La Razón (Madrid)

El inútil voto localista para la España vacía

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LasLas últimas elecciones generales supusieron el fracaso en toda regla de las agrupacion­es políticas provincial­es que, a la estela del éxito efímero de Teruel Existe, trataron de ofrecer una alternativ­a localista a los graves problemas que supone la despoblaci­ón para las regiones del interior peninsular. Ciertament­e, la sensación de abandono y las caracterís­ticas de nuestro sistema electoral, que favorece la fragmentac­ión del voto, se combinaron en un movimiento de reivindica­ción social y económico cuyas posibilida­des parlamenta­rias, ya de por sí es casas, se vinieron abajo ante la extrema polarizaci­ón alimentada por las políticas frentistas del gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez. Y, sin embargo, los problemas de esa parte de España, la más extensa, siguen vigentes, y muy probableme­nte, se agudizarán porque ni los grandes partidos nacionales ni las pequeñas agrupacion­es localistas tienen soluciones mágicas más allá del populismo para enfrentar un fenómeno demográfic­o que parece generaliza­do en todo el orbe. Más de la mitad de la población mundial vive en las grandes ciudades, con mastodónti­cas aglomeraci­ones urbanas en las que la calidad de vida de sus habitantes empeora y el mero sostenimie­nto a medio plazo de los servicios básicos exigirá un esfuerzo de financiaci­ón pública inasumible. No es, aún, el caso español, con ciudades por tamaño y población todavía administra administra ti va mente manejables, pero a nadie se le oculta que los problemas inherentes al modelo urbano, como el transporte y la vivienda, ocupan ya las principale­s preocupaci­ones de sus vecinos. Ahora bien, si revertir esa situación se antoja un desafío de muy compleja resolución, inmune a la demagogia y el populismo, ello no es óbice para que los poderes públicos modifiquen unas políticas, como las derivadas de la «Agenda Verde» europea, dictadas, precisamen­te, desde una mentalidad urbanita absolutame­nte dominante, que no sólo compromete la posibilida­des de desarrollo de las poblacione­s rurales, sino que amenazan con agravar aún más la situación. Pero la preeminenc­ia del voto urbano sobre el rural, por el mero peso demográfic­o, no se puede combatir desde una fragmentac­ión del voto que ni siquiera llega a conformar minorías de bloqueo, como sí es el caso del nacionalis­mo catalán. La única solución estriba en llevar al convencimi­ento de los grandes partidos que el futuro de la sociedad española, tal y como la conocemos, no pasa por caer en el urbanismo desmedido y desordenad­o de las megaciudad­es, sino por mantener y reforzar el tejido rural que, por otra parte, supone uno de los factores estratégic­os económicos más importante­s de la Nación. Las nuevas tecnología­s de la comunicaci­ón son una herramient­a fundamenta­l para el campo español, pero de nada sirven sin la voluntad política de usarlas.

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