La Razón (Levante)

El mar y el ruido

- Almudena Agulló

YconYcon tanto ruido no se oyó el ruido del mar, canta Joaquín Sabina, en esa certera letra, titulada «Ruido», que, en alguno de sus conciertos, introduce de manera brillante. «Mis padres vivían encima de una discoteca, todas las noches se quejaban de la discoteca, porque hacían mucho ruido».

No todos los vecinos del Casco Antiguo y de la calle Castaños, y su entorno, de Alicante son como los padres de Sabina, claro está. Y el ruido, en sentido literal que no figurado, que soportan y llevan soportando años es más que atronador; desquicia hasta a los más templados.

Así que, no puedo más que aplaudir -mal que les pese a los dueños de los negocios de esas zonas- que el Ayuntamien­to vaya a implantar medidas para contrarres­tar el ruido, al considerar ambas áreas ZAS; Zonas Acústicame­nte Saturadas, traducido al cristiano. Escribo con conocimien­to de causa, pues he estado en los dos lados, léase en el de la persona que disfruta en una terraza en el tardeo, que se alarga hasta la noche, y en el del que vive en el Casco Antiguo. En ese tiempo idílico de casa con encanto en el conocido como Barrio de mi ciudad, daba igual el grosor del cristal de las ventanas de la vivienda, era literalmen­te imposible escuchar la televisión los viernes y sábados. Sí, sí, si el argumento de si no puedes con el enemigo, únete a él es recurrente.

No se trata de eso. Se trata de conciliar en una ciudad como Alicante que vive de cara al mar -y vuelvo a Sabina- juerga y descanso. Y no, no se puede poner puertas al campo de la fiesta ni al del turismo. Pero racionaliz­ar horarios es de sentido común.

Pues eso, que de tanto ruido no se oye ni el ruido del mar. Ese de la bahía de la ciudad que impregna con su brisa hasta las calles más desbordada­s de fiesta y de gente los fines de semana.

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