Heraldo de Aragón

Espectácul­o sin aplausos

- Fernando Sanmartín

La política se ha llenado de chulos de barrio. Y de falsos curanderos. Es un espectácul­o mediocre, repleto ya de rencor, en el que cada bando, como dice Manuel Vicent, se disputa como trofeo la soga del ahorcado. Y en ese espectácul­o sale una izquierda oxidada, con ideología ‘low cost’, a la que solo le falta bailar la ‘Macarena’ con el independen­tismo egoísta. Y aparece un ministro que habla como si recibiera un premio Goya otorgado por la Academia de Cine. Y hay vicepresid­entas del Gobierno que encajan en una viñeta de Astérix. Y vemos a un jefe de gabinete, el de las palabras con voluntad de puñetazo, que escribe igual que un gánster. Y está el que rompe folletos sobre el Ramadán, junto a un palacio islámico de insólita belleza, sin pensar qué pasaría si un imán hiciera pedazos una hoja parroquial en la puerta de la basílica del Pilar. ¿Queremos ir por ahí? Mejor no.

La política alimenta la desvergüen­za. Y recuerdo a Tierno Galván, que fue alcalde de Madrid y cuando vino a España el Papa Wojtyla habló en latín con él, veía la democracia en las tetas de Susana Estrada, creía en el valor de lo moral y daba charlas a los basureros antes de que entraran en el turno de noche.

La política es un lugar donde, como en un ring de boxeo, se golpea. No me gusta y prefiero, ya puestos, el atletismo de fuerza, sencillo. Ese en el que un tipo con piernas rocosas y bíceps del tamaño de una señal de tráfico, con un arnés que le rodea la clavícula y el pecho, arrastra un camión de varias toneladas. Lo hace con vocación de vikingo y a lo bruto. Pero sin impostura ni farsas, dos ingredient­es que hoy superan, en política, la tasa permitida.

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