El Teruel de Capa, en Budapest
Cerca del Danubio, del Teatro de la Ópera y del Instituto Cervantes, se halla el Centro Robert Capa, y en él está muy presente Aragón, sobre todo Teruel y Huesca
Si ha habido un fotógrafo casi legendario, un mito del reporterismo visual, con un gran carisma y un temperamento romántico, tan encantador como seductor y combativo, ese es André Ernö Friedmann (Budapest, Hungría, 1913-Thai Binh, Vietnam, 1954), que se haría famoso con un nombre inventado posiblemente por su amada Gerda Pohorylle (la famosa reportera Gerda Taro luego, que murió en Brunete en 1937): Robert Capa. Setenta años después de su muerte, tras pisar una mina antipersona en Thai Bin (adonde había ido en sustitución de otro periodista: bajó del jeep en que viajaba porque no le convencían del todo los encuadres y quería estar más cerca), su nombre sigue evocando compromiso, heroicidad, pasión por los seres humanos, defensa de la libertad y, sin duda, una gran calidad fotográfica, que va mucho más allá de los conflictos bélicos y de las instantáneas de guerra.
Casi en el centro de Budapest, muy cerca del imponente Teatro de la Ópera y no muy lejos de la catedral de San Esteban, donde reposan los restos de Ferenc
Puskas, está el Centro Robert Capa de Budapest, con el grueso de su producción y muchos de sus objetos, y fotos de compañeros de la Agencia Magnum que cofundó en 1947 con Henri CartierBresson, George Rodger y David
Seymour ‘Chim’. Además de albergar la variada producción de «un aventurero que no retrocedía ante nada ni ningún desafío», montada con un criterio muy imaginativo, se ofrecen constantemente exposiciones, becas y talleres (por allí han pasado grandes profesionales como Sebastiao Salgado) y se apuesta por los artistas emergentes.
Recorrer ese espacio, con diversas alturas produce una emoción especial: la Guerra Civil española está presente, a través de las fotos de Teruel y del frente de Aragón, pero también hay de otras provincias españolas.
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El Centro Robert Capa se ha instalado en un edificio de 1912, que mandó construir el coleccionista de arte Ernst Lajos. Fue rehabilitado para acoger la colección. Se inauguró en 2013, justo cuando se cumplía el nacimiento del que muchos señalan como «el primer representante del fotoperiodismo moderno».
Prehistoria: moda, arte, política
El joven vivió más bien poco en su ciudad de origen, la capital por naturaleza del Danubio Azul, cruzado de puentes muy distintos. Perteneció a una familia acomodada, judía, y tuvo una infancia feliz y una adolescencia algo más agitada. El padre era un intelectual y la madre una diseñadora de moda, con un famoso taller en la ciudad. Las fotos del bebé, del niño, de las reuniones familiares y del escolar son muy evocadoras, y hay muchas. Las dependencias han sido estudiadas con minuciosidad y originalidad, e incorporan vídeos, materiales de archivo, árboles de imágenes y viajes, etc., e incluso se usan los que podríamos llamar las cicatrices del tiempo (escorchones) en las paredes de algunas dependencias. En un cuarto puede verse toda esa prehistoria familiar, antes de que André se inclinase por la fotografía. En otra hay como un laberinto de conexiones, con distintos
colores, que indican sus movimientos y de algún modo recuerdan que estuvo en cinco guerras, entre ellas, claro, la nuestra, que fue el origen de su fama, y en la II Guerra Mundial: convertido ya en Robert Capa, captó el Desembarco de Normandía en 1944, hace ahora 80 años, e hizo 134 fotos, según confesión propia, pero solo se pudieron rescatar «las once magníficas fotos ligeramente desenfocadas», que han dado la vuelta al mundo y que están presentes en una sala de paso de este museo que tiene distintas alturas y miradores muy estudiados desde los que pueden verse bucles y montajes fotográficos. Y estuvo también en la Liberación de París en agosto de 1944, la ciudad donde empezaría a hacerse famoso en 1934-1935 gracias a Gerda Taro, que anunció que había llegado un gran fotógrafo norteamericano a París con el nombre de Robert Capa. Dicho ya de paso, la historia de amor Capa y Gerda (una espléndida fotógrafa que murió a los 27 años) forma parte la mitología amatoria de la historia del arte. De hecho, de Capa, que también amó a Ingrid Bergman, se dice que jamás pudo vencer la melancolía y el desgarro de su pérdida.
