EL DIABLO DE SALEM Y SU PACTO CON LA ESCLAVA INDIA
Tituba, la primera mujer que confesó que era una bruja, fue una esclava al servicio de Samuel Parris, quien la había comprado cuando vivía en Barbados. Pese a que existe la tradición de representarla como una anciana, en realidad era una mujer joven, de entre 25 y 30 años. Señalada por las niñas Abigal y Betty, fue detenida y contó a los jueces una historia sensacional. Unas semanas atrás, de noche, se le había aparecido un hombre vestido de negro y con el pelo blanco, que le aseguró que era el diablo y que, si no lo servía, la mataría. Luego le enseñó un libro en el que Tituba inscribió su nombre con sangre y en el que había otras marcas rojas y amarillas que correspondían a otras brujas. Dos de ellas, vecinas de Salem Village, fueron otras noches a buscarla para ir luego, montadas en palos, a las casas de las personas a las que querían hacer daño. En esas veladas, Tituba vio una serie de seres maléficos: un cerdo, un perro negro, pájaros amarillos o un gato rojo y otro negro que la arañaron cuando se negó a servirlos. Vio también como una de las brujas tenía a su lado «una cosa peluda» con nariz larga y de un metro de altura. Estas visiones fantásticas no fueron invención de Tituba, quien ni siquiera tenía fama de curandera (los puritanos, tan dados a las habladurías, no lo habrían omitido en el proceso). Todo indica que la declaración le fue inspirada por los interrogadores, pues muchos puntos se encuentran tal cual en los manuales de brujería que consultaban los jueces de la época. Es posible incluso que la confesión le fuera arrancada mediante maltrato. cristianos. Los ataques de Abigail y Betty pueden ser la prueba de que los lugareños han olvidado su religión. Ahora, para castigarlos a todos, ha llegado el diablo.
Las dos muchachas no tardan en señalar como culpables de sus ataques a tres mujeres. Tres supuestas brujas. Una de ellas, la esclava india del mismo Parris, hace una amplia confesión en la que afirma que en la localidad hay casi una decena de brujas que se dedican a martirizar a las personas inocentes. Poco después, otras chicas de la aldea comienzan a experimentar arrebatos similares a los de Abigail y Betty, y a repetir las mismas acusaciones. Las autoridades empiezan a arrestar a mujeres y también a algunos hombres, arrancándoles confesio
nes y acusaciones de brujería. Las acusaciones se extienden a localidades próximas como Topsfield, Wenham y Andover hasta que en mayo de 1692 el gobernador de Massachusetts crea un tribunal especial para juzgar a los acusados. Ese verano, 19 personas son juzgadas, condenadas por brujería y colgadas en una colina cercana, Gallows Hill.
En terreno abonado
Las cazas de brujas suelen describirse como estallidos de histeria colectiva ajenos al control humano. En realidad, siempre fueron el producto de las circunstancias históricas, de una confluencia de tensiones culturales y religiosas, cambios políticos y problemas económicos, a lo que se añade el papel de personas concretas. Las cazas de brujas pueden compararse con incendios forestales. Para que se produzcan, primero el terreno debe ser propicio, después debe saltar una chispa y alguien debe atizar las llamas. Todo ello ocurrió en Salem.
Los arrebatos de Abigail Williams y Betty Parris fueron la chispa que prendió el fuego, pero el terreno llevaba mucho tiempo abonado. El camino hacia la caza de brujas lo allanó el puritanismo, una corriente protestante fundamentalista nacida en Inglaterra en el siglo XVI. Los puritanos estaban decididos a purificar la cristiandad siguiendo las Sagradas Escrituras al pie de la letra, eliminando todo lo que consideraban propio de un catolicismo decadente. A principios del siglo XVII,
muchos se instalaron en la colonia británica de la bahía de Massachusetts, donde el monarca de Inglaterra les había concedido una carta real que les permitía gobernarse, dictar sus propias leyes y crear tribunales de justicia. Veían su colonia como una nueva Tierra Santa, en la que tendrían la oportunidad de crear una sociedad donde los principios religiosos fueran ley. En la práctica, esto supuso crear una teocracia puritana que marginaba o expulsaba a otras confesiones cristianas, como los baptistas y los cuáqueros.
El puritanismo se definía por dos elementos culturales: el miedo y la rectitud. Los puritanos desconfiaban de la diferencia y de la desobediencia. Los pecados de un individuo se consideraban una amenaza para la santidad de toda la comunidad, por lo que debía erradicarse cualquier desviación moral. Temían a los pueblos indígenas de América, con los que estaban en guerra desde antes de los juicios y a los que consideraban servidores del diablo. Y también temían que, si fracasaban en su misión, Dios les daría la espalda y Satán los atacaría. Los puritanos creían en el diablo de todo corazón.
