La Vanguardia (1ª edición)

La timidez extrema del Labour

Como la derecha, el partido estudia procesar las solicitude­s de asilo en el extranjero

- Rafael Ramos

El Labour es tan tímido que, si fuera persona, jam·s se atrevería a pedir trabajo, a sacar a bailar a una chica (o un chico), y no digamos a darle un beso, aunque fuera en la mejilla. Su insegurida­d es crónica. Si tiene que hablar de impuestos, tiembla. Si se suscita el tema de la reforma de la sanidad pública y el Estado de bienestar, se queda sin habla o sin respiració­n. Y si lo que se debate es la inmigració­n, se pone colorado como un tomate.

A punto de cumplirse (22 de enero) el centenario de la primera vez que formó gobierno, con Ramsay MacDonald en el doble papel de primer ministro y secretario del Foreign Office, debe de ser la falta de pr·ctica. En esos cien años, los laboristas solo han ejercido el poder un 33% del tiempo, por un 67% de los conservado­res. Han tenido seis primeros ministros y gozado de tres mayorías absolutas por catorce y diez, respectiva­mente, de sus rivales. Cuando han ocupado Downing Street, se han sentido intrusos.

Su crítica a la idea de enviarlos a Ruanda es por considerac­iones económicas y prácticas, pero no de índole moral

Pero los sondeos, el ambiente político (decenas de diputados tories no se van a presentar a la reelección y est·n buscando trabajo en el sector privado) y el zeitgeist (espíritu del tiempo) apuntan a que Keir Starmer ser· el primer líder del Labour en ganar unas elecciones generales desde Tony Blair, y el país se pregunta qué es lo que har· con el poder. Imposible saberlo. Cuando la alta natalidad se premiaba y las familias eran numerosas, una de las primeras expresione­s que aprendían los hermanos pequeños era “yo también”, creyendo que cualquier cosa que pidieran sus mayores (un globo, una golosina, un helado...) les convendría también a ellos. Una asunción muy razonable.

El Labour, hermano pequeño de los conservado­res en la política brit·nica, hace lo mismo. Pero no por convicción, sino por timidez y miedo a la reacción del electorado. Los tories prometen que bajar·n los impuestos, har·n austeridad y disminuir·n el gasto público, y ellos les siguen la copla. Dicen que el Brexit es cosa hecha y nada de volver al mercado único, y agachan la cabeza. Hablan de privatizar parcialmen­te la sani

dad pública, y no se oponen. Se les ocurre la locura de procesar a los inmigrante­s ilegales en el extranjero, y los laboristas no descartan la idea. Si su programa fuera un libro o una partitura musical, sus rivales podrían acusarles de plagio.

Conforme se acercan las elecciones (previstas para la primavera o el otoño del 2024), el Labour ha abandonado todos sus propósitos m·s radicales, como subir los impuestos a los ricos, privatizar

las energética­s y los ferrocarri­les, dar el voto a los mayores de 16 años y los europeos o dedicar 35.000 millones de euros a la energía verde. Keir Starmer incluso se ha declarado admirador de Margaret Thatcher (por la manera en que logró cambiar el país), y la última es que no descarta la idea de procesar las solicitude­s de asilo de inmigrante­s ilegales en otros países (aunque no Ruanda).

A diferencia del Partido Conservado­r,

los laboristas aceptarían en el Reino Unido a aquellos que justificas­en ser objeto de persecució­n política, el examen de los casos correspond­ería a funcionari­os brit·nicos, y nadie sería deportado mientras la tramitació­n de sus expediente­s estuviera en curso. Pero aceptar la externaliz­ación de esa responsabi­lidad es un paso muy importante y ha generado considerab­le oposición interna, paliada tan solo por la avidez

de llegar al poder tras catorce largos años en la oposición.

“Cualquier cosa que funcione” es el lema laborista en materia migratoria, incluido enviar a los simpapeles a un tercer país tal y como llegan, en la línea de lo que también se plantean Italia, Austria o Dinamarca. Su crítica a la obsesión de los conservado­res por mandarlos a Ruanda es el coste (300 millones de euros por ahora) y las considerac­iones pr·cticas (no se ha metido en el avión a ninguno). Pero no las de índole moral. Lo importante es que la disuasión sea efectiva, los medios, legales, y cuente con el apoyo de la opinión pública (partidaria de mostrar compasión con los afganos que huyen de los talibanes, las mujeres y los niños y los “auténticos refugiados”, pero no con los “inmigrante­s económicos”).

El miedo a enseñar las cartas es tal que el equipo destinado a elaborar las futuras políticas no tiene nombre y es una especie de unidad secreta. “El Labour es una cruzada moral o no es nada”, decía Harold Wilson, que se impuso en 1964 en un clima político parecido al de ahora. Starmer se conforma con ganar, como sea.c

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BEN STANSALL / AFP Un grupo de migrantes en patera cruzando el canal de la Mancha hacia Dover, en el sur de Inglaterra

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