Pulp Fiction
Hace treinta años, cuando se estrenó ‘Pulp Fiction’, yo tenía dieciocho años y estaba en Bilbao estudiando Periodismo. Hace treinta años gobernaba España Felipe González, el lehendakari era José Antonio Ardanza, el Real Zaragoza estaba a punto de ganar la Recopa, Kurt Cobain se suicidaba en su casa de Seattle y ETA mataba, secuestraba, extorsionaba y ponía bombas a diestro y siniestro. Hace treinta años el siglo XXI aún era ciencia ficción. Y sin embargo ‘Pulp Fiction’ parecía abrir las puertas del nuevo siglo a ritmo de soul, de funky y de música surf.
Nosotros envejecemos, pero por las grandes películas, como por las grandes novelas, no pasa el tiempo. Tarantino resucitó a Travolta, le borró el tupé setentero y lo vistió de gánster posmoderno. Tarantino deconstruyó la narrativa cinematográfica como Ferran Adrià deconstruyó la tortilla de patatas. En las habitaciones de los estudiantes el cartel de ‘Pulp Fiction’ sustituyó a la bandera del Che, y eso supuso un cambio ético y estético de primera magnitud para la juventud occidental. Aunque en la película no hubiera política (explícita), solo mucha violencia (física y verbal), mucha droga y mucho y muy salvaje humor, dábamos por hecho que Tarantino estaba inaugurando un nuevo ciclo político, social y cultural, y salíamos del cine sintiéndonos plenamente modernos. Pero éramos unos falsos modernos y unos falsos cosmopolitas.
Siempre he pensado que ‘Pulp Fiction’ fue la primera gran película del siglo XXI. Ahora, por el contrario, pienso que fue el canto del cisne cinematográfico del siglo XX. Pero a quién le importa eso. Lo que a mí me gustaría es beber y bailar con Mia y que el bestia de Marsellus no me aplaste como a una cucaracha por ello.