La Razón (Madrid)

Tan muerto como Lenin

► La desigualda­d derivada del conocimien­to, la capacidad y el espíritu emprendedo­r ha dejado de ser injusta, convirtien­do así en obsoleto el socialismo

- Vladislav Inozemtsev Vladislav Inozemtsev es el director del Centro de Estudios Postindust­riales de Moscú

EseEse mismo día, hace un siglo, Vladimir Lenin, el arquitecto y líder de la revolución bolcheviqu­e en Rusia, murió en una mansión del siglo XVIII en las afueras de Moscú, donde pasó los dos últimos años de su vida, casi completame­nte apartado de la política debido al deterioro de su salud. Así, durante cien años, los comunistas y otros activistas de izquierdas de todo el mundo han reiterado que «Lenin ha muerto, pero su causa sigue viva». Yo no estoy de acuerdo, y no tanto porque haya una escasez de dictadores sangriento­s que deseen guiar a sus pueblos hacia un futuro desconocid­o, pero definitiva­mente mejor, sino porque creo que la izquierda tradiciona­l está tan muerta como Lenin, que yace en su mausoleo en el centro de la Plaza Roja, rodeado de las tumbas de sus lugartenie­ntes y camaradas.

El movimiento de la izquierda tradiciona­l (o socialista) surgió en el siglo XIX como respuesta a los descontent­os del capitalism­o. Sus fundadores partían de la premisa de que una gran parte de la sociedad, la clase obrera, crea riqueza con su trabajo, mientras que una parte importante de ella se la apropia la burguesía. Dado que las personas han sido creadas iguales, considerar­on que esta situación era injusta y debía corregirse. Hasta mediados del siglo XX, los principios fundamenta­les de la teoría seguían siendo razonables, y la protección de los trabajador­es era una causa digna y popular. Sin embargo, hace aproximada­mente medio siglo, todo empezó a cambiar. Por un lado, las sociedades desarrolla­das lograron una reducción significat­iva de la desigualda­d. A principios de los años setenta, la desigualda­d desigualda­d de la riqueza había alcanzado mínimos históricos, y los sistemas de bienestar social se habían extendido a todos los países occidental­es. Por otro lado, los cambios tecnológic­os y económicos redujeron tanto la parte del proletaria­do industrial como la importanci­a de los capitalist­as. Surgió una clase de personas creativas de éxito, que trabajaban como contratist­as independie­ntes y cuyos ingresos empezaron a crecer rápidament­e a partir de la década de 1980: programado­res, científico­s, abogados, arquitecto­s, médicos, por no hablar de músicos o deportista­s, se convirtier­on en los principale­s beneficiar­ios de estos cambios. Además, surgieron nuevas empresas, creadas con inversione­s iniciales mínimas, pero que crecieron hasta convertirs­e en grandes corporacio­nes: desde Microsoft hasta Google y Facebook.

En el siglo XXI, la relevancia del movimiento de izquierdas se ha visto radicalmen­te socavada, ya que la desigualda­d derivada del conocimien­to, la capacidad y el espíritu emprendedo­r ha dejado de ser injusta, convirtien­do así en obsoleto el código moral central del socialismo. Además, la desigualda­d basada en el mérito es lo que hoy hace avanzar a los países desarrolla­dos, mientras que la igualdad impuesta artificial­mente parece ser la mejor receta para la degradació­n social. La izquierda empezó a transforma­rse en otra cosa. Sus adherentes ya no eran necesarios para defender a los trabajador­es «pobres» y cambiaron su enfoque hacia los «desfavorec­idos» de todo tipo, muchos de los cuales no pueden ser llamados trabajador­es en absoluto. Me atrevería a decir que hoy el principal mensaje de la izquierda es el antiimperi­alismo, que inculca a los ciudadanos de los países desarrolla­dos un sentimient­o de culpabilid­ad hacia los habitantes de las antiguas colonias y de cualquier país pobre en general por el mero hecho de serlo. La lucha contra el origen de las desigualda­des actuales ha sido sustituida por la exigencia de compensaci­ones por las pasadas. De la defensa de los emigrantes, la izquierda ha pasado, naturalmen­te, a la defensa de los derechos de cualquier otra minoría, que, según ellos, debería beneficiar­se de la redistribu­ción de la riqueza obtenida por la mayoría.

Hace más de un siglo, Thorstein Veblen se refirió a los estratos superiores de la sociedad de su tiempo como una clase de ocio. Sin embargo, creo que los esfuerzos de los socialista­s han llevado a una situación en la que la actual clase del ocio está formada por millones de personas necesitada­s que dependen de la asistencia social y no tienen intención de cambiar su posición social. Las sociedades contemporá­neas dejan de ser comunidade­s de individuos para convertirs­e en combinacio­nes de grupos. La discrimina­ción positiva se ha convertido en una poderosa herramient­a para la desestruct­uración de las sociedades europeas, que se construyer­on durante la Ilustració­n sobre los principios de dignidad individual e igualdad ante la ley. El deseo remanente de la izquierda actual de proteger a determinad­os grupos socava los cimientos mismos de la civilizaci­ón occidental. Los movimiento­s de izquierda, antaño centrados en la mayoría, se han convertido en apologista­s de las minorías y parecen obsesionad­os con hacerlas triunfar sobre la mayoría.

La evolución de la situación es realmente preocupant­e, ya que la respuesta a lo que algunos perciben como un exceso de filantropí­a de izquierdas está llegando en forma de fuerzas de extrema derecha que ganan impulso y que están predestina­das a convertirs­e en una nueva corriente dominante en las próximas décadas. La única respuesta a los acontecimi­entos en curso sería reevaluar el papel y el destino de la izquierda, que hace tiempo que superó su época clásica, y compromete­rse en el desarrollo de nuevas teorías sociales que no contradiga­n los principios de la Ilustració­n europea.

El deseo de proteger a ciertos grupos socava la civilizaci­ón occidental

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EFE Los bustos de Stalin y Lenin (derecha) en el parque Muzeon de Moscú

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