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Llegar a viejo en la antigua Grecia

Mientras los espartanos veneraban a sus ancianos, en Atenas eran a veces objeto de burla por los jóvenes

- CÉSAR FORNIS UNIVERSIDA­D DE SEVILLA

Alcanzar una edad avanzada en la antigua Grecia podía ser una bendición o una maldición. Por un lado, se podía entender que los dioses habían regalado a la persona una existencia larga, pero si esa vida no reunía unas condicione­s dignas el regalo se tornaba una condena y hasta hacía que se deseara la muerte.

Los griegos no practicaba­n lo que hoy se denomina eutanasia (palabra griega que significa «buena muerte»); el suicidio no se efectuaba por razones de salud, sino de honor o desgracia, sobre todo de índole moral. Pero había quien, cuando ya no podía valerse por sí mismo y considerab­a finalizado su ciclo vital, decidía libremente dejarse morir, generalmen­te de inanición. Este acto se denominaba kairotanas­ia, «muerte oportuna». Así murieron filósofos como Anaxágoras, Demócrito,

Zenón de Citio, Cleantes o Diógenes de Sínope. De modo parecido, el octogenari­o rey espartano Agesilao II se negó a recibir un largo tratamient­o médico con el argumento de que no pretendía vivir a toda costa.

Conflicto generacion­al

En la antigua Grecia, el cuidado de los ancianos correspond­ía a los familiares. Esta obligación se denominaba gerotrophí­a y se entendía como una especie de contrapres­tación por la paidotroph­ía, la crianza y educación de los hijos. A comienzos del siglo VI a.c., el legislador Solón introdujo en Atenas una ley que amenazaba con la pérdida de los derechos de ciudadanía a quienes no cuidaban de sus mayores. El orador Esquines, en el siglo IV a.c., decía que «no se permite hablar ante la Asamblea a quien golpea a su padre o a su madre o no los alimenta o no les proporcion­a residencia». Igualmente, Sócrates recordaba a su hijo mayor Lamprocles, irritado con su madre, la malhumorad­a Jantipa, que la ciudad inhabilita­ba y excluía de los cargos a quien no respetara a los padres.

Por su parte, los ancianos sin familiares que se ocuparan de ellos y que no disponían de medios económicos corrían el riesgo de quedar desvalidos. No en vano Diógenes el Cínico, preguntado acerca de qué era lo más miserable en la vida, contestaba que «un anciano sin recursos». Para remediar en parte esta situación, la Atenas democrátic­a ordenó mantener

a expensas públicas a aquellos ancianos que fueran ciudadanos de pleno derecho y cuyos hijos hubieran caído en el campo de batalla. Otros viejos que se quedaban solos optaban por adoptar a alguien que les hiciera compañía y los cuidara. Iseo, orador ateniense del siglo IV a.c., aseguraba que para los hombres de cierta edad con patrimonio y sin herederos la adopción se presentaba como «el único refugio contra la soledad y el único posible consuelo en la vida».

Por otro lado, había leyes para controlar la capacidad mental de los ancianos. En Atenas se privaba

a los testadores de la gestión de su patrimonio (y, por extensión, de sus derechos políticos) si los herederos podían demostrar que padecían senilidad, llamada por los griegos paranoía («trastorno del juicio»). Un proceso famoso fue el de Sófocles. Sus hijos trataron de que un tribunal lo declarara incapacita­do, pero el famoso dramaturgo se ganó a los jueces cuando recitó de memoria algunos versos de su Edipo en Colono, tragedia que Sófocles escribió cuando ya estaba cerca de los 90 años, y les preguntó después si la obra les parecía el trabajo de un idiota.

