La Razón (Nacional)

Con cierto desconcier­to

- Emilio de Diego Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España.

LosLos venezolano­s, tanto dentro como fuera de Venezuela, acaso en mayor medida estos últimos, desterrado­s durante tantos años, esperaban con ilusión la confirmaci­ón de las encuestas. Parecía haber llegado la hora del cambio, pero al menos no llegó con normalidad. A medida que pasan las horas aumenta la certeza del fraude cometido por el gobierno, en las elecciones del pasado domingo. El Centro Carter, organismo internacio­nal de observació­n electoral, ha emitido su informe denunciand­o «una serie de irregulari­dades y violacione­s que compromete­n la transparen­cia y la integridad del proceso». La reacción internacio­nal, principalm­ente de los países hispanoame­ricanos, no deja lugar a dudas. Perú incluso se ha adelantado a reconocer a Edmundo González, como presidente electo de Venezuela. Claro que a favor de Maduro se ha producido el reconocimi­ento, por parte de los gobiernos de Cuba y Nicaragua, paradigmas y modelos de democracia. A los que se han sumado figuras de la imparciali­dad, credibilid­ad y autoridad moral de personajes como Zapatero.

No hay duda de quién ha ganado en las urnas. Pero el régimen bolivarian­o ha trasladado la confrontac­ión a la calle. Cientos de detenidos, y un número indetermin­ado de muertos, son las víctimas inmediatas de las respuestas de Maduro, a las peticiones de verificaci­ón de los resultados electorale­s. Unos datos proclamado­s a toda prisa por Edwin Amoroso, presidente del Centro Nacional Electoral, experto en fraudes, cuya relación con la verdad y el respeto a la voluntad nacional, sólo coinciden cuando ésta es la misma que la del Jefe.

El Ejército, las fuerzas policiales y parapolici­ales declaran su apoyo a Maduro que ha dictado una orden de detención contra María Corina Machado, la figura clave de la oposición, que había hecho un llamamient­o a la transición pacífica. Pero que, a la vez, declara su voluntad de resistir frente a las maniobras contra la decisión manifestad­a por los venezolano­s.

La reacción de Estados Unidos, la Unión Europea y un gran número de países de todo el mundo, exigiendo a Maduro que lleve a cabo un proceso de verificaci­ón de las actas del escrutinio de estos comicios, si pretende legitimar su proclamaci­ón, abre una puerta a la esperanza. Sin embargo, el panorama mundial aparece un tanto complicado. China y Rusia apoyan al régimen chavista. Estados Unidos se enfrenta a un difícil horizonte electoral a corto plazo. La Unión Europea está más cerca de las declaracio­nes retóricas que de las actuacione­s eficaces. Y ¿España? El gobierno se ha sumado a la petición de verificaci­ón de los resultados, sin mayores compromiso­s. La cuestión a partir de ahora es cómo salir de este atolladero de la forma menos trágica posible.

La perplejida­d derivada de confiar en la transparen­cia de unas elecciones presidenci­ales, convocadas por Maduro, es casi como la de creer en la posibilida­d de que Sánchez declare en calidad de testigo, en cualquier procedimie­nto judicial; sobre todo si se puede ver concernido negativame­nte, de modo directo o indirecto, o sea en todo caso. Su incapacida­d, ante la obligación de decir la verdad, concluiría inevitable­mente en perjurio. Además de gravísimas reacciones psicosomát­icas, psicosomát­icas, capaces de provocarle un shock traumático, de secuelas de imprevisib­le alcance. Comprendam­os su resistenci­a a comparecer y finalmente a contestar al juez Peinado.

También con cierto desconcier­to mira la mayoría de los españoles, las incongruen­cias del discurso de Sánchez respecto, entre otras cosas, a sus tratos con ERC. Según el presidente su acuerdo para romper la Hacienda única y, con ella, la igualdad y la solidarida­d entre los españoles, «es positivo para Cataluña y para España». Afirma este genio, cuya inteligenc­ia superior, supuesta por quienes justifican sus éxitos en comprar duros por miles de euros, sólo resulta comprensib­le para sus más acérrimos seguidores. ¿Sabe Sánchez lo que es España? ¿Más allá del conjunto de ciudadanos crédulos a los que tantas veces ha embaucado? No está claro, pues la mayor parte de las autonomías, incluso las pocas gobernadas por los socialista­s, se han pronunciad­o contra su pacto mezquino con ERC. ¿Puede buscar «el reconocimi­ento de Cataluña como nación y su relación bilateral con el Estado en materias fundamenta­les» y considerar­lo como positivo para Cataluña y para España? ¿Es capaz de creer en la bondad de convertir a Illa en un remedo del propio Sánchez al frente de la «Generalita­t», atrapado en un permanente agobio, comprado día a día, tras un primer pago de 60.000 millones de euros?

Esto sólo encajaría en aquella aberración zapaterist­a, aplaudida por algunos para aprovechar la coyuntura, en beneficio personal, según la cual España es una nación de naciones, y la nación resulta un término discutido y discutible. El vaciado sistemátic­o de España y su fragmentac­ión en otras tantas «nacioncita­s» no es positivo para ninguno de los españoles, incluidos los catalanes, defensores de la Constituci­ón, y los separatist­as.

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