Brujería, un delito femenino
También creían en la existencia de las brujas. El código legal fundacional de la colonia de Massachusetts se basaba en la Biblia e incluía la condena a muerte para los culpables de brujería. De hecho, antes del episodio de 1692, en Massachusetts hubo otras cazas
de brujas. En la cultura puritana, las brujas servían al diablo a cambio de riqueza, poder u otros incentivos, y recibían ciertos poderes por ese servicio. También eran casi siempre mujeres. Aunque podía haber brujos, los puritanos consideraban que las mujeres tenían menos fortaleza espiritual que los hombres y, en consecuencia, eran más susceptibles al engaño o la seducción del demonio.
Había mujeres más proclives que otras a ser acusadas de brujería. Las que desobedecían a sus padres o a sus maridos eran particularmente vulnerables a las acusaciones. Los puritanos veían el dominio del hombre sobre su familia como reflejo del poder de Dios sobre el mundo, por lo que cualquier mujer que subvirtiera ese dominio estaba
desafiando el orden natural. Las acusadas en las cazas de brujas también solían superar los cuarenta años, cuando ya habían pasado su edad fértil y no estaban en disposición de cumplir con el propósito fundamental de toda mujer en la sociedad puritana: engendrar hijos.
Las mujeres pobres eran particularmente vulnerables, y no solo porque tuvieran escaso poder social para defenderse. La caridad era algo normal en la sociedad puritana, pero si alguien la hacía de mala gana (o no la hacía) y después sufría alguna desgracia se presuponía que había sido víctima de la maldición de un mendigo resentido.
Una de las primeras acusadas de Salem, quizá la primera, fue una lugareña pobre llamada Sarah Good, que solía mendigar en la parroquia donde vivían Abigail y Betty. Durante el juicio, los magistrados plantearon si los ataques de las chicas eran fruto de una maldición de Good, resentida contra los que vivían mejor que ella. «¿Por qué te fuiste mascullando de la casa de Parris?», le preguntó el juez John Hawthorne a Sarah en la audiencia preliminar del juicio. Good replicó que no había mascullado, sino que tan solo le había agradecido a Parris su limosna, pero los jueces no quedaron convencidos.
Acusaciones interesadas
Ser pobre volvía sospechosa a cualquier mujer, pero lo mismo sucedía si tenía alguna propiedad. La historiadora Carol Karlsen ha mostrado que la mayoría de las condenadas y ejecutadas en los juicios por brujería celebrados en las colonias de Nueva Inglaterra habían heredado (o iban a heredar) propiedades que normalmente habrían acabado en manos de un hombre. Estas terratenientes se apartaban del rol social definido para las mujeres y por ello se volvían sospechosas.
Si el Massachusetts puritano, con sus peculiares terrores y su visión de las mujeres, era un terreno abonado para la caza de brujas, Salem Village lo era aún más. No era una localidad autónoma, sino una parroquia de la próspera Salem Town, uno de los puertos más importantes de la colonia. Entre sus vecinos abundaban las disputas por propiedades y herencias, algunas de las cuales resurgirían después como acusaciones de brujería. Martha Carrier fue acusada por su vecino después de una discusión entre ambos por la propiedad de unos terrenos, tras la cual el vecino había enfermado. Fue condenada y ejecutada en agosto.
Un párroco conflictivo
En medio del descontento local estaban la iglesia y su pastor. Samuel Parris había llegado al sacerdocio después de perder la plantación familiar en Barbados y de fracasar en su intento de dedicarse al comercio. En 1692, cuando empezaron los juicios, llevaba tres años como pastor de Salem, y su mayor logro había sido convertirse en foco del descontento local. Estaba enredado en disputas por su salario, que algunos consideraban demasiado generoso, y por su doctrina eclesiástica ultraconservadora. En su opinión, el bautismo debía quedar reservado a los «miembros plenos» de su iglesia, un pequeño grupo de personas particularmente piadosas. En sus sermones, Parris atacaba a los feligreses que no eran miembros plenos; decía que eran «impuros» y que ofendían a Dios y a Jesucristo, y en una ocasión llegó a compararlos con Judas.
En octubre de 1691, pocos meses antes de que empezasen los juicios, los lugareños descontentos se rebelaron. Los enemigos políticos de Parris tomaron el control del consejo municipal y lo intentaron echar. Aunque el consejo no tenía potestad para cesarlo como pastor, se encargaba de pagarle el salario y se lo negaron. Parris perdió los estribos. En los tres meses siguientes, mientras se instalaba
La primera persona procesada en Salem fue una mendiga a la que acusaron de haber proferido una maldición diabólica cuando recibió una limosna
los momentos previos a la ejecución de una condenada. Sociedad Histórica de Nueva York.