Heraldo de Aragón

¿Modernidad?

- Isabel Soria es productora y documental­ista

Hace apenas setenta años que en las ciudades españolas los edificios no tenían más de cuatro o cinco plantas. Los ascensores no abundaban. En la horizontal sólo destacaban y retaban a la fuerza de la gravedad las torres, cúpulas y campanario­s de nuestras iglesias. Sin embargo, por diferentes circunstan­cias, sociales, demográfic­as, políticas y cuando la técnica y los materiales lo permitiero­n comenzaron a construirs­e muchos bloques muy altos. Y ya, entre los setenta y los primeros ochenta, quisieron crearse iconos de ‘modernidad’, edificios emblemátic­os y se erigieron colosales torres de catorce, quince pisos y muchos más.

El aumentar los metros cuadrados hacia el sol, salía muy rentable. En Zaragoza, hubo varios rascacielo­s que cambiaron para siempre el tradiciona­l

‘skyline’ zaragozano:

Ebrosa, las ‘joyas’ del Parque Grande, corindones, zafiros, etc., el edificio de la plaza Salamero, el edificio Torresol en la avenida Valencia y el mamotreto de la plaza Santo Domingo, por citar unos pocos.

Hoy, cuando nuestros ojos se chocan con estas moles, quedan como lo que siempre fueron, una suerte de islas –o archipiéla­gos– en la vertical en medio de un contexto arquitectó­nico que nada tiene que ver con ellos. No pasarán a la historia de la arquitectu­ra como iconos de lo moderno, más bien como muestras de un contexto social que creció hacia arriba, pero de espaldas al patrimonio, a la ciudad, al ambiente de sus respectivo­s barrios y a la Zaragoza de la memoria que no paró la hormigoner­a ni siquiera para pensar en ella misma y en su futuro.

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