Si hay una habitación para recordar su universo íntimo, hay otra dedicada al reportero puro: se conserva una grabación donde
‘Bandi’, la cárcel y sus éxodos
En Budapest, como sucedió de otro modo en Estados Unidos, se vivió una época de precariedad y convulsión social y política en 1929. Hasta sus padres pasaron penalidades y poco a poco, en el país, se atisbaba un régimen muy represor, que desembocaría en numerosas tensiones políticas. El joven André, al que llamaban ‘Bandi’, hacía sus primeras fotos y tenía una maestra y amiga que también pasó a la historia de la fotografía: Eva Besnyö. Ella fue determinante en su aprendizaje. Tuvo otros maestros, y pronto se sumó a grupos de izquierda. Fue detenido y estuvo en la cárcel varios meses. Con las gestiones de su padre, logró la libertad y se fue del país. Se marchó a Berlín, donde estudió Periodismo, pero también se fue con las amenazas de Hitler, a Viena y a París, y pronto empezaría sus colaboraciones en prensa. Lograría uno de sus primeros éxitos capaz de retratar a Leon Trotski en Copenhague durante un mitin. Esa foto también anda por ahí, colgada en una pared o en el bucle de imágenes que se van pasando. En cierto modo, con el retrato de reportaje del comunista disidente se iniciaba la espiral de un mito.
explica su vida y su visión de la fotografía, sus cubetas, las revistas donde colaboró y, por supuesto, reproducciones de páginas y páginas de sus reportajes en periódicos y distintas publicaciones: de Teruel, de distintas ciudades españolas y, por supuesto, la más famosa suya, la del miliciano Federico Borrell, anarquista, que fue abatido en el verano de 1936 de Cerro Muriano (Córdoba); recientemente se descubrió que fue en Espejo. Quizá no existan muchas fotos que hayan hecho correr tantos ríos de tinta y de sospechas y suspicacias. Pero ya parece estar claro que Capa hizo la foto con su Leica de 35 mm, ligera, manejable y rápida, y que tomó toda una secuencia, algo en lo que insistió mucho su hermano Cornell. El hallazgo de la famosa maleta mexicana con sus negativos, que está depositada allí, fue una confirmación. Por otro lado, algunos han escrito que esa instantánea era de puesta en escena y que la había realizado la propia Gerda Taro.
Aragón y España en el corazón
En el Centro Robert Capa de Budapest hay una feliz sorpresa que llama mucho la atención y que resulta conmovedora: toda una pared de otra estancia dedicada al reportero de guerra, de algo más de dos metros de ancho, está ocupada por la célebre foto del Via
ducto de los Arcos de Teruel, realizada el 3 de febrero de 1938.
Como Ernest Hemingway y bastantes otros, entre ellos el espía Kim Philby, Robert Capa visitó la capital mudéjar entre diciembre de 1937 y febrero de 1938, en unos días glaciales que se vivieron muchos acontecimientos para la historia. Teruel fue recuperada por los republicanos; sería fusilado el obispo Polanco de manera un tanto enigmática en la retirada, y después volvió a mandar el ejército nacional, pero no solo eso: los turolenses y los soldados -entre ellos los padres de Andrés Trapiello, Julio Llamazares
y Luis Landero– padecieron unas terribles nevadas. Muchos soldados, como ha contado, entre otros, el escritor inglés Laurie Lee, murieron congelados. Capa fotografió muchas cosas de lo que allí sucedió, el soldado carbonizado por una descarga eléctrica entre las ramas, y captó sobre todo el doloroso éxodo hacia Valencia. Entre los que se marcharon con la escasa hacienda de unas mantas iba, por ejemplo, según contó una vez, un joven que daría que hablar mucho en le Real Zaragoza y en Real Madrid: el lateral Manuel Torres, ‘El expreso de la banda’, que sería campeón de Europa. Ver esa pared, seas más o menos mitómano, no deja de emocionar. Si Capa llevaba España en el corazón, Teruel le ofreció una imagen inmortal sobre la guerra y sus ruinas.
Si en la propuesta de la exposición hay como varias estancias o apartados, el cuaderno visual de bitácora de toda una existencia, en el recorrido se ofrece una selección de sus fotos: llama la atención la colección de fotos ‘movidas’, o «ligeramente desenfocadas» del Desembarco de Normandía y diversos reportajes en Israel, China, Japón o Rusia, a donde acudió en 1947 con el gran
escritor John Steinbeck. Está claro que Robert Capa fue un gran fotógrafo de guerra, pero quizá lo sea aún mejor en la paz: le interesaba la vida cotidiana, los pequeños detalles, el trabajo, las emociones directas, los vínculos y eso se ve en este apartado, en otra sala donde están sus retratos en blanco y negro y en color pero aún más en un cuarto donde se proyectan imágenes suyas como si fueran secuencias de cine. Casi una retrospectiva que no cesa. En esa parte, en una reproducción gigante, está la foto que le hacen a él en la liberación de París y a su amigo y colega George Rodger en la liberación de París.
De ahí se sale a un pasillo angosto donde están las últimas fotos que tomó en Thai Binh, Vietnam (1954) y una colección de sus rostros a lo largo del tiempo, alusiones a la relación tan cercana que tuvo siempre con su madre (le mandó una carta desde Bangkok felicitándole su cumpleaños) y su firma. Escueta, nítida, impresa sobre una superficie rugosa de cemento. Aquel hombre nómada dejó una frase para la historia: «Si tus fotos no son lo suficientemente buenas es porque no te has acercado lo suficiente». Es sobradamente conocida, incluso tópica, pero también es un formidable autorretrato de su empatía.
Pasión española Si Robert Capa llevaba España en el corazón, Teruel le ofreció una imagen inmortal sobre la guerra y sus ruinas