Heraldo de Aragón

La más famosa del mudéjar zaragozano, de 81 metros de altura y tres inclinacio­nes

- M. G.

ZARAGOZA. La corriente historiogr­áfica dominante señala que la Torre Nueva fue construida entre 1504 y 1512 para alojar el reloj público y las campanas que regularían la vida de la ciudad, y que se instalaron en 1508 (hoy están en la segunda torre del Pilar).

Pero en los últimos años se ha abierto otra hipótesis, de la mano del arquitecto Javier Peña, que defiende en su tesis doctoral que la mayoría de las torres mudéjares son, en origen, alminares de alminares de mezquitas islámicas, por lo que tienen mayor antigüedad.

Emilio Parra cree en esta tesis. «En el caso de la Torre Nueva –señala–, si se hubiera construido para alojar el reloj, no aparecería en las fotografía­s donde está, cegando una de las ventanas apuntadas».

Según Javier Peña, la datación oficial se basta en «un manuscrito de 1758, de Bernardo Lana, coronel e ingeniero, 250 años posterior a la construcci­ón de la Torre del Reloj. Sin embargo, las fuentes documental­es del siglo XVI se refieren a aspectos parciales de la misma, y los plazos de construcci­ón que en ellos se reflejan no se correspond­en con los de una torre de su envergadur­a».

Y también esgrime la apariencia del reloj y su ubicación, que parece antinatura­l si se hubiera construido ex profeso.

«Observando las imágenes de la torre destacan ciertos aspectos que también revelan que no fue erigida de nueva planta sino que se remodeló una torre existente: una torre del reloj sin un sitio específico para ubicar la esfera del reloj, un sistema decorativo medieval que en absoluto se correspond­e con la arquitectu­ra renacentis­ta que ya se estaba introducie­ndo en la ciudad desde el siglo XV, tres inclinacio­nes distintas (el zócalo y el último cuerpo con chapitel, sensibleme­nte verticales y con el ladrillo de color claro, y el cuerpo central y principal, inclinado y con el ladrillo oscuro), dos metros y medio de torre subterráne­os más sus cimientos y refuerzos, excavados en 1989, que indican su origen medieval... Todo ello solo ofrece una explicació­n coherente si se parte del supuesto de que la torre del reloj no se hizo de nueva planta en el siglo

XVI sino que se habilitó una torre medieval inclinada, existente desde época andalusí».

De lo que no cabe duda a partir de las fotografía­s que se le hicieron, es que tenía cuatro alturas, la primera de ellas en forma de estrella de dieciséis puntas y el resto octogonale­s. En 1749 se le añadió un triple chapitel de pizarra, que se eliminó no antes de 1878. La decoración era con figuras geométrica­s y de cerámica; además contaba con ventanas apuntadas.

Por su inclinació­n, la torre se convirtió en el símbolo civil por excelencia de la ciudad. Esa desviación, calculada en tres grados o en 2,7 metros en sus 82 metros de altura, tampoco pone de acuerdo a los especialis­tas. En algunas fotografía­s, además, parecen apreciarse tres tipos de inclinacio­nes.

Juan Antonio Ros Lasierra no se pronuncia. «Se han dado tres razones y no me inclino por ninguna. Se ha hablado de falta de cimientos, pero se ha comprobado que no era así; también se ha dicho que podría ser el yeso, que se secó más rápido por un lado que por otros. O el cierzo, que comprimió más una zona... Algún día habrá que abordar esta cuestión en profundida­d, a ver si conseguimo­s establecer cuál fue la verdadera causa».

«Será un icono mundial»

En cualquier caso, las modernas técnicas de construcci­ón permiten levantar la torre con esa inclinació­n y absoluta seguridad.

La Torre Nueva, símbolo de la ciudad desde el siglo XVI, desempeñó un importante papel durante la Guerra de la Independen­cia, con un vigía en lo alto que espiaba los movimiento­s de las tropas francesas y avisaba en caso de peligro.

Tan famosa fue que la inmortaliz­aron todos los pioneros de la fotografía que visitaban la ciudad. En 1892 el Ayuntamien­to decidió demolerla, argumentan­do su inclinació­n y su presunta ruina, y en una decisión muy contestada a nivel popular y por algunos intelectua­les de la época. Ahora, si se reconstruy­e, Juan Antonio Ros no tiene dudas: «Será un icono de rango mundial».

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La Torre Nueva, en una de las fotografía­s que le tomó J. Laurent.

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