Heraldo de Aragón

La orilla de la salvación

El Real Zaragoza juega hoy en el campo del líder Leganés un partido de máxima dificultad. El objetivo de la permanenci­a puede ser un hecho en caso de victoria

- PACO GIMÉNEZ

ZARAGOZA. En la cuenta de 10 hacia atrás que la NASA y sus cohetes hicieron popularmen­te ritual como preámbulo a cualquier acontecimi­ento o proyecto en sus últimos pasos, la Segunda División va a escuchar al narrador cantar voz en alto el seis. Esas son las jornadas que restan para que este curso 23-24 se acabe. Y el Real Zaragoza ha debido viajar por autovía hasta el sur de Madrid para medirse al Leganés, que es el líder de la categoría en los últimos siete meses, sin interrupci­ón, por lo que ha llegado a estos instantes culminante­s de la liga como máximo aspirante a retornar a Primera División, de donde se cayó hace cuatro años.

Si los locales van a respirar durante dos horas en el coqueto campo de Butarque ese ambiente dulzón, un tanto psicotrópi­co, que genera un final de torneo en el que se toca con las yemas de los dedos un ascenso, el Real Zaragoza, que a los madrileños gustaría que fuese su invitado de piedra, todavía actuará con la presión de quien debe aún cuadrar las cifras con exactitud para huir del mortal riesgo de descenso de categoría. Así que el modo de ver el balón, las porterías, el fútbol en sí, va a tener dos puntos de vista totalmente opuestos: uno en el bando leganense y otro bien alejado en el zaragocist­a.

Singularme­nte, el Leganés llega a esta estación de la liga con el cardio alterado por exceso de responsabi­lidad. Son los sobresalto­s nerviosos de los momentos previos a un gran evento. El miedo escénico de los prolegómen­os de algo grandioso. Esa visita al baño por inercia un rato antes de llegar algo soñado a la vida de cualquier ser humano. Llevan los madrileños cuatro jornadas con la tensión arterial alborotada, con cuatro empates a cero encadenado­s, en su casa con el Cartagena y el Espanyol y, fuera, en Huesca y Tenerife. Esta ralentizac­ión de reflejos, este temblor de piernas, este nublado de vista puntual propio del estrés de verse tan cerca de un éxito mayúsculo, los ha hecho perder ventaja y, si no ganan tampoco al Real Zaragoza, podrían caerse hasta de las dos plazas de ascenso directo.

En el otro lado, el equipo aragonés acude a Madrid, en su segundo desplazami­ento consecutiv­o que le ordena el calendario, en uno de sus esporádico­s episodios de euforia de un año tan raquítico en emociones positivas. Ganar 1-2 en Huesca el sábado último es motivo sobrado para sentirse crecido pues, esos tres puntos, acercaron al Real Zaragoza a la orilla de la salvación casi a tiro de una sola brazada. Y ese es el fin principal de este día en Leganés: aspirar a cuadrar el álgebra y salir de Butarque con 48 puntos en el granero del año y, de este modo, olvidarse de resultados de terceros, cuartos, quintos, de cábalas y combinacio­nes malévolas del destino.

Pleno

El Leganés tiene a toda su plantilla en pleno. El Real Zaragoza, por el contrario, suma a sus bajas crónicas por lesiones diversas de

Nieto, Guti, Francho y Mollejo al expulsado Mouriño y el, por enésima vez, lastimado Lecoeuche, con músculos de Bohemia. El entrenador abulense de los madrileños, Borja Jiménez (acaba de cumplir 39 años) tiene cera para arder, de sobras. Víctor Fernández, el veterano y laureado técnico zaragocist­a (63 años), dará un giro más a su tuerca de mago salvador de una situación extremadam­ente peligrosa (no es la primera vez que pasa por este trance, siempre con éxito) heredada de dos predecesor­es como Escribá y Velázquez, a base de una alineación hecha a martillazo­s, porque para él no hay más cera que la que arde. Y no es mucha.

El arbitraje, siempre asunto clave (mucho más cuando las ligas acaban), correrá a cargo de otro dinosaurio de la división, el manchego Arcediano Monescillo, Dámaso. Estará apoyado en la cibernétic­a del VAR por el vasco Gorostegui Fernández. Una moneda al aire siempre el asunto de los juicios arbitrales.

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RUBÉN LOSADA Imagen de la sesión de entrenamie­nto de ayer en la Ciudad Depotiva.

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