La timidez extrema del Labour
Como la derecha, el partido estudia procesar las solicitudes de asilo en el extranjero
El Labour es tan tímido que, si fuera persona, jam·s se atrevería a pedir trabajo, a sacar a bailar a una chica (o un chico), y no digamos a darle un beso, aunque fuera en la mejilla. Su inseguridad es crónica. Si tiene que hablar de impuestos, tiembla. Si se suscita el tema de la reforma de la sanidad pública y el Estado de bienestar, se queda sin habla o sin respiración. Y si lo que se debate es la inmigración, se pone colorado como un tomate.
A punto de cumplirse (22 de enero) el centenario de la primera vez que formó gobierno, con Ramsay MacDonald en el doble papel de primer ministro y secretario del Foreign Office, debe de ser la falta de pr·ctica. En esos cien años, los laboristas solo han ejercido el poder un 33% del tiempo, por un 67% de los conservadores. Han tenido seis primeros ministros y gozado de tres mayorías absolutas por catorce y diez, respectivamente, de sus rivales. Cuando han ocupado Downing Street, se han sentido intrusos.
Su crítica a la idea de enviarlos a Ruanda es por consideraciones económicas y prácticas, pero no de índole moral
Pero los sondeos, el ambiente político (decenas de diputados tories no se van a presentar a la reelección y est·n buscando trabajo en el sector privado) y el zeitgeist (espíritu del tiempo) apuntan a que Keir Starmer ser· el primer líder del Labour en ganar unas elecciones generales desde Tony Blair, y el país se pregunta qué es lo que har· con el poder. Imposible saberlo. Cuando la alta natalidad se premiaba y las familias eran numerosas, una de las primeras expresiones que aprendían los hermanos pequeños era “yo también”, creyendo que cualquier cosa que pidieran sus mayores (un globo, una golosina, un helado...) les convendría también a ellos. Una asunción muy razonable.
El Labour, hermano pequeño de los conservadores en la política brit·nica, hace lo mismo. Pero no por convicción, sino por timidez y miedo a la reacción del electorado. Los tories prometen que bajar·n los impuestos, har·n austeridad y disminuir·n el gasto público, y ellos les siguen la copla. Dicen que el Brexit es cosa hecha y nada de volver al mercado único, y agachan la cabeza. Hablan de privatizar parcialmente la sani
dad pública, y no se oponen. Se les ocurre la locura de procesar a los inmigrantes ilegales en el extranjero, y los laboristas no descartan la idea. Si su programa fuera un libro o una partitura musical, sus rivales podrían acusarles de plagio.
Conforme se acercan las elecciones (previstas para la primavera o el otoño del 2024), el Labour ha abandonado todos sus propósitos m·s radicales, como subir los impuestos a los ricos, privatizar
las energéticas y los ferrocarriles, dar el voto a los mayores de 16 años y los europeos o dedicar 35.000 millones de euros a la energía verde. Keir Starmer incluso se ha declarado admirador de Margaret Thatcher (por la manera en que logró cambiar el país), y la última es que no descarta la idea de procesar las solicitudes de asilo de inmigrantes ilegales en otros países (aunque no Ruanda).
A diferencia del Partido Conservador,
los laboristas aceptarían en el Reino Unido a aquellos que justificasen ser objeto de persecución política, el examen de los casos correspondería a funcionarios brit·nicos, y nadie sería deportado mientras la tramitación de sus expedientes estuviera en curso. Pero aceptar la externalización de esa responsabilidad es un paso muy importante y ha generado considerable oposición interna, paliada tan solo por la avidez
de llegar al poder tras catorce largos años en la oposición.
“Cualquier cosa que funcione” es el lema laborista en materia migratoria, incluido enviar a los simpapeles a un tercer país tal y como llegan, en la línea de lo que también se plantean Italia, Austria o Dinamarca. Su crítica a la obsesión de los conservadores por mandarlos a Ruanda es el coste (300 millones de euros por ahora) y las consideraciones pr·cticas (no se ha metido en el avión a ninguno). Pero no las de índole moral. Lo importante es que la disuasión sea efectiva, los medios, legales, y cuente con el apoyo de la opinión pública (partidaria de mostrar compasión con los afganos que huyen de los talibanes, las mujeres y los niños y los “auténticos refugiados”, pero no con los “inmigrantes económicos”).
El miedo a enseñar las cartas es tal que el equipo destinado a elaborar las futuras políticas no tiene nombre y es una especie de unidad secreta. “El Labour es una cruzada moral o no es nada”, decía Harold Wilson, que se impuso en 1964 en un clima político parecido al de ahora. Starmer se conforma con ganar, como sea.c