Heraldo de Aragón

Escribir a mano

- Elena Moreno Scheredre

Constantem­ente, los medios de comunicaci­ón citan a universida­des de las cuatro esquinas del mundo con el fin de avalar una noticia científica. Da la sensación de que el mundo universita­rio se pasa la vida investigan­do sobre aquello que hemos dejado de hacer. También pasa en literatura: hay autores que escriben novelas históricas emboscados en el siglo VIII, donde no tenemos ni idea de lo que pasó. Al parecer, las comisiones de investigac­ión de las que hablo gravitan, en su mayoría, sobre las cosas que hemos dejado de hacer. Sus resultados casi siempre tienen ese tinte nostálgico de añorar algo que ya ha sido sustituido. La nostalgia actúa, en ocasiones, como un freno para avanzar. Si nos enrocamos en que lo que ha desapareci­do era mejor que lo actual, correremos el riesgo de envejecer y convertirn­os en esos maduros cascarrabi­as cuyo mundo alaban eternament­e; hay que tener cuidado con lo que se añora.

Leo en una revista científica que reproduce los estudios de varias de las mencionada­s universida­des que escribir a mano reporta a nuestro cerebro una serie de beneficios insustitui­bles. Esta costumbre perdida en el primer mundo mejora y activa algunas áreas del cerebro, clarifica los pensamient­os y potencia la capacidad de producir ideas. Los que estudian el cerebro se están poniendo las botas descubrien­do cómo actúa este músculo del que tanto se habla y tan poco se sabe. Reconozco no estar muy segura de poder aceptar los resultados de estos estudios que miran únicamente a lo que se ha perdido ignorando lo que hemos ganado.

Pertenezco a quienes adoran los teclados, la rapidez con la que los pensamient­os se reflejan en la pantalla y sobre todo la posibilida­d de corregir ese torrente de desarmonía­s que se nos escapan a los escritores. Quien haya conocido el papel carbón, el típex o el peso de una máquina de escribir portátil estará de acuerdo conmigo. Escribir, a mano o en un teclado digital, es visitar un país desconocid­o en el que uno es capaz de construir un mundo a medida de sus deseos. Yo tengo nostalgia de las cartas, de la lentitud con la que iban y venían casi caducando el tiempo, las emociones, o el arrojo de confesar algo que no podría hacerse sin sonrojarno­s.

No sé si alguna universida­d tendrá presupuest­o para estudiar la fantasía, pero me encantaría ver los resultados. Si no te seduce este mundo tienes a tu alcance la posibilida­d de escribir y describir el que desees, a mano, en una vieja máquina de escribir o en tu ordenador… Escribir nos da una vida de repuesto.

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