Heraldo de Aragón

Las lágrimas

- I Christian Peribáñez

Ya no sé si es empatía o adicción al drama. El caso es que estos días de Juegos Olímpicos, lo que más me emociona –en realidad, lo paso fatal– es ver a esos atletas que se derrumban y rompen a llorar cuando quedan cuartos, cuando no cumplen con sus expectativ­as o cuando llegan a la meta desfondado­s tras un esfuerzo en vano.

Hay lágrimas de rabia, de impotencia y de haber estado trabajando muy duro cuatro años para que en apenas unos segundos el sueño se esfume. Me enternecie­ron las lágrimas de la tenista Sara Sorribes que estuvo a un tris de dar la sorpresa en la Philippe Chatrier. Tres cuartos de lo mismo sucedió con el piragüista Miquel Travé, que se quedó a las puertas de la gloria por un ínfimo error. «La cabeza bien alta, tienes un futuro brillante», le consolaban sus entrenador­es, al tiempo que maldecían lo injusto que a veces es el deporte.

Un infinito dolor se desprende también de la reacción de la esgrimista Lucía Martín-Portugués, que no sólo rompió a llorar tras su derrota sino que fue durísima consigo misma: «¡Qué vergüenza! Venía a por medalla y he perdido en primera ronda», se repetía la joven, rota, evidencian­do la exigencia y la crudeza de la competició­n. Eso sí, el oro de los desconsuel­os más desgarrado­res que jamás he visto se lo lleva la judoka japonesa Uta Abe, que perdió, felicitó a su rival en el tatami y en su retirada cayó al suelo entre espeluznan­tes gritos de desesperac­ión.

Los Juegos dan muchas alegrías, pero también son un fértil terreno para los dramas. Tan exacerbada­s van las emociones que hasta el perrillo que han llevado las gimnastas americanas a modo de terapia ha hecho que se me escapara alguna lagrimilla. ¿Lo han visto? Se llama Beacon, es un Golden precioso y le encanta corretear por el tapiz.

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