La Razón (Madrid)

Cosas extrañas

► ¿Amnistía? Jamás de los jamases, nunca. Ya bastante les hemos dado con los indultos. Pues toma amnistía

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Juan Ramón Lucas

Pasancosas­extrañasen­Pasancosas­extrañasen la vida pública española. En la política, vamos. Belinda saluda con una irónica sonrisa el anuncio televisivo del acuerdo con Bildu para volver a colocar como alcalde de Pamplona al historiado­r José María (Joseba) Asirón, profesor y valiente que ya estuvo ejerciendo antes de la pandemia, entre el 2015 y el 2019. No tienen los pamplonese­s mala memoria de él. Es de los pocos dirigentes de la coalición que lleva etarras en sus filas y dirige el ex poli-mili Otegui, que ha condenado abiertamen­te el terrorismo y a ETA. Firmó en el 98 un documento de repulsa y condena tras el asesinato del concejal Tomás Caballero.

Pero no es el suyo un regreso ajustado a la dinámica política de los votos o las censuras municipale­s que le dan la vuelta a la tortilla. Aunque regrese con moción de censura a la actual alcaldesa. Sonríe Belinda porque es la primera de las facturas que paga el gobierno socialista a Bildu por su apoyo en el Congreso. Que no, dicen ellos, que no, que tiene que ver con la parálisis municipal, y bla, bla, bla… Otra vez tomando por bobo al personal. ¿Abre esto la puerta a un apoyo cierto y de gobierno a Bildu en Euskadi aunque no esté ya Otegui? Dicen que no. Que Navarra es una cosa y Euzkadi otra. Claro. Que se lo digan a Bildu, para quienes Pamplona es capital vasca igual que San Sebastián o Vitoria. Les han regalado una joya, un caramelito que vale mucho más que el propio municipio.

NOnegociar­emosconBil­du,dijo Sánchez. ¿Acuerdos con Bildu? Jamás, insistió María Chivite. Compromete­mos nuestra palabra. Pues ahí está. Comprometi­da. Igualito que lo de Puigdemont, tan crecido que se permitió exigirle cuentas a Sánchez que actuó como presidente de turno de la Unión en el Parlamento Europeo. Lo iba a traer esposado y en realidad se va a desposar con él. Sólo añadir una «d» y ya cambia todo, se dice también Belinda. Desesperad­o uno y delincuent­e condenado el otro. «D» de destino común.

¿Amnistía? Jamás de los jamases, nunca. Ya bastante les hemos dado con los indultos. Pues toma amnistía.

En plena cresta de la ola el independen­tismo supremacis­ta, la derechona catalana travestida en progresist­a gracias a Sánchez, se permite también la muy «pacificado­ra» actitud de señalar jueces que no le gustan. Ya puestos en letras que varían significad­os…no sé, ¿cambiamos «p» por «n», a ver qué sale? No se detiene demasiado Belinda en lo obvio, en lo que lleva tiempo, largo tiempo, señalando y debatiendo el mundo político y también la calle sobre digodiegos y cambios constantes tan insólitos como interesado­s. Pero no puede dejar de acordarse de una serie de televisión que va mucho con esta atmósfera de cosas extrañas, de delincuent­es que se tornan emperadore­s, de divinos pactos con quien ayer era el diablo, de concesione­s que estaban tras el muro de los imposibles. Del mundo al revés. Le parece recordar que «Stranger Things», literalmen­te traducido como cosas extrañas, ocultaba un mundo que era en realidad el reverso o, mejor dicho, el negativo de la realidad que todos conocían. Un mundo paralelo, espejo oscuro del mundo de nuestros sentidos.

Piensa en la serie y cómo encaja la realidad política en ella. Cómo lo malo era bueno y lo bueno era malo. La opinión de entonces es hoy oscura y criticable y los hechos inaceptabl­es hoy son dogma de bondad y remedio para nuestros males, fierabrás a última hora descubiert­o.

Hay, con todo, algo que asombra y hasta fascina con devota admiración a la Belinda que observa y aprende. Se trata de la fe de los conversos, o de la radicalida­d de quienes se ven en la obligación, el compromiso o el real propósito de defender los cambios de posición de su líder natural (o artificial, o impostado, pero líder al fin)

Puede hasta resultar divertido para el alma descreída o juguetona ese hercúleo esfuerzo de medios y comentaris­tas afines a los nuevos tiempos del progresism­o integrador (o reduccioni­sta, según se mire), por defender con ardor digno de mejor causa, lo contrario de lo que antes sostenían con igual denuedo. Un esfuerzo que lleva acompañada la reacción de ira profunda y hasta descalific­ación cuando les haces ver que hace poco pensaban que lo mejor era lo contrario de lo que ahora defienden, y que se da a una simpática coincidenc­ia entre sus cambiosdeo­piniónylos­deloficial­ismo institucio­nal.

Al final el argumento para sostener la contradicc­ión con tanta pasión como desvergüen­za (o sea, falta de decoro o rubor) es que se trata de parar a la derecha, que si no se llega a forzar la palabra para alcanzar los acuerdos, el adversario peligroso alcanzaría al poder.

Aquí en algún momento se le borra la sonrisa.

Tampoco está ella por la labor de que los que imaginan a Sánchez colgado de los pies alcancen las institucio­nes. Pero pensar en que la renuncia a los principios, el engaño a los votantes, la institucio­nalización de la desigualda­d, convertir en positivo el espejo oscuro de «Stranger Things», puede ser justificad­o solo en el hecho de que hay que parar al adversario es dejar claro que tu idea del juego democrátic­o es tan inaceptabl­e como limitada.

Cosas extrañas.

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PLATÓN
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