SánchezEscribano acaba undécima en 3.000 obstáculos
Oro para la bareiní Winfred Yavi, plata para la ugandesa Peruth Chemutai y bronce para la keniana Faith Cherotich
PARÍS. La atleta española Irene Sánchez-Escribano acabó ayer en undécima posición de la final de los 3.000 metros obstáculos, con un registro de 9:10.43 que rozó el récord nacional y significó su mejor marca personal, mientras que el oro fue para la bareiní Winfred Yavi con 8:52.76, nuevo récord olímpico.
Sánchez-Escribano era la única representante de la delegación de España en esta sesión vespertina de atletismo. Y quitándose su espina particular, ya que una lesión de última hora impidió su presencia hace tres años en los Juegos de Tokio, la toledana apareció sobre el tartán del Stade de France con una gran sonrisa.
Empezó la carrera en la parte trasera, fiel a su costumbre, mientras la keniana Beatrice Chepkoech se puso en cabeza nada más arrancar y dotó a la prueba de un ritmo alto, rompiendo el grupo de atletas y con siete más destacadas que el resto. La ugandesa Peruth Chemutai, defensora del título, mantuvo todo el tiempo ese pulso y luego se unió Winfred Yavi.
De cara a la última vuelta, Chepkoech se hundió y el triunfo ya fue un mano a mano entre Chemutai y Yavi; a falta de 50 metros, la bareiní rebasó la última valla igualada con su rival y esprintó con todas sus fuerzas para dejar atrás a la ugandesa, quien se conformó con la plata mientras otra keniana, Faith Cherotich, lograba el bronce (8:55.15). dio una lección de pundonor, táctica y poderío físico para tocar el cielo en los 1.500, prueba que se adjudicó con 3:27.65, récord olímpico, en una carrera en la que uno de los grandes favoritos, Jakob Ingebrigtsen, se desfondó y quedó cuarto ante el asombro de los presentes. Hocker afrontó la final en París, en un estadio majestuoso abarrotado por casi 80.000 espectadores. El noruego, que lideró la prueba hasta la última curva, se hundió físicamente en los últimos cien metros, en los que fue adelantado por tres rivales, siendo el más rápido, y también con más convicción, Hocker, que llegó por la calle uno y levantó primero los brazos en meta. Segundo fue Josh Kerr con 3:27.79, y el también estadounidense Yared Nuguse logró el bronce con 3:27.80. Alfred, que aspiraba al oro con las fotos de los móviles de los espectadores buscando su figura.
Esa prueba cerró la jornada de competición pero antes, por la pista morada del Estadio de Saint Denis, desfilaron grandes estrellas.
En la final femenina del lanzamiento de martillo, el podio estuvo ocupado en este orden por la canadiense Camryn Rogers (76,97 m), la estadounidense Annette Nneka Echikunwoke (75,48 m) y la china Jie Zhao (74,27 m). En longitud masculino, el griego Miltiadis Tentoglou ganó el oro (8,48 m), el jamaicano Wayne Pinnock se colgó la plata (8,36 m) y el italiano Mattia Furlani conquistó el bronce (8,34 m). estableciese la altura máxima permitida de las baloncestistas en competición (como si hizo la Federación Internacional de Atletismo con los niveles máximos de testosterona para las atletas).
Otra cosa sería que tuviéramos en cuenta las características propias de la modalidad deportiva que estuviéramos sometiendo a juicio, es decir, que considerásemos que no es lo mismo correr más rápido que pegar más fuerte, y atribuyésemos un ‘plus de peligrosidad’ a lo segundo. En este caso, sería aconsejable fundamentar la limitación -que fuese oportuno establecer- en razones de la propia competición, y no de género.
Por otro lado, creo que también sería aconsejable pensar qué pasaría con las atletas a las que no se les permitiese participar en categorías femeninas por este motivo. ¿Se las derivaría a las categorías masculinas? ¿O directamente se les expropiaría su derecho a competir?
En definitiva, creo que este es un campo en el que la ciencia debe hablar primero para, después, poder diseñar la norma más justa posible que, además, aporte el confort propio de la seguridad jurídica.