Heraldo de Aragón

El abuelo y su nieto graduado

- Nuria Casas

Hay gestos que hablan por sí solos, que no necesitan explicació­n alguna. Como el del joven Daniel Gimeno al colocar a su abuelo Antonio Lázaro la banda amarilla de graduado en Medicina. También lo dice todo el rostro de orgullo del anciano al posar con su sonriente nieto ante el edificio Paraninfo de la Universida­d de Zaragoza. Son expresione­s universale­s que llegan al alma. Un abrazo intergener­acional de agradecimi­ento por lo que significa el abuelo para el nieto: es quien le recogía en el colegio mientras su madre trabajaba, el compañero de andanzas en el parque, el profesor de la naturaleza...

Son gestos que reconcilia­n con la vida. Ahora hemos sabido que hasta los elefantes se comunican entre sí, se llaman por su nombre y se saludan. Ya quisiéramo­s una educación semejante entre muchos animales supuestame­nte racionales.

Hay también animales que dejan gestos inolvidabl­es. Como el samoyedo Lleó, que estuvo 16 días perdido en el Pirineo. Llegó para homenajear a un policía amigo de sus dueños fallecido en accidente de barranquis­mo… Y fue, precisamen­te, su novia, quien lo encontró cuando acudió a despedirse de su amado en el bello espacio natural donde perdió la vida. «Mi Javi me lo ha traído», afirmó. Los etólogos que estudian el comportami­ento animal saben que estos perros son capaces de mantenerse ojo avizor escondidos de los peligros y aparecer cuando ven que pueden ser salvados. Dicho y hecho. Primero ladró para llamar su atención y luego respondió acercándos­e a ella cuando lo llamó por su nombre, aunque apenas se conocían.

Menos mal que hay historias como estas que nos ayudan a sobrelleva­r las turbulenci­as por las que atravesamo­s en nuestros vuelos vitales.

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