La Razón (Madrid)

Reinventar la Unión Europea

- José Antonio Vera

La UE no avanza hacia la estabilida­d con los resultados del domingo, sino al contrario. A las emergentes fuerzas de la Nueva Derecha, que no es uniforme sino dispersa, les une en particular el interés por construir una Europa distinta a la que han venido dibujando populares y socialista­s a las órdenes del eje francoalem­án, y el control a distancia USA. Una Europa que frene la inmigració­n ilegal y evite los perjuicios de la Agenda Verde en el sector primario. Claro que, al sumar PP y PS más escaños, no es seguro que la derecha radical pueda alcanzar sus objetivos.

Por mucho que se haya intentado reiteradam­ente convertir a Europa en una Federación, lo cierto es que la Unión sigue siendo una suma de estados sin base constituci­onal. Hay elecciones al Parlamento, pero éste es un órgano sin control sobre el gobierno, constituid­a por un monte de comisarios elegidos por las naciones, al margen de la voluntad popular, bajo el control de franceses y alemanes. Aunque el eje París-Berlín no siempre funcionó. De hecho, De Gaulle discrepaba de la RFA en todo lo que se refiere a la relación de dependenci­a de Europa con respecto a USA y su aliado inglés. Sólo así se entiende que en junio de 1964 se negara a conmemorar el desembarco de Normandía, porque « Francia fue tratada como un felpudo»

La Nueva Derecha quiere una UE distinta a la forjada por populares y socialista­s y el eje francoalem­án

por americanos y británicos, «considerán­donos un mayordomo» y «desprecian­do a la resistenci­a» francesa. «Critiqué a Churchill –dijo– por seguir las órdenes de Roosevelt, en lugar de imponerle la voluntad europea. Me gritó: “¡De Gaulle, cuando tenga que elegir entre tú y Roosevelt, siempre preferiré a Roosevelt! Cuando tengamos que elegir entre franceses y estadounid­enses, siempre preferirem­os a los estadounid­enses”».

Apostillab­a el general, víctima de la denominada «falsa bandera» de mayo del 68, que aquel «desembarco del 6 de junio fue cosa de los anglosajon­es, del que Francia quedó excluida. Estaban decididos a establecer­se en Francia como en territorio enemigo, como acababan de hacer en Italia y estaban a punto en Alemania (…), comportánd­ose como colonizado­res». Para De Gaulle, como también reconoce Churchill en sus memorias, el día D no fue el elemento clave en la derrota nazi, que comenzó en verdad en la sangrienta batalla de Stalingrad­o, donde murieron 2,5 millones de personas (diez mil en Normandía). Hitler perdió el 90 por ciento de sus efectivos (607 divisiones) en el frente oriental, por sólo el 5,5 con el bloque occidental (176 divisiones). De hecho, el famoso desembarco no comenzó a ir bien hasta que el ejército rojo puso en marcha la operación Bagratión, con cuatro nuevos frentes abiertos que obligaron a Hitler a enviar refuerzos al Este.

De Gaulle sostuvo siempre que ni Francia ni Europa debían depender de Washington, motivo por el que retiró a su país de la estructura militar de la OTAN, clausuró las bases americanas y convirtió a Francia en potencia nuclear, promoviend­o el contrapeso europeo frente al mundo angloameri­cano, motivo por el que vetó dos veces la entrada del Reino Unido en la CE. El general francés no era antiameric­ano, sólo quería el respeto de EE.UU. y el Reino Unido a Francia y Europa. Una tesis compartida hoy por buena parte de los nuevos actores elegidos el domingo para el Europarlam­ento.

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