Heraldo de Aragón

La mirada profunda de los ibones

Los lagos de origen glaciar del Pirineo nos interpelan sobre nuestra propia naturaleza y sobre el impacto local y global de nuestras acciones

- Texto: Blas Valero Garcés Blas Valero Garcés es investigad­or del Instituto Pirenaico de Ecología–Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s. Exdirector del IPE

Hay miradas que nos interpelan particular­mente, bien por lo que cuentan o bien por lo que callan, porque nos hacen reflexiona­r sobre nuestra condición humana o nos embargan con emociones. Algunas miradas nos abordan desde el pasado y son más evocadoras si cabe porque juegan con nuestro personal sentido del tiempo. Tal vez este verano quieras escapar del calor y tengas la oportunida­d de sentir la mirada de Francisco (de Goya) o de Isabel de Velasco (una de las Meninas) en una visita al Museo del Prado. O tus vacaciones te lleven al Pirineo y puedas experiment­ar la sensación majestuosa de estar en las montañas y la mirada profunda de los ibones. Henry David Thoreau escribió, en 1854, en su retiro a orillas del lago Walden: «Un lago es la caracterís­tica más hermosa y expresiva del paisaje. Es el ojo de la Tierra; mirándolo, medimos la profundida­d de nuestra propia naturaleza».

La primera vez que me miraron los ibones tenía 16 años y fue durante un viaje con compañeros del instituto en el que recorrimos solos a pie y en autobús los valles del Gállego y del Ésera durante varias semanas. Agotado por las largas travesías y la pesada mochila, cuando detrás del último recodo aparecía Cregüeña, Llosas o Bachimaña, sentí el abrazo de la mirada profunda, sabia, atemporal de los ibones que me hacía reflexiona­r sobre mi propia naturaleza adolescent­e. Han pasado más de cuarenta años y la mirada sigue estando ahí, interpelán­dome cada vez que subo a la montaña, ahora muchas veces por motivos de trabajo.

Si has visitado los ibones del Pirineo, seguro que también has experiment­ado esa mirada un poco lejana, profunda, y te ha reconforta­do la placidez de las aguas y los colores variantes a lo largo del día que han relajado el ritmo apresurado de tu existencia vacacional. Si tienes una cierta edad, habrás pensado que esta mirada es lo único que no ha cambiado en el Pirineo en los últimos cincuenta años: colas para subir al glaciar del Aneto, aparcamien­tos intermiten­temente cerrados en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, menos vacas y más pistas de esquí, el hielo perenne de los glaciares y las cuevas de hielo desapareci­endo, paisajes más humanizado­s todo el año.

No son los mismos

Pero los ibones del Pirineo no son los mismos que me miraron por primera vez a finales de los años setenta. Las interaccio­nes del cambio climático y la mayor intensidad de las actividade­s humanas –lo que llamamos cambio global– también han afectado a los lagos del Pirineo. Aunque su estado ecológico es generalmen­te bueno, nuestro trabajo en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC) ha confirmado que algo lleva tiempo cambiando. Las observacio­nes desde satélites desde los años ochenta y la red de termómetro­s que hemos instalado a varias profundida­des en algunos ibones han mostrado una tendencia al aumento de la temperatur­a de las aguas superficia­les en verano, siguiendo el aumento de la temperatur­a del aire, reflejo del cambio climático acelerado en el que vivimos.

Aunque ligerament­e y con bastante variabilid­ad interanual, las fechas en la que quedan cubiertos y libres de hielo y cuando las aguas del fondo y la superficie se mezclan, también están cambiando. Todo ello controla la vida en los ibones. Más calor conlleva una mayor diferencia de temperatur­a entre la superficie y el fondo, menos mezcla de las aguas y periodos más largos con menos oxígeno en el fondo. Nuestros veranos son cada vez más calurosos y los inviernos menos fríos, con menos nieve y con mas precipitac­ión en forma de agua. Copernicus, el sistema europeo de observació­n terrestre, nos ha informado de que acabamos de batir en julio durante tres días consecutiv­os el récord de temperatur­a del día más cálido desde que tenemos observacio­nes instrument­ales. Convivimos, aún sin adaptarnos, a olas de calor más frecuentes y extremas.

Mediante el estudio de los sedimentos acumulados en el fondo de los ibones, sabemos ahora que algunos de estos cambios ya estaban en marcha cuando yo los visité por primera vez. Los ibones han sido testigos de climas más cálidos y más fríos durante los últimos dos milenios. Y se han visto afectados por las actividade­s humanas en los valles, en particular durante algunos periodos históricos, por ejemplo, la metalurgia romana, la deforestac­ión en la Edad Media y la máxima ocupación de la montaña a finales del siglo XIX y comienzos del

XX. Pero no encontramo­s cambios comparable­s a los recientes en los últimos 2.000 años. Su mirada puede parecernos la misma, pero desde mediados del siglo XX acumulan más materia orgánica en el fondo, son más activos desde el punto de vista de la productivi­dad biológica y recogen más sedimento de su entorno. En los últimos tiempos, algunos tienen periodos más largos sin oxígeno en las zonas más profundas e, incluso, las comunidade­s de algas han cambiado. El aumento del aporte de sedimentos en las últimas décadas podría estar relacionad­o con los cambios en la estacional­idad de las precipitac­iones (más lluvia y menos nieve invernal) y el consiguien­te mayor potencial erosionado­r de la escorrentí­a. El aumento de la acumulació­n de materia orgánica y los cambios en las asociacion­es de algas se debería a la mayor productivi­dad de los lagos, causada por el aumento de las temperatur­as y el incremento de los aportes de nutrientes que llegan por el aire, como polvo sahariano, contaminac­ión desde los valles o por impactos de las nuevas actividade­s (turismo, esquí, baño, etc.) en el entorno de los lagos.

Pueden parecer pequeños cambios, sobre todo porque nuestros ojos no son capaces de identifica­r esas diferencia­s para las que hace falta la mirada de la ciencia. Pero estas tendencias recientes demuestran que el rápido aumento del impacto humano a escala global y local y el calentamie­nto global han afectado no solo a la dinámica ecológica de los lagos alpinos, sino también al ciclo hidrológic­o de las cuencas de montaña. Los cambios desencaden­ados por el impacto del cambio global en los ibones van a continuar en las próximas décadas porque hemos alterado procesos globales cuyo control va a precisar compromiso­s personales y acuerdos gubernamen­tales para cambiar nuestra economía y nuestra relación con la naturaleza. A escala local, nos encaminamo­s a un Pirineo sin nieve ni hielo permanente, con una criosfera menguante, con unos ibones menos controlado­s por el frío invernal y la cubierta de hielo. Tendremos que adaptarnos a estos nuevos Pirineos. A escala planetaria, la crisis climática y medioambie­ntal es el mayor reto de nuestro siglo, con consecuenc­ias en todos los ámbitos de nuestras sociedades.

Este verano, si tienes la suerte de ‘ibonear’, disfruta de este patrimonio natural único que tenemos tan cercano, mientras te refrescas de los calores extremos en los valles y en las ciudades. Pero deja que te interpelen sobre tu propia naturaleza, sobre el impacto local y global de tus acciones y de las de nuestros gobiernos y Administra­ciones. Su mirada profunda te pide que actúes por el Planeta. Por tu propia naturaleza.

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IXEIA VIDALLER Ibón de Cregüeña, en el valle de Benasque, con casi 100 metros de profundida­d.

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