Heraldo de Aragón

María Sandoval

«Hacemos el trabajo que no quieren hacer otras personas y se merece un salario digno»

- M. LLORENTE

«Nunca me han regalado nada», asegura la nicaragüen­se María Sandoval, que lleva 26 años en España y que agradece que el Gobierno se acuerde ahora de que también las empleadas del hogar tienen derecho a que se mire por su salud. «Cuidamos de personas mayores que están postradas en la cama y los dolores de espalda son muy comunes en este trabajo, que es muy duro», recuerda. «Ahora, con este decreto, si a nosotras nos pasa algo, al empleador pueden al menos ponerle una multa. Aún así», insinúa, «con la ley en la mano, muchos nos la intentarán colar, porque en la mayoría de las casas no están acondicion­ados los baños ni hay medios para poner una grúa». Partidaria de reivindica­r sus derechos, recomienda a las trabajador­as de este sector contar con el respaldo de organizaci­ones como Cruz Roja que asesoran bien. «Hace unos años, si se te moría el anciano que cuidabas, te quedabas en la calle, sin trabajo y sin paro. Desde finales de 2022 ya se reguló que tuviésemos derecho a la prestación por desempleo», aunque afortunada­mente en su caso no ha tenido de momento que llegar a cobrarlo. «Siempre hay gente que se aprovecha de las personas sin papeles», dice al evocar sus comienzos. «También empecé así», dice. «Tralos o acostarlos sin los medios adecuados. Por eso apela a la necesidad de asociarse y estar unidas para seguir reivindica­ndo que se vele por sus derechos. «Hacemos lo que nos dicen, si hay que acarrear a mayores lo hacemos y eso tiene consecuenc­ias en la salud», confiesa, si bien reconoce que en muchos casos los mayores que las contratan tampoco tienen medios económicos.

María Elena, colombiana llegada hace seis meses y que dispone ahora de la tarjeta roja de asilo en España, asegura que como vino sin papeles trabajaba de interna y solo libraba un día a la semana.

bajé tres meses para una señora que no me pagó ni un céntimo hasta que conseguí mi documentac­ión en Extranjerí­a y desde entonces solo les he pedido a los jefes respeto. Hacemos el trabajo que no quieren hacer otras personas y se merece un salario digno»,

Ahora su situación ha mejorado gracias a dar con una buena familia y un contrato de 20 horas que le han aumentado a 30. Considera positiva la nueva norma: «Por lo menos hay una ley, pero luego hay que aplicarla».

A expensas de cómo se articula

Para Christine Alonso, de la Fundación San Ezequiel Moreno, la dificultad de implementa­r este Real Decreto «es que los contratant­es no son empresario­s sino personas mayores o familias y el problema es ver cómo se va a articular ese sistema de prevención para que las empleadas del hogar,

destaca, con las tablas salariales en la mano. «La necesidad de algunas mujeres que acaban de llegar hacen que soporten muchas cosas que no deberían permitir, como obligarlas a trabajar todos los fines de semana cuando les correspond­en dos días de descanso, como en cualquier trabajo, tengan sus revisiones o EPIs, equipos de protección individual. En las casas particular­es pasan muchas cosas y controlar la salud laboral de una cuidadora, si la Administra­ción no facilita cómo hacerlo, va a ser muy complicado». Lo que puede ocurrir, advierte, es el efecto contrario al buscado, es decir, que aumente la economía sumergida en lo que es el empleo doméstico «por miedo o desconocim­iento a las multas de la Seguridad Social en caso de que no cumplan bien con lo estipulado».

«Hay menos contrataci­ones de empleadas del hogar por la falta

desde las 9 de la mañana del sábado hasta la misma hora del domingo». Por suerte, señala, en su caso, nunca se ha enfermado pero agradece la nueva regulación que obliga a los empleadore­s a que se hagan controles médicos al menos cada tres años. «Hay mucho cáncer y es mejor estar enterándot­e cada cierto tiempo de que estás sana», reconoce. Estuvo empleada también durante un tiempo por el servicio municipal de Ayuda a Domicilio pero recuerda que le tocaba ir a la carrera siempre de una casa a otra y era poca jornada la que sumaba. Sin embargo, estando contratada por algunas fundacione­s ha tenido que hacer hasta 14 horas diarias y por un salario inferior al que marca la propia legislació­n. Asegura haber pasado por muchas situacione­s difíciles, pero como «el trabajo de cuidar a ancianos es el que se encuentra antes, muchas estamos trabajando en esto», dice. Si bien, observa que en los últimos años algunas compañeras que han conseguido la nacionalid­ad española se han marchado a Estados Unidos. «Allí se gana mejor».

En su caso, ha decidido quedarse en Zaragoza. «Me vine acá por la mejoría de mis hijos y cada año voy a verlos una semana o así. Si me quedo más, me cuesta volver, pero hay que trabajar», comenta satisfecha de no haber dejado de cotizar durante todo este tiempo. De si se llegará un momento en que al trabajo de las empleadas del hogar se apunten también los hombres, reconoce que «ya se ven algunos en residencia­s, pero en las casas es más difícil». Eso de «asear a los ancianos y soportar los malos olores cuesta y los hombres empiezan a trabajar en residencia­s en lo que es la limpieza de instalacio­nes y también en cocina, pero no tanto en cuidados».

«Los empleadore­s no son empresario­s sino personas mayores y el problema es ver cómo se va a articular ese sistema de prevención en el hogar»

de poder adquisitiv­o de los mayores. El SMI ha subido más que las pensiones», corrobora Elena Bermejo, técnico de empleo de Cruz Roja. «O cuentan con un ingreso extra, ayuda de los hijos, o tienen que reducir las horas o no contratar», afirma, partidaria de «dignificar las condicione­s de estas trabajador­as, pero también de buscar soluciones para atender a la tercera edad que en muchos casos carece de recursos suficiente­s para ir a una residencia o contrata a una persona de forma permanente. Y por eso, «sigue habido tanto trabajo en negro», dice.

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F. JIMÉNEZ María Sandoval, empleada del hogar, ante las oficinas del Inaem en la calle Santander de Zaragoza.

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