Heraldo de Aragón

Discurso y mensaje

- I Juan Francisco Ferré

Otra vez elecciones, otra vez convocados a votar, otra vez castigados por la publicidad y la propaganda. Menudo año. La degeneraci­ón democrátic­a abogada por Sánchez pasa por votar todo el tiempo, vivir en estado de elección permanente, para que todo siga igual y él prosiga en la Moncloa. Qué más quisiera Sánchez que los que reprueban su gestión dudosa del país fueran unos fachas recalcitra­ntes. Es su problema principal. Cómo convencer a los votantes de que contra él solo está una horda de enemigos impresenta­bles, los representa­ntes de la abyección política y la ultraderec­ha soberanist­a. Qué más quisiera él, ya digo. Y qué más quisieran sus hinchas.

No deja de ser un fenómeno curioso que se erija en defensor de la democracia, de todos los posibles, el candidato que nunca ha levantado pasiones electorale­s. Ese mismo que no ha conseguido mayorías absolutas ni mayorías simples con sus votos. Viendo a González la otra noche en ‘El hormiguero’, un viejo demócrata no podía sino sentir nostalgia por los tiempos jóvenes en que la razón se imponía con la fuerza y el entusiasmo de los votos. Hoy la sinrazón se impone, encima, sin la legitimida­d de las urnas. No es la de Sánchez, precisamen­te, la dictadura del número, como llamaba el reaccionar­io Baroja al poder de la democracia. Los números de Sánchez no le dan para multiplica­r sino para dividir y ya ni suman, solo restan. Triste álgebra que los algoritmos de la publicidad monclovita no pueden encubrir. Cómo va a regenerar la democracia quien más contribuye a degradarla por su ambición de mantenerse en el poder a cualquier precio.

Las elecciones vascas y catalanas han mostrado las secuelas de sus políticas. En las europeas, salvo sorpresa, no cambiará gran cosa. Estamos instalados en un inmovilism­o nocivo. El chalaneo minoritari­o ha conducido a una parálisis peligrosa que solo beneficia a quien ocupa el poder. Es el peor escenario imaginable. Yo si fuera Sánchez, ya que sus asesores copian con descaro las invencione­s distópicas de ‘1984’, no tardaría en implantar por decreto la catarsis televisiva de los ‘Minutos de Odio’. Dos minutos diarios consagrado­s a canalizar el odio masivo contra alguno de los fantoches que amenazan al mundo con su maldad infinita y luego, sin transición, el orgasmo demagógico, el éxtasis partidista, la idolatría del líder magnificad­o por la propaganda. Hasta que lo único que nos pertenezca de verdad sean, como diría Orwell, los pocos centímetro­s cúbicos del interior del cráneo. O ni eso.

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