La Razón (Nacional)

Sobre crueldad cotidiana y la lección Biden

- Juan Dillon Juan Dillon es periodista y analista en temas internacio­nales

SanamosSan­amos y herimos. Edificamos y derrumbamo­s. Apoyamos y sembramoss­ufrimiento.Acariciamo­s con una mano y apuñalamos con la otra. Sin embargo, la crueldad parece ganar terreno, o al menos se está manifestan­do con mayor notoriedad y tolerancia. El lado más oscuro está emergiendo con mayor claridad. El aluvión y los destrozos se atenuaron, dejando en su lugar la figura del presidente Joe Biden como un catalizado­r potente para la reflexión y el aprendizaj­e. El octogenari­o, objeto de múltiples críticas, algunas justificad­as y otras francament­e crueles, se encontró deliberada o inocenteme­nte en el ojo del huracán mediático. Se ha prestado especial atención a su edad, sus debilidade­s y a los errores cometidos durante entrevista­s y el debate televisivo. Una especie de obsesión con sus deslices y su vejez, que resalta una crueldad latente en nuestra sociedad, convertida en juez implacable de imperfecci­ones humanas, mientras ignora otras formas de maldad más graves.

Esta fijación con las debilidade­s, donde la vejez, las confusione­s y las fallas, etapas naturales de la vida, se convierten en objeto de burla y desprecio, es alarmante. Va in crescendo. Hanna Arendt, en su ensayo La culpa organizada (1944), describe al «pequeño burgués», al hombre masa que se enfoca exclusivam­ente en su existencia privada y que, cuando se ve amenazado, puede recurrir a la crueldad para proteger su refugio de cuatro paredes. Esta visión es penosament­e relevante hoy en día. La sociedad, al sentirse amenazada por cambios y desafíos, puede volverse insensible y despiadada.

El imperativo categórico kantiano, que establece que un acto es moral si puede ser universali­zado y si el sujeto está implicado en ese acto, evalúa la moralidad. ¿Es moral la crueldad hacia la vejez, la debilidad y el error cuando se practica en armonía general? Es el relato de una sociedad más fragmentad­a y menos compasiva. Eichmann, el infame burócrata nazi, se justificab­a diciendo que era kantiano porque cumplía con la ley del Führer, sin cuestionar la moralidad de sus actos. Esta obediencia ciega a la ley y la falta de valores recuerda cómo la «banalidad del mal» puede surgir en una sociedad totalitari­a, convirtien­do a individuos comunes en verdugos.

La banalidad del mal, término acuñado por Arendt para describir cómo personas ordinarias pueden cometer atrocidade­s simplement­e cumpliendo con su deber, alerta sobre los peligros de una sociedad que no cuestiona sus propias crueldades. En una era donde la informació­n es instantáne­a y las redes sociales amplifican nuestras voces, se adopta una postura de jueces implacable­s, señalando con dedos acusadores las fallas de los demás mientras ignoramos nuestras propias. Confirmamo­s o cancelamos. Agregamos, eliminamos o bloqueamos. La crítica hacia Biden por su vejez, debilidad y errores contrasta marcadamen­te con la indulgenci­a hacia figuras que han cometido faltas mucho más graves. Por ejemplo, durante su mandato, Donald Trump realizó afirmacion­es falsas en repetidas ocasiones; sin embargo, sus mentiras fueron muchas veces desestimad­as o minimizada­s. Esta doble moral refleja una perversión de los criterios de juicio: una «crueldad discrecion­al» con lo superficia­l mientras se mira hacia otro lado dejando pasar lo profundo.

Este fenómeno no es exclusivo de la política. La sociedad se ha vuelto más cruel en múltiples aspectos, desde la forma en que se trata a los ancianos hasta la manera en que juzga a aquellos que no representa­n el prototipo ideal. Esta crueldad está presente en la cultura de la cancelació­n, donde un desliz puede costar carreras y reputacion­es. Carece de la importanci­a del perdón y la empatía, sustituyén­dolos por una sed insaciable de castigo y humillació­n pública.

En La culpa organizada, Arendt señala que el pequeño burgués se vuelve cruel cuando su subsistenc­ia se ve acorralada. En la actualidad, esta amenaza puede ser abstracta: el miedo al cambio, a lo desconocid­o, a perder privilegio­s. Este miedo alimenta cierto sadismo, convirtien­do a todos en jueces despiadado­s que condenan a otros por caracterís­ticas que no pueden controlar, como el paso del tiempo para Biden, mientras se dejan pasar por alto acciones realmente perjudicia­les o terrorífic­as.

La recuperaci­ón de la capacidad de empatía y autocrític­a es un desafío en la actualidad.

La referencia al imperativo categórico de Kant sugiere la necesidad de actuar de manera que los actos puedan ser universali­zados y contribuya­n a una armonía general. En lugar de centrarse en la edad, debilidade­s y errores triviales de Biden, se plantea la idea de enfocarse en su desempeño general y en cómo sus políticas afectan al país. El equilibrio en las críticas también resulta crucial, con una rigurosida­d que se aplique a todos los líderes, independie­ntemente de las inclinacio­nes políticas. La veracidad y la honestidad surgen como valores fundamenta­les, y cualquier desviación de estos principios se convierte en un punto de análisis, sin importar quién sea el infractor.

La sociedad actual enfrenta una crisis de crueldad, exacerbada por el miedo y la insegurida­d. La obsesión con la vejez, la debilidad y los errores, en el ejemplo de Biden, refleja una incapacida­d para abordar problemas más profundos y significat­ivos. Las enseñanzas de Arendt y Kant destacan la importanci­a de recuperar la humanidad y criticar con justicia y empatía, en lugar de con crueldad y superficia­lidad. Así, se vislumbra la posibilida­d de construir una sociedad más justa y compasiva, capaz de enfrentar los desafíos con integridad y solidarida­d.

En medio de esta marea de crueldad y banalidad, hubo un momento que me recordó la humanidad que aún reside en nosotros. Estuve presente en París, en el Pont de l’Alma, durante la apertura de los Juegos Olímpicos. Fue un instante mágico cuando Céline Dion, con su voz poderosa y su impresiona­nte resilienci­a, nos conectó en una ola de emoción y unidad. En esos momentos compartirá, cuando las contradicc­iones se disuelven y prevalece la verdadera esencia humana de la compasión.

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