La fractura del alma humana
El año que viene se cumplirán tres decenios desde el fin de la guerra de Bosnia-Herzegovina. Las consecuencias de las guerras fratricidas que sufrieron los Balcanes hace ya treinta años siguen vigentes en la actualidad en amplias zonas de lo que fue la an
Siempre que regreso de los Balcanes siento más tristeza y me pregunto sobre la incapacidad de los seres humanos para vivir sin violencia, rencor u odio. Es evidente que las guerras acabaron hace años, incluso décadas. Hay ciudades totalmente reconstruidas donde es difícil encontrar edificios destrozados que permitan hacerse una idea de la intensidad de los bombardeos. Miles de ejecutados y enterrados en fosas comunes han sido encontrados, identificados y entregados a sus familiares. Pero las consecuencias de aquellas guerras fratricidas siguen vigentes hoy en amplias zonas de lo que fue la antigua Yugoslavia. Un Estado reconvertido hoy en siete países tras cinco guerras, algunas de corta duración, y otras más largas que nuestra guerra civil.
Algunas zonas de Croacia, especialmente en la costa del Adriático, viven triunfalmente el éxito del turismo que ha disparado los precios a niveles prohibitivos para la inmensa mayoría de los ciudadanos locales, mientras otras áreas han quedado abandonadas a su suerte y la población juvenil emigra a Europa. Serbia vive de espaldas a sus vecinos balcánicos y de la Unión Europea mientras apoya firmemente a Rusia en su guerra en Ucrania. Bosnia-Herzegovina se divide en dos entidades: una formada por croatas católicos (más interesados en vincularse a Croacia) y bosniacos y la otra por serbios que prefieren comerciar con Serbia. Macedonia del Norte vive en una crisis permanente, Kosovo es uno de los países más pobres de Europa y Montenegro mejora gracias al turismo que pulula por su magnífica costa, aunque el interior del país es tan pobre como sus vecinos. Eslovenia huye de su pasado balcánico como de la peste. Viven de espaldas unos con otros, incapaces de formar un mercado común balcánico que podría acoger a países limítrofes como Bulgaria, Albania, Rumanía y hasta Grecia, que permitiera mejorar su lamentable situación económica.
El año que viene se cumplirán treinta años del fin de la guerra de Bosnia-Herzegovina, el genocidio musulmán de Srebrenica o la expulsión masiva de los serbios de la Krajina croata. Habrá distintas conmemoraciones y cada comunidad buscará imponer su relato. Los croatas siempre reivindican la violencia que sufrieron durante la guerra de 1991. Recuerdan que ciudades como Dubrovnik fueron atacadas por la artillería y la aviación del entonces ejército yugoslavo, instrumentalizado por los generales serbios que buscaban perpetuar la Gran Serbia, apoyados por paramilitares serbios locales. Pero olvidan que en agosto de 1995 sus blindados arrasaron la zona habitada por la mayoría serbia y expulsaron a 250.000 personas. Sus generales también fueron acusados de cometer crímenes de guerra. En 1991 vivían 581.000 serbios en Croacia, poco más del 12% de la población. En 2021 apenas quedaban 123.000, poco más de un 3%, apenas una cuarta parte.
Cada 11 de julio hay un funeral en la localidad bosnia de Srebrenica. Coincide con el día que empezó la matanza en 1995 y que ha sido considerada como un genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia. Hace menos de un mes se enterró a 14 nuevas víctimas identificadas tras ser encontradas en fosas comunes clandestinas. En 2023 fueron 30 y en 2022, 50. Ha habido años con funerales masivos. En 2005 fueron inhumados 610; en 2010, 776, el récord, que coincidió con el mismo día que España ganó el Mundial de fútbol, y del que pocos escucharon hablar. Casi 7.000 víctimas ya han sido enterradas desde abril de 2003. La fractura del alma humana sigue vigente en los Balcanes.
«Casi 7.000 víctimas ya han sido enterradas desde abril de 2003. La fractura del alma humana sigue vigente en los Balcanes»