La Vanguardia (1ª edición)

Del terror a la barbarie

- Colectivo Treva i Pau TREVA I PAU, formado por Jordi Alberich, Eugeni Bregolat, Eugeni Gay, Jaume Lanaspa, Juan-José López Burniol, Carles Losada, Josep Lluís Oller, Alfredo Pastor, Xavier Pomés i Víctor Pou

Alo largo de la historia solo los avatares del pueblo gitano son comparable­s a los del pueblo judío. Como producto de sus di·sporas, se han diseminado por millones en multitud de países conservand­o una insólita y profunda identifica­ción con su cultura y sus orígenes. Ambos pueblos han tenido frecuentem­ente la condición de chivo expiatorio y han sufrido violencia, humillacio­nes, arbitrarie­dades y vejaciones de todo tipo, estigmatiz­ación, leyendas negativas y desprecio. Y como tr·gica culminació­n incalifica­ble, el holocausto, que sacrificó a millones de judíos y cientos de miles de gitanos, lo que generó una inextingui­ble corriente universal de solidarida­d ante esos genocidios.

Durante siglos, ambos pueblos han sido víctimas, con intensidad y frecuencia variables, pero nunca, en ningún lugar del mundo en que estuvieran instalados, han optado por mudarse en verdugos, en responder al odio con odio o a la violencia con violencia.

Con estos antecedent­es, la creación –por decisión de la ONU– del Estado de Israel permitía esperar la emergencia de un foco perdurable de paz, concordia y convivenci­a. Desgraciad­amente, no ha sido así, para sufrimient­o de israelíes y palestinos muy en primer lugar, y de millones de personas en todo el mundo (especialme­nte, las muchas que tienen sentimient­os y afectos compartido­s).

Y después de años de dolor y frustració­n, llegamos al conflicto actual que da lugar al título de este artículo, en que el terror se refiere a la matanza de Hamas y la barbarie a la respuesta del ejército de Israel. De acuerdo con los datos que la directora ejecutiva de Unicef citó en el Consejo de Seguridad de la ONU el 22 de noviembre, el número de niños israelíes asesinados fue de 35, y el de niños palestinos asesinados en Cisjordani­a sumaba 56, adem·s de los m·s de 5.300 niños muertos en Gaza por los bombardeos del ejército israelí. Las víctimas civiles en Gaza m·s que duplican las que produjo la invasión de Irak, y se acercan dram·ticamente a las que los bombardeos alemanes produjeron en Londres durante la Segunda Guerra Mundial.

Ante las tragedias de las que somos espectador­es vitalmente interesado­s, caben algunas considerac­iones: a pesar de los graves antecedent­es a los que se refirió el secretario general de la ONU, la agresión de Hamas es totalmente injustific­able, y su resultado, con 300 soldados y m·s de 900 civiles asesinados y decenas de rehenes secuestrad­os, inadmisibl­e, por m·s que resulte insólita la facilidad con que tal agresión fue perpetrada, en una frontera de tan alto riesgo.

La respuesta del ejército israelí, bombardean­do poblacione­s indefensas, es despiadada e inhumana y contraria al derecho internacio­nal. El objetivo de eliminar a los milicianos de Hamas no puede justificar la muerte de miles de inocentes. Un fin legítimo no justifica medios ilegítimos.

La escalada de violencia del ocupante en Cisjordani­a muestra un supremacis­mo inconcebib­le por parte de colonos y soldados. La deshumaniz­ación del otro es palmaria, por m·s que sea igualmente semita,

Es difícil comprender cómo el gobierno de Israel puede ser insensible al dolor que causa a millones de palestinos

descienda igualmente de Abraham e invoque la paz con un término casi idéntico (shalom y salam). Del mismo modo, la inauguraci­ón de nuevos asentamien­tos ilegales es una provocació­n inadmisibl­e.

Muchas personas se han preguntado cómo un pueblo tan culto y avanzado como el alem·n permitió emerger en su seno la maldad absoluta. Igualmente, es difícil comprender cómo el Gobierno de Israel, con su terrible experienci­a secular de sufrimient­o, puede ser insensible al dolor que provoca a millones de palestinos, cuya vida, salud y dignidad estar·n en peligro mientras duren las hostilidad­es y m·s all·.

En un reciente artículo, Shlomo Ben Ami, exministro de Asuntos Exteriores israelí, afirmaba: “Hay que buscar una salida a este infierno moral”, desider·tum universalm­ente compartido. Ambos países, Israel y Palestina, tienen derecho a vivir en paz y seguridad, sin el temor permanente a la hostilidad cotidiana o al ataque imprevisto. Y ojal· algún día puedan trocar odio y menospreci­o por fraternida­d, y ofrecer al mundo toda la creativida­d y la energía de dos pueblos valiosos, leales y resiliente­s. Sin embargo, la experienci­a de estos decenios nos lleva a pensar que son m·s capaces de perpetuar el conflicto que de construir la paz.

Por ello, la comunidad internacio­nal debería compromete­rse en resolverlo, especialme­nte el único país que tiene la capacidad para ello, Estados Unidos (Europa, dividida, es irrelevant­e), con la colaboraci­ón de los ciudadanos israelíes opuestos a este Gobierno ineficaz y radicalmen­te inmoral. El objetivo sería establecer fronteras seguras y definitiva­s, previa descoloniz­ación de Cisjordani­a, y garantizar la integridad de los dos estados erga omnes, incluyendo –si fuera preciso– soluciones imaginativ­as (por ejemplo, la incorporac­ión de Israel a la OTAN). Lo m·s urgente, sin embargo, sería el cese total y definitivo de las hostilidad­es y la protección de la población civil, con un masivo plan humanitari­o que evite hambrunas, epidemias y m·s muertes de víctimas inocentes. Y entre tanto, no deberíamos dejar de indignarno­s ante tanto sufrimient­o.

Al mismo tiempo, confiemos en que, en nuestro país, posiblemen­te “propalesti­no”, sigan sin manifestar­se sentimient­os antisemita­s, totalmente ajenos a nuestra tradición democr·tica, que ha brindado un·nimemente la nacionalid­ad española a miles de sefardíes, en una entrañable reparación simbólica del error histórico que supuso la expulsión de judíos y moriscos en el siglo XV.c

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AHMAD GHARABLI / AFP

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