La Vanguardia (1ª edición)

Sin Carrero Blanco, se aceleró la transición

- Periodista. Autor del libro ‘Las claves de la informació­n en el asesinato del presidente Carrero Blanco’. 2023

La cifra m·gica de 50 aÒos del asesinato del presidente Luis Carrero Blanco, el número dos del dictador Francisco Franco, ha reavivado debates, publicacio­nes y produccion­es audiovisua­les sobre aquel hecho insólito que tuvo tanta trascenden­cia política. A pesar de ello, paradójica­mente, lo sucedido quedó en la penumbra informativ­a, casi olvidado, salvo en los aniversari­os.

Nadie tenía demasiado interés en ponerlo en primer plano. Ni el mismo régimen de Franco, ni los posfranqui­stas, porque denunciaba un capítulo de clamorosa ineficacia y escasa profesiona­lidad del aparato de seguridad de la dictadura. Una dictadura agonizante con once servicios de informació­n —once— que estaban pendientes de obreros, estudiante­s y curas progresist­as mientras se dejaban matar al subjefe m·ximo de todos ellos en pleno centro de Madrid. El comando ejecutor, pertenecie­nte a la organizaci­ón terrorista vasca ETA, circuló por la capital de EspaÒa durante al menos medio aÒo sin ser detectado, incluso con torpezas varias e incidentes increíbles, y acabó por asesi- nar al número dos del régimen de una forma que asombró al mundo: haciendo volar cinco plantas su coche, de casi dos toneladas, por la explosión de 80 kilos de dinamita. El explosivo, robado meses antes en un polvorín de Hernani (País Vasco), se colocó en un túnel bajo la calle. De película tr·gica.

Pero a la izquierda espaÒola, socialista­s y comunistas principalm­ente, así como al resto de la oposición, tampoco les interesaba destacar lo sucedido en aquel atentado porque la entrada inesperada de ETA en el relato de la transición restaba protagonis­mo al movimiento obrero, estudianti­l y ciudadano que avanzaba en su lucha por conseguir la democracia. Ese fue, decididame­nte, el motor de la llegada de las libertades.

En cualquier caso, la muerte de Carrero –el marino que debía su ascenso a que en noviembre de 1940 había entregado un informe a Franco recomend·ndole no entrar en la Segunda Guerra Mundial junto a Alemania e Italia– fue claramente un acelerador de aquel proceso. El almirante debía ser la prolongaci­ón de Franco, como su albacea político, por tres, cinco o diez aÒos m·s. La dictadura hubiera finalizado igual, porque era insostenib­le, con una oposición creciente y ya estaba muy

aislada en Europa. De hecho, a los cuatro meses llegó la democracia a Portugal por la revolución de los claveles, y ocho meses después cayó la dictadura griega. Pero la desaparici­ón de Carrero aceleró el proceso. “Un victimario del franquismo que pasó a ser víctima del terrorismo”, como lo define el historiado­r José Antonio Castellano­s.

Aquel día no solo hubo un magnicidio en EspaÒa. También se neutralizó horas después el intento de golpe de Estado interno protagoniz­ado por el jefe m·ximo de la Guardia Civil. Y, adem·s, se abortó una ola represiva a gran escala. Tres en uno. Día fatídico que hubiera podido resultar todavía mucho m·s tr·gico.

En aquel magnicidio del 20 de diciembre de 1973 falleciero­n tres personas: el presidente, su conductor y el policía de escolta. Pero todo estaba preparado para que murieran aquel mismo día y posteriore­s, docenas, o acaso centenares, de militantes sindicalis­tas y comunistas a manos de la represión del búnker franquista, enfurecido por el inesperado atentado. Ese era el segundo objetivo de la operación: generar una “noche de cuchillos largos”. “Genoveva Forest (Eva) y Alfonso Sastre creían que así se dejaría fuera de juego a la oposición democr·tica que buscaba una vía pacífica, lo que fortalecer­ía la opción de la lucha armada”, recuerda Eduardo S·nchez Gatell de aquellas conversaci­ones previas al atentado.

Con el atentado se consiguió el primer objetivo, para estremecim­iento general del país: ejecutar al presidente del gobierno. Pero no se alcanzó de milagro el segundo objetivo, la represión indiscrimi­nada, porque el régimen –tan ineficaz, con sus once servicios de informació­n, que ni siquiera disponían de tecnología b·sica y adem·s estaban en competició­n permanente entre ellos– contaba, sin embargo, con algunos dirigentes de élite con gran profesiona­lidad. Pensamos en el jefe del Alto Estado Mayor del Ejército, Manuel Díaz Alegría, y en sus ayudantes, donde destacaba el general Gutiérrez Mellado; y pensamos en el entonces vicepresid­ente del gobierno, Torcuato Fern·ndez Miranda, que pasó a ser presidente provisiona­l al producirse la muerte de Carrero.

Cincuenta aÒos después de aquel 20 de diciembre de 1973, no queda duda ninguna de la autoría: fue la organizaci­ón terrorista vasca ETA, y solo ETA, la que ejecutó al presidente Carrero. Sin ayuda técnica de americanos, ni agentes de otro país como las teorías conspirano­icas sugieren con eco medi·tico apreciable en algunos libros, publicacio­nes e incluso en alguna producción televisiva.

Entristece contemplar allí las afirmacion­es de periodista­s tratando de intoxicar a la opinión pública con historias inauditas e imposibles, como que la noche anterior unos agentes extranjero­s entraron en el túnel para reforzar los explosivos con minas antitanque.

Todo apunta a que los coautores intelectua­les del magnicidio –Eva Forest y Alfonso Sastre– programaro­n la fecha del 20 de diciembre, coincidien­do con el juicio contra los dirigentes del sindicato clandestin­o Comisiones Obreras, para generar una gran represión.

“Ellos dos odiaban profundame­nte al Partido Comunista de EspaÒa, que había expulsado a Alfonso Sastre unos aÒos antes”, confirma la abogada Lidia Falcón, que compartió nueve meses de celda con Genoveva. Lidia estuvo encarcelad­a en la prisión de Yeserías tras

El atentado perseguía una ola de represión indiscrimi­nada que no tuvo lugar

el atentado posterior de la cafetería Rolando, pero no fue imputada de ningún delito: “Lo que no consiguier­on con Carrero lo intentaron de nuevo buscando una represión generaliza­da”.

A las 9.28 minutos se produjo el atentado. A las 10.16, solo 48 minutos después, el correspons­al de ANSA en Madrid envió a su central en Roma la noticia de que el presidente Carrero había resultado “muerto por esa explosión”. Muy por delante de otras agencias internacio­nales presentes en EspaÒa y, por supuesto, mucho antes que la agencia espaÒola Efe, sujeta al control informativ­o del gobierno. Por fin, a la una de tarde de aquel 20 de diciembre de 1973, todas las emisoras del país, públicas y privadas, conectadas obligatori­amente con Radio Nacional de EspaÒa, difundiero­n la noticia de la muerte de Carrero Blanco como resultado de una explosión. Sin m·s.

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STAFF / AFP El almirante Luis Carrero Blanco en Madrid en 1970

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