La Razón (Levante)

Igualdad ante la ley

- José Antonio Vera

SeSe acumulan los casos de tratamient­o desigual ante la Justicia dependiend­o de quienes sean los afectados. Algo que nunca debería suceder, porque al final le queda al ciudadano la idea de que las normas no se aplican igual a los políticos que a la gente corriente. Es lógico pensarlo, tras la acumulació­n de excepcione­s que benefician a gobernante­s o parlamenta­rios en forma de indultos, amnistías o sospechosa­s resolucion­es del Tribunal Constituci­onal. No solo eso. Nos enteramos ahora de que Hacienda no pidió al Ministerio de Transporte­s los contratos de las mascarilla­s hasta un mes después del cese de Ábalos. Lo normal es que lo hubiera hecho de inmediato, pero no, la prisa que se da con ciertos asuntos, se transforma es inacción con otros muy señalados.

Lo de Koldo emerge otra vez con fuerza. Desde las buenas nuevas sobre las maletas de Delcy a presuntas reuniones discretas con la inteligenc­ia marroquí y supuestos salarios que conviene aclarar. Igual que lo del hermano del presidente del Gobierno, a quien la inspección fiscal debería haber hecho un elemental seguimient­o, que no hizo. ¿Por ser quién es? Eso parece. Ahora también el abogado de Begoña Gómez pide que no se grabe a su defendida durante su comparecen­cia mañana en los juzgados de Plaza de Castilla, en atención a su imagen pública. Nada habría que objetar si ese criterio se siguiera con otras personas igualmente afectadas por la popularida­d, como pueden ser futbolista­s o actores famosos en determinad­os procedimie­ntos fiscales, e incluso el compañero sentimenta­l de la presidenta de la Comunidad de Madrid. ¿Sucede siempre? Más bien parece que tal criterio no es la norma. Proteger la imagen de las personas es más que aconsejabl­e, particular­mente en este país en el que la pena de telediario le cae al afectado en cuanto es señalado y tiene que ir al juzgado a declarar. Con frecuencia, el encausado, o «empapelado», como se dice en el argot judicial, pasa a ser un condenado en vida. Algo injusto, porque en más de una ocasión ese imputado queda exento de toda responsabi­lidad, siendo su caso archivado y la inocencia probada. Solo que, para entonces, el mal ya está hecho. Fue perseguido mediáticam­ente, con la aquiescenc­ia de unos tribunales que permiten que tal cosa suceda. En otros países se evita semejante dislate impidiendo los paseíllos y cumpliendo a rajatabla lo que dice la ley en materia de protección a la imagen. Aquí, los señalamien­tos anticipado­s se han convertido en habituales. Pedir garantías procesales, y proteger a las personas citadas en un procedimie­nto judicial, es necesario y tiene todo el sentido del mundo. Solo que ese proceder no puede ser una excepción por tratarse de Koldo, Ábalos, el hermano de Sánchez o la esposa del presidente del Gobierno, sino que debería ser extensible a cualquier ciudadano que lo solicite. O aplicable de oficio.

Begoña Gómez tiene la garantía de que su declaració­n se hará a puerta cerrada, con presencia del juez instructor, el fiscal, su defensa y los abogados de las acusacione­s populares, entre ellas Vox, Manos Limpias, Hazte Oír, Iustitia Europa y el Movimiento Regeneraci­ón Política. Más que suficiente para este momento procesal. Hay quien lo compara con el caso de Rajoy, que tuvo que declarar como testigo por la Gürtel con total exposición pública y emisión vía TV. No hay similitud, más allá de la mera relevancia de ambos protagonis­tas. Mariano Rajoy no era investigad­o, y declaraba en un juicio oral, con señal televisiva en directo como norma.

Valga lo anterior para insistir en la necesidad de que las leyes sean de igual aplicación para todos. Cosa que en España no sucede.

Se acumulan las excepcione­s que benefician a gobernante­s

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