machistas?

Hombres revolucion­arios fuera de casa y machistas en casa. El mérito fue de feministas sufragista­s como Clara Campoamor... o como tantas maestras.

¿Ayudaron ellas a su madre?

La infancia de Melina es la de mi madre: encontró atención en una maestra. Valoremos la educación que tantas vidas salva.

Merecen gratitud y reconocimi­ento. Recuerdo a doña Ana, profesora que me enseñó a leer con cariño y paciencia.

¿Qué otras pasiones dominan la historia de

Melina?

La reafirmaci­ón de la propia identidad y el amor: son fuerzas permanente­s y siguen operando, son la humana condición.

¿Vive su madre?

Vive, y mi padre también. El propósito vital de mi madre ha sido siempre que todos a su alrededor estén lo mejor posible.

Ha estado atenta a eso: importante.

A hacer lo debido y aprender. En mi novela reconoce mi madre su propia su infancia. Mi madre vio en el cementerio los cadáveres de republican­os asesinados...

Uf...

Cuento cómo una mujer inconforme con su pobre autoestima de origen se sobrepone y, apoyada en algunas personas, logra ser una mujer independie­nte y fuerte.

¿En qué personas se apoyó?

En aquella maestra que le decía y también en las guisandera­s: mujeres que atesoraban recetas culinarias y se ofrecían a familias que podían pagarles por guisar.

Hallamos sus recetas en su novela...

Varias recetas. Y también ayudaron a mi madre mujeres estraperli­stas: espabilaba­n y comerciaba­n para criar a sus hijos.

¿Qué dice su madre hoy?

Me ha insistido en que “he sido muy feliz con tu padre”. Mi padre fue pastor, pero estudió por correspond­encia y prosperó, voluntario­so y siempre muy curioso.

¿Consiguió su madre el afecto de su padre, finalmente?

Sí, con los años: mi abuelo, al que conocí, era una persona estupenda, pese a su dura vida. Participó en la toma de Oviedo: Josep Pla contó en una crónica el hedor de las alcantaril­las reventadas por los dinamitero­s revolucion­arios.

Y la República les reprimió luego.

Envió al general Francisco Franco, sí. Que reaparece en el final de mi novela... Final que divierte a mi amigo Víctor Manuel.

¿El cantante asturiano?

Sí, maravillos­o. Hay al final un diálogo que él denomina “inverosími­l”.

¿Me lo explica?

¡No! Léalo. La novela ha dado felicidad a mi madre, y eso me llena. Y les he inmortaliz­ado a ella y a mi abuelo: ¡es el poder de la ficción! Y yo me lo he permitido.

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Àlex Garcia

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