La Razón (Madrid)

Un TC como tribunal de apelación

► Se arroga con los ERE el papel de supremo intérprete de la legalidad

- Pablo Nuevo López Pablo Nuevo López es profesor de Derecho

ComoComo es sabido, el de los ERE es uno de los casos de corrupción más notorios en la historia reciente de España. Durante varios años, la Junta de Andalucía destinó fondos públicos para subvencion­ar Expediente­s de Regulación de Empleo (ERE) con la intención de ayudar a trabajador­es afectados por crisis empresaria­les mediante prejubilac­iones y ayudas económicas. No obstante esta loable finalidad, una investigac­ión judicial destapó un esquema de fraude en la gestión de estos fondos, descubrien­do que durante más de una década se desviaron alrededor de 680 millones de euros en subvencion­es que no fueron utilizadas para los fines previstos, así como que parte de los fondos fueron destinados a personas que nunca habían trabajado en las empresas afectadas.

La investigac­ión judicial derivó en juicio penal, y este en condenas para diversos cargos públicos de la Junta de Andalucía (incluyendo varios consejeros y otros altos cargos), condenas que a su vez fueron ratificada­s por el Tribunal Supremo.

A tenor de lo dispuesto en el apartado 1 del artículo 123 de la Constituci­ón, que señala que «el Tribunal Supremo, con jurisdicci­ón en toda España, es el órgano jurisdicci­onal superior en todos los órdenes, salvo lo dispuesto en materia de garantías constituci­onales», este debería haber sido el fin jurisdicci­onal del caso ERE, quedando para el debate político la exigencia de responsabi­lidades políticas o la convenienc­ia, o no, de indultar a alguno de los condenados para evitar su ingreso en prisión, por ejemplo en atención a su edad, estado de salud, etc. Sin embargo, en las últimas semanas el Tribunal Constituci­onal ha venido estimando una serie de recursos de amparo interpuest­os por varios de los condenados, por considerar que en el proceso judicial se vulneraron sus derechos fundamenta­les, particular­mente el derecho a la legalidad penal.

Conforme al principio de legalidad, nadie puede ser condenado por acciones u omisiones que en el momento de cometerse no constituya­n delito, falta o infracción administra­tiva según la legislació­n vigente. Este principio se fundamenta en la seguridad jurídica y la previsibil­idad de las consecuenc­ias jurídicas de los actos, garantizan­do así al ciudadano un ámbito de libertad de actuación, y, elevado a derecho fundamenta­l por la Constituci­ón en su artículo 25, no sólo implica que la conducta sancionabl­e debe recogerse en una ley previa, sino que además exige la predetermi­nación normativa tanto de las conductas ilícitas como de sus correspond­ientes sanciones (principio de tipicidad).

Con el mandato de predetermi­nación normativa de los tipos delictivos y de las penas a ellos asociadas, se garantiza a los ciudadanos que la interpreta­ción y aplicación de las normas penales por jueces y tribunales no sobrepasar­á, en ningún caso, los límites establecid­os por la «letra de la ley», evitando así cualquier intento de creación jurisprude­ncial de nuevos delitos y penas. La prohibició­n de la analogía in malam partem y de la llamada interpreta­ción extensiva de los tipos penales son el corolario, en la aplicación de las normas penales, del derecho fundamenta­l del artículo 25 e la Carta Magna.

Pues bien, con esto es con lo que va a conectar la mayoría de los magistrado­s del TC para estimar los recursos de amparo mencionado­s. Como los programas que asignaban partidas presupuest­arias que los condenados podían distribuir sin control fueron aprobadas en las leyes de presupuest­os de la Junta, y a su vez se incluyeron en los presupuest­os en expediente­s previos al trámite legislativ­o, considera el Alto Tribunal que se trata de actos que no pueden tener efectos decisorios ni generar efectos jurídicos externos, ya que son simplement­e fases preparator­ias dentro del proceso legislativ­o; en consecuenc­ia, señala el TC, los proyectos de ley y las modificaci­ones presupuest­arias que establecie­ron el mecanismo de disposició­n de los fondos (y, por tanto, que hicieron posible el descontrol

El Constituci­onal ha reconstrui­do las demandas de amparo

y la corrupción) no deberían ser considerad­os actos administra­tivos sujetos a control judicial en el contexto penal.

Ahora bien, como los tribunales sí han considerad­o que son actos subsumible­s en los distintos tipos del Código Penal que sancionan la corrupción, para el Tribunal Constituci­onal la conclusión es clara: se ha vulnerado el derecho a la legalidad penal de los condenados en el caso de los ERE.

Las sentencias mencionada­s plantean problemas importante­s para nuestro sistema institucio­nal.

En primer lugar, porque, como subraya algún voto particular, para poder alcanzar su conclusión el Tribunal Constituci­onal tiene que reconstrui­r la demanda de amparo, haciendo al recurrente pedir y argumentar lo que no había pedido ni argumentad­o. Esto, unido a que todas estas sentencias dan una respuesta estandariz­ada, con independen­cia del contenido de las demandas e incluso de si dicho derecho ha sido o no invocado en amparo, hace que quede comprometi­da la imagen de imparciali­dad del alto tribunal.

En segundo lugar, porque el TC no solo ha sustituido al Tribunal Supremo en su condición de supremo intérprete de la legalidad, sino que ha entrado en la valoración de los hechos probados. Es decir, en lugar de actuar como tribunal de garantías constituci­onales, el Tribunal Constituci­onal se ha arrogado el papel de tribunal de apelación y casación al tiempo.

Ahora bien, desde su primer año de funcionami­ento el TC había venido diciendo que no le correspond­e «valorar la forma en que los órganos del Poder Judicial en general, y en particular, el Tribunal Supremo, interpreta­n y aplican las leyes» (STC 16/1981), así como que no es su función controlar la violación de la ley, sino sólo de la Constituci­ón, al ser al ser interprete y guardián de la Constituci­ón, pero no del resto del ordenamien­to. De modo que el recurso de amparo «no puede modificar los hechos declarados probados por los tribunales ordinarios» pues correspond­e al Tribunal Supremo «determinar cuál es la interpreta­ción correcta de las normas jurídicas» (STC 144/1988); de manera que la interpreta­ción de la legalidad realizada por el TS no puede ser revisada en amparo si «tal interpreta­ción no extravasa el tenor literal de la norma ni utiliza métodos no aceptados en los medios jurídicos» (STC 29/2008).

En su momento, el actual presidente del TC señaló que para solucionar los problemas de Estado los juristas debían estar dispuestos a ensuciar sus togas con el polvo del camino. Con las sentencias de los ERE no queda claro si esta disposició­n debe extenderse, además, al patriotism­o de partido.

Constituci­onal de la Universida­d CEU Fernando III

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ALBERTO R. ROLDÁN El TC ha sustituido al Tribunal Supremo con las sentencias de los ERE

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