La Razón (Levante)

En busca del centro áureo

- David Hernández de la Fuente David Hernández de la Fuente es escritor y Catedrátic­o de Filología Clásica de la UCM

«Aequam«Aequam memento rebus in arduis servare mentem», recomienda Horacio: ten la mente en equilibrio –en el dorado centro– cuando las cosas se pongan complicada­s. Y luego, en su famosa oda de la «aurea mediocrita­s», sigue aconsejand­o cuánto mejor es pasar la vida en el término medio para una mayor serenidad y felicidad. Y es que los romanos, como ejemplific­a este gran poeta epicúreo, habían heredado esta idea de la tradición griega, que perfeccion­aron y amplificar­on como guía y que hoy, en cada momento de turbación y decisión, deberíamos recordar. La búsqueda del punto medio áureo, lo deseable entre los extremos, es una vieja máxima que aparece ya en la mitología. Es muy conocido el mito de Ícaro, malhadado hijo del arquitecto cretense Dédalo, artífice del laberinto. Para escapar de su encierro, Dédalo e ideó unas alas fabricadas con cera y plumas y se lanzó al vuelo con su hijo, no sin antes exhortarle para que siempre siguiera «el curso medio» –ni muy arriba ni muy abajo– para no abrasarse con el calor del sol ni acabar despeñado en los acantilado­s. Sin embargo, ya conocemos el triste desenlace... Como siempre, la mitología es pedagogía en los primeros estadios de la humanidad. Luego se torna filosofía: ética y política a la par. Por eso, nos interesa la transición de esta idea hacia la tradición sapiencial clásica, con famosa máxima inscrita en el templo de Apolo en Delfos –regla áurea de vida para los griegos desde el comportami­ento y la alimentaci­ón hasta, por supuesto, la política– «meden agan», o sea, «nada en demasía».

En nuestros días de polarizaci­ón y de extremismo­s, a uno y otro lado, hay que recordar siempre esa idea del «centro áureo», que querían la mitología y la filosofía clásicas, como curso seguro en un vuelo azacaneado por mil y una turbulenci­as. Por eso, cuando hoy vemos entre nosotros que retorna la eterna cuestión del «centro político», es bueno constatar que el tema es más antiguo de lo que creemos y se remonta a el modo de pensar clásico. La idea de que el lugar central del espectro político es lo que ha de buscar el partido que aspira a concitar el apoyo de la mayoría del electorado, según los «spin-doctors» de pago del día a día, la encontramo­s «gratis et amore» en los autores de la antigüedad como la mejor receta para mantener la armonía de la comunidad política.

Varios autores griegos arcaicos, entre los famosos Siete Sabios, muestran este pensamient­o. En la Atenas arcaica, en la que el extremismo estuvo a punto de llevar a una cruenta guerra civil después de años de conflicto larvado entre las facciones extremas, se eligió a uno de ellos, al anciano Solón, como moderador, árbitro o mediador («diallaktes»): con una legislació­n basada en el punto medio pudo conciliar los intereses de los clanes, la élite y el pueblo abriendo el trabajoso camino a la democracia posterior. Otro ejemplo es el del poeta y pensador Cleobulo, a quien se atribuye la máxima: «lo mejor es el término medio» («metron áriston»). Lo heredan Sócrates y Platón, con su teoría de las ideas y su análisis de las virtudes y la política: lo vemos en diversos diálogos, como en el «Filebo» referido a la belleza. Obviamente, esas ideas impregnan grandement­e el canon de la estética y corren parejas con la proporción áurea en las artes, desde Fidias o Policleto, y con la matemática de Euclides.

Pero, sin duda, Aristótele­s es el gran tratadista del centro áureo, desde la «Ética Nicomaquea» a la «Política»: en la ética está el tratamient­o de las virtudes del carácter como término medio –entre la cobardía y la temeridad, lo mejor es el punto medio, la valentía– y en la política está la idea del sistema intermedio entre los tres clásicos, monarquía, democracia y aristocrac­ia. Aristótele­s también defiende una fuerte clase media como espina dorsal del estado, pues encarna la conciliaci­ón y el compromiso entre extremos sociales, los ricos y los desfavorec­idos. Igualmente, en política, el sistema de gobierno y la orientació­n política ideal aparece como una democracia moderada; el mejor gobernante es aquel que conserva de la forma más duradera el régimen constituci­onal y evita en lo posible la mudanza de sistema legal. Aristótele­s critica el excesivo reformismo de una democracia radical y también el férreo conservadu­rismo de una vieja oligarquía en lo político o lo militar.

Siempre la sabiduría antigua, no solo estética o poética, ética o política, sino también matemática o médica, hace énfasis en la doctrina de la moderación. Pensemos, por último, en las ideas de Hipócrates y su teoría humoral, que cifra la salud en el equilibrio dentro del cuerpo humano, una armonía lejos de excesos y carencias y consagrada en una dieta o régimen de vida moderado. De hecho, gran parte del vocabulari­o de la democracia clásica viene de la medicina, como bien sabía Clístenes en Atenas. Y es que la moderación, entendida como filosofía de vida y de comunidad, ha dado grandes resultados en el mundo clásico: por ello, invariable­mente, hay que remitir a Grecia y Roma. Pero cabe recordar que todas las tradicione­s sapiencial­es la han defendido de alguna manera, como se ve en la Bhagavad Gita (6.16), las Analectas de Confucio, el Tao, el Eclesiasté­s, la Vía Media budista, o el recto camino del Corán (143). En suma, no está de más hacer hoy, más que nunca, una nueva apología del centro áureo ante las elecciones, y no solo las de nuestras empresas colectivas, sino, también y especialme­nte, las de nuestra filosofía personal. Ideas como el camino central, la dorada medianía, el centro áureo o el término medio nos llevan probableme­nte lo más cerca que podremos estar de hacer las cosas bien.

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