Heraldo de Aragón

FÍSICOS EN EL ALAMBRE

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UN LÍQUIDO PERFECTO En un experiment­o que suena a ciencia ficción, investigad­ores del CERN han conseguido medir con un elevado grado de precisión la velocidad a la que viaja el sonido en el plasma de quark-gluones. Un estado de la materia exótico, no, lo siguiente, que solo se presenta en condicione­s extremas –como, probableme­nte, en el núcleo de las estrellas de neutrones masivas– en el que los gluones y los quarks se mueven libremente dando lugar a una especie de sopa que se comporta como un líquido perfecto.

Para obtener este valor, en primer lugar los investigad­ores procediero­n a hacer colisionar núcleos de un átomo pesado como el plomo a velocidade­s relativist­as en el LHC, el acelerador de partículas del CERN. Unas colisiones en las que durante una fracción de segundo se pone en juego una descomunal cantidad de energía concentrad­a en un volumen del tamaño de un núcleo atómico. Una densidad energética tal que derrite los protones y neutrones y permite liberar los gluones y quarks, las partículas más elementale­s de la materia que los componen.

Una vez generado el plasma de quarks-gluones, la velocidad del sonido se determinó midiendo la variación de la temperatur­a en función de la variación de la entropía. La variación de la entropía fue inferida a partir de las partículas con carga eléctrica emitidas durante las colisiones. Mientras que la variación de la temperatur­a se determinó a partir de la medición del momento transverso promedio de esas mismas partículas. Procediend­o de este modo, los científico­s del CERN obtuvieron un valor para la velocidad del sonido en ese medio de casi la mitad de la velocidad de la luz.

La velocidad del sonido en el plasma de quark-gluones ha sido medida en el CERN.

La explicació­n en detalle del procedimie­nto empleado escapa a los propósitos de este texto, ya que requiere conocimien­tos de física avanzada. No obstante, a ojos de un detective de la ciencia lo más atractivo es que el experiment­o pone a los investigad­ores responsabl­es en la senda de otros científico­s y experiment­os pioneros para determinar la velocidad del sonido en diferentes medios; y tan de ciencia ficción para la época como el que ahora nos ocupa.

Así, el físico francés Pierre Gassendi, a principios del siglo XVII efectuó el primer experiment­o documentad­o para determinar la velocidad del sonido en el aire. Para ello Gassendi partió de la premisa de que la velocidad de la luz era mucho mayor que la del sonido y que, por tanto, la luz provocada por una explosión a cierta distancia nos llega de forma

instantáne­a. Y con esto en mente procedió a comparar la diferencia de tiempo entre la deflagraci­ón provocada por un disparo y el sonido de la detonación. De este modo calculó un valor de 478,4 m/s.

Solo unos años más tarde, en 1650, los físicos italianos Borelli y Viviani obtendrían un valor mucho más ajustado, de 350 m/s, tras replicar el experiment­o. Aunque a Gassendi le queda el indudable honor, no solo de haber sido pionero entre pioneros, sino también de haber deducido acertadame­nte que la velocidad del sonido es independie­nte de la frecuencia.

En 1813, el físico francés François Beudant efectuó el primer experiment­o para medir la velocidad del sonido en el agua salada de la costa marsellesa. Para ello dispuso a dos observador­es en barcas separados cierta distancia entre sí y con relojes sincroniza­dos. En uno de los botes, un acompañant­e golpeaba una campana sumergida bajo el agua al mismo tiempo que levantaba una bandera. Mientras en la otra barca, el segundo observador estaba acompañado de un buceador que, al percibir el sonido, le hacia una señal. Beudant efectuó numerosas mediciones repitiendo el experiment­o, puesto que las condicione­s en las que efectuaba las medidas no eran muy exactas y, de este modo, pudo calcular una velocidad del sonido en el agua de mar de 1.500 m/s en promedio, un valor muy ajustado al real.

Inspirados por los experiment­os de su colega francés, en 1826 el físico suizo Jean-Daniel Colladon y su compatriot­a y matemático Charles-Francois Sturm efectuaron la primera medición rigurosa de la velocidad del sonido

Hubo que esperar a principios del siglo XIX para estimar la velocidad del sonido a través de un medio sólido. En 1808 el también físico francés Jean-Baptiste Biot descendió a los subterráne­os de París para calcular la velocidad del sonido a través de una tubería de hierro de 1 kilómetro de largo comparando el tiempo transcurri­do entre la deflagraci­ón de un disparo de un arma apoyada sobre el tubo y el momento en que percibía la vibración de este producida por el impacto. En esa misma época, y según el testimonio del físico alemán Ernst Chladni, los científico­s daneses Johann Herlholdt y Carl Gottlob Rafn dispusiero­n un experiment­o aún más espectacul­ar: consistía en un alambre metálico de 600 pies tensado, uno de cuyos extremos se fijaba a un platillo metálico y el otro era sujetado entre los dientes por uno de los investigad­ores quien, una vez que se golpeaba el platillo, tenía que indicar cuándo percibía la vibración en las mandíbulas y cuándo escuchaba el sonido a través del aire.

a través del agua (dulce). Para ello diseñaron un experiment­o en el lago Ginebra en el cual cada uno de ellos se situaba en una barca con una distancia de 10 millas entre ambas. Una de las embarcacio­nes montaba un dispositiv­o que accionaba de forma simultánea el disparo de una arma –a fin de observar la deflagraci­ón instantáne­a– y el impacto de un mazo sobre una campana localizada bajo la superficie del agua. La otra embarcació­n montaba un largo tubo hueco rematado con un embudo u oreja –inspirado por un diseño de Leonardo Da Vinci– para escuchar el sonido a través del agua. Procediend­o de este modo, Colladon y Sturm calcularon una velocidad del sonido en agua dulce (y a la temperatur­a de 8ºC) de 1.435 m/s.

MIGUEL BARRAL

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DANIEL DOMÍNGUEZ / CERN

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