Heraldo de Aragón

«Decidí irme de Quito el día en que asaltaron a mi hija»

- S. C.

La de Karen, de 33 años, que llegó a Zaragoza huyendo de la violencia de Ecuador el pasado 29 de enero, es una historia de migración por partida doble. Hace seis años salió de su Venezuela natal con sus dos hijos de 10 y 3 años porque, a pesar de tener un salario, no le daba ni para pagar las medicinas de la mayor, que enfermó. Tras seis años en la capital ecuatorian­a, donde decidió afincarse porque residía su hermana gemela, volvió a hacer las maletas para huir de la ola de violencia que vive el país.

«Decidí irme de Quito el día en que asaltaron a mi hija, la amenazaron y le colocaron un cuchillo en la cabeza. Se encendió en mí una luz roja, vivía con auténtico miedo. A mí también me robaron en la pandemia a punta de navaja, pero no es lo mismo», cuenta en una de las salas de la sede de Cáritas Diocesana en Zaragoza, organizaci­ón que le está ayudando a empezar desde cero en una ciudad que eligió por internet y en la que no contaba con ninguna red de apoyo.

Tras tres meses «muy complicado­s», desde finales de abril vive junto a sus hijos, que hoy tienen 16 y 8 años, en un piso de la

obra social de la parroquia del Carmen, y ha recuperado la sonrisa. Presentaro­n solicitud de protección internacio­nal en marzo, tiene autorizaci­ón de residencia

en España hasta finales de este año y sueña con que a finales del próximo septiembre se active su permiso de trabajo. «Siempre he tenido empleo, incluso dos al mismo tiempo, y he sido independie­ntemente económicam­ente», subraya.

Estudió en la universida­d Administra­ción de Empresas y en los últimos años se ha dedicado a llevar la contabilid­ad de varias firmas, pero asegura que «ningún trabajo deshonra, la estabilida­d se la tiene que dar uno mismo». Las oportunida­des para formarse las coge al vuelo. Ha hecho un curso sobre cómo funciona la Seguridad Social en España y tiene en mente algún otro sobre hostelería, limpieza o cuidado de personas mayores y dependient­es «porque son los sectores donde he visto que puedo tener alguna oportunida­d laboral».

La realidad de Karen, que prefiere mantener el anonimato, durante los primeros meses en la capital aragonesa, ha sido similar a la de muchas familias que, ante la escalada de los precios de alquiler y no disponer de papeles ni de contrato de trabajo, se ven obligadas a apiñarse en una habitación. «Por Facebook contacté con una chica que me alquilaba una habitación con una litera para mí y mis dos hijos. Pagué 400 euros al mes por ella».

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OLIVER DUCH Karen, de espaldas, charla con una trabajador­a de Cáritas.

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