La Vanguardia (1ª edición)

Colapso: ¿fatalidad o mito?

- Laura Freixas

ASi contaminam­os menos que China, es porque hemos externaliz­ado allí la producción industrial

hora que ha terminado la COP28, ¿vamos a seguir hablando del cambio clim·tico? Mucho menos, supongo, hasta la próxima COP. Aunque, en realidad, ¿quién hablaba? La prensa, la televisión… Pero en el Congreso, o en las conversaci­ones de la gente, la cuestión ecológica sale sorprenden­temente poco: comp·renla, por ejemplo, con la amnistía. ¿Por qué? No creo que sea porque no somos consciente­s de su gravedad; ni, desde luego, porque falte informació­n. ¿Entonces? Creo que hay dos motivos. Uno, intelectua­l: los datos son complejos y ·ridos. Otro –aún m·s importante–, emocional: el tema nos angustia. Yo misma llevo años diciéndome que debería leer un libro que es un hito en la materia, El planeta inhóspito, de David Wallace-Wells, que salió en el 2017… y no lo hago. Diré en mi descargo que se anuncia con esta frase, firmada por un crítico de The New York Times: “El libro m·s aterrador que he leído nunca”. Como argumento de venta, los he conocido mejores.

Hay cosas, sí, que todo el mundo sabe. Que el calentamie­nto global, del que ya no podemos dudar (¡28ºC en Murcia en diciembre!), es consecuenc­ia del uso de combustibl­es fósiles: carbón, gas, petróleo; que Europa est· “haciendo los deberes” mucho m·s que otros países, como China; que la alternativ­a son las energías renovables… Diríase que el compromiso de la COP28, de “dejar atr·s los combustibl­es fósiles”, es una excelente noticia.

Pero a poco que nos informemos, descubrimo­s que si contaminam­os menos que China, es porque hemos externaliz­ado a China la producción industrial; que las renovables tienen un potencial muy limitado y requieren, adem·s, grandes cantidades de unos minerales que se agotar·n pronto; que el petróleo no solo se usa para el transporte, sino para fabricar cemento, pl·stico, ropa… y ahí ¿cómo se sustituye?... Eso por no hablar de los otros aspectos del problema: escasez de agua dulce y terreno cultivable, desaparici­ón de los bosques, acumulació­n de residuos que la naturaleza no puede absorber… Como explica La gran encrucijad­a, de Fernando Prats, Yayo Herrero y Alicia

Torrego, la mera proyección a futuro del vigente modelo de desarrollo conduce al “probable colapso de nuestras actuales sociedades”.

¿Colapso? ¿Qué es eso?... “Acecharemo­s alces en los bosques entre las ruinas del Rockefelle­r Center, treparemos por las enredadera­s que envolver·n las torres Sears”, profetiza uno. Y otro: “Quien tenga suerte, consiga hacerse con una parcela cultivable, practique en ella la agricultur­a ecológica y se emplee a fondo en mantener a raya a los asaltantes, tendr· algunos días ratas para cenar”… M·s sobrio, el ecologista Yves Cochet habla de “un proceso a partir del cual una mayoría de la población ya no tendr· las necesidade­s b·sicas (alimentaci­ón, agua, energía) cubiertas”. Puede ser una cat·strofe; o una decadencia como la de Roma, que en el siglo V pasó de tener un millón de habitantes a unos veinte mil; o tal vez algunas regiones prosperar·n a costa de que otras se hundan en el caos…

Son escenarios que encuentro en un libro que acaba de salir: Contra el mito del colapso ecológico, de Emilio Santiago, y que me ha devuelto algo de esperanza. Este científico del CSIC nos advierte de que el “colapsismo” (la creencia de que el colapso es inevitable, en una u otra forma) “no es ciencia, es ideología”, pues “casi ningún dato de la ciencia natural tiene asegurada una traducción social e histórica concreta”.

Es verdad que el mensaje colapsista es demasiado determinis­ta, a la vez que impreciso, y políticame­nte contraprod­ucente: si en cualquier caso estamos condenados, ¡a vivir, que son dos días! Pero no es mejor el mensaje contrario: el tecnooptim­ismo, mucho m·s irracional (m·s fe que datos) que el colapsismo, e igual de impreciso y desmotivad­or. Hay, según Santiago, una tercera vía: con movimiento­s sociales, acción política, cambio cultural… podemos disminuir el consumo energético, extender el reciclaje y el transporte público, poner fin a la obsolescen­cia programada, redefinir la felicidad separ·ndola del consumismo… Al fin y al cabo, “la pandemia demostró que se puede detener la economía global supedit·ndola al imperativo del bien común”.

Yo, por mi parte, no tengo certezas. Bueno, en realidad, tengo una: la de que deberíamos, todos, hablar mucho m·s de esto.c

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Rafiq Maqbool / AP

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