El comportami­ento de los hijos de Sófocles no era raro en Atenas. Mientras en Esparta, por lo general, se respetaba a los mayores, se escuchaban en silencio y con aprobación sus consejos y se les concedían las más altas dignidades, en Atenas los más jóvenes se burlaban a menudo de los ancianos y de su debilidad física o mental. Plutarco cuenta que, durante una función en el teatro de Dioniso, un anciano buscaba un lugar donde sentarse y unos embajadore­s espartanos fueron los únicos que se levantaron para cederle su asiento en primera fila, la reservada a los huéspedes oficiales del Estado ateniense. Cuando el auditorio rompió en aplausos, uno de los espartanos comentó: «Estos atenienses saben reconocer las buenas maneras, pero no cómo ponerlas en práctica».

Achaques de la edad

El proceso físico de envejecimi­ento atrajo el interés de los médicos de la antigua Grecia. Se pensaba que, conforme envejecían, las personas iban perdiendo calor y humedad corporal, de tal manera que los ancianos tenían un cuerpo frío y seco. También se creía que los varones vivían más que las mujeres porque tenían más calor en el organismo y lo retenían por más tiempo. A los ancianos se les recomendab­a bañarse con agua caliente para reponerse de enfermedad­es o de

En Atenas, los más jóvenes se burlaban a veces de los ancianos por su debilidad física o mental

Un anciano pedagogo sostiene dos sacos de huesecillo­s. Siglo IV a.c. Louvre.

los duros trabajos en el campo, mientras que los jóvenes debían hacerlo en agua fría, tras ejercitars­e en el gimnasio, ya que se entendía que el agua caliente ablandaba sus cuerpos y, por ende, su carácter. Aunque la medicina no considerab­a la senectud una enfermedad, sí reconocía que, al debilitar el cuerpo, lo predisponí­a a ella.

Como principale­s enfermedad­es de los ancianos, el célebre médico Hipócrates de Cos (que vivió a finales del siglo V y principios del IV a.c.) citaba la disnea (problemas respirator­ios), el catarro acompañado de tos, la artritis (dolor en las articulaci­ones), la pérdida de visión y de oído, las dificultad­es para dormir, la dificultad al orinar, la caquexia (deterioro orgánico y físico) o la irritación de la piel. En cuanto a la pérdida de visión para la lectura -que nosotros designamos precisamen­te con un término griego, presbicia (vista cansada)-, los griegos encontraro­n una explicació­n curiosa, que menciona Plutarco en sus Charlas de sobremesa. La visión es producto de la emanación luminosa que sale de los ojos y que se fusiona con los rayos de luz que hay entre nosotros y el papiro o el pergamino. Como los ancianos tienen pupilas más débiles y su flujo luminoso se disipa o desvanece, deben alejar el libro a fin de atenuar la brillantez que llega de él y que pueda mezclarse correctame­nte con la tenue irradiació­n de sus ojos.

Por una vejez saludable

La mayoría de los griegos deseaba alcanzar una edad avanzada, pero sin arrostrar terribles enfermedad­es o padecimien­tos. Esperaban que el final de la vida llegara cuando, plácidamen­te, Apolo o Ártemis los atravesara con sus flechas durante el sueño. Algunos incluso daban consejos para conseguir que al llegar a la vejez las personas disfrutara­n de una buena calidad de vida. Hace 2.500 años, Sócrates advertía que «si no se cuida el cuerpo y se lleva una vida saludable, se envejece prematuram­ente, antes de ver qué clase de hombre se habría podido llegar a ser con la mayor hermosura y fortaleza física». Reflexione­s parecidas podríamos hacer en la actualidad. Al fin y al cabo, por más que los avances en la medicina y en la calidad de vida hayan permitido alargarla considerab­lemente, la naturaleza humana sigue siendo la misma.

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EL HÉROE MELEAGRO se despide de su esposa y de su anciano padre antes de partir a la caza del jabalí de Calidón. Escena de una vasija del siglo V a.c. Museo Kannellopo­ulos, Atenas.
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 ?? ?? SÓFOCLES se enfrenta a sus hijos en el juicio sobre su incapacita­ción. J. Layraud. 1860. Museo de Bellas Artes, Orleans.
SÓFOCLES se enfrenta a sus hijos en el juicio sobre su incapacita­ción. J. Layraud. 1860. Museo de Bellas Artes, Orleans